En el Bar Coba Luis se embriaga cada noche al ritmo del tango

En el Bar Coba Luis se embriaga cada noche al ritmo del tango

“Este que hoy se ha vuelto mi amigo y confidente, ha sido mi peor enemigo y llevo a cambiar mi vida, pero también me ha hecho olvidar penas profundas”

Por: Manuela Saavedra Guerra
marzo 23, 2017
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En el Bar Coba Luis se embriaga cada noche al ritmo del tango
Foto: Google Earth

Era un jueves común y corriente, la semana iba llegando a su fin, pero el Bar Coba, algo oscuro y angosto, se preparaba para recibir su mayor número de clientela el fin de semana. Las mesas circulares, pequeñas y rojas de Pilsen, mostraban del lugar un estilo común para las personas y eran las que sostenían la botella de Aguardiente Antioqueño tapa azul de Luis.

En los versos del tango interpretado por grandes artistas como Carlos Gardel, Enrique Campos y Oscar la Roca, se refugia un hombre de 76 años, quien desde los 14 expreso su amor por esta melodía y aún sigue siendo el consuelo de cada momento que marcó su historia.

“que nunca me falte tu tierna caricia mi vida precisa sentir tu calor, que nunca me falte la luz de tus ojos que aclara mis noches de cruel dolor, que nunca me falte tu voz de consuelo oh madre querida tu alivias mi mal”. Con este tango de Enrique Campos, Luis Urbano García con sus manos temblorosas, arrugadas y algo maltratadas de tanto trabajar, recuerda a su madre cada mañana con un profundo dolor y con sus ojos encharcados pregona cada verso de la canción a todo pulmón, pensando en ella y en lo puro que era su amor, pues para él su madre era su pilar de vida.

Con la mirada esquiva y algo cortante Luis mencionaba su infancia y lo feliz que fue a pesar de las adversidades y lo duro que había sido a los 14 años de edad.

- Pues mire usted niña, solo realice hasta cuarto de primaria y después de eso salí a ganarme la vida.

- ¿Y cómo se ganaba la vida si tan solo era un niño?

-  Ayyy mijita… pues como un buen pobre se la sabe ganar. Primero como zapatero, luego como farmacéutico y al final la que me dio de comer… como latonero.

- ¿Y sus padres lo obligaban, o usted lo hacía porque quería?

- No niña como puede ver, esa época que no les toco a ustedes los ‘pelaos’ fue difícil y para mi madre, este sería un trabajo que el mundo siempre va a necesitar.

Para este hombre nada era imposible y más en la época de los cincuenta, donde para él los pobres no tenían la oportunidad de estudiar y salir adelante, sino que tenían que trabajar duro para conseguir lo poco que querían. En medio de cervezas y tangos, Luis Urbano se crió en el barrio El Salvador, rodeado de cantinas, donde el tango se apodera de cada rincón del lugar, melodía que llega a Medellín en 1929. Luis era el tercero de siete hermanos; dos mujeres y cinco hombres.

La latonería fue su profesión por 13 años, enderezarles la lata a los carros de algunos habitantes de la ciudad de Medellín fue lo que lo ayudó a salir adelante y a sacar a su familia que ya eran su esposa Luz María, a quien conoció en el mismo barrio, donde se enamoraron no solo a través de las miradas sino también de los tangos de Luis Cardei, su amor por ella ha sido tan grande que tuvo cuatro hijos.

El lugar cada vez es más solitario, se aproximan las 9:30 de la noche, ya llevábamos más de una hora hablando y Luis ya iba por la mitad de su botella, mientras yo solo me había tomado un cuarto de cerveza Pilsen y la botella ya estaba algo caliente por el ambiente encerrado, donde no hay un solo ventilador.

Este hombre toca un tema que para sus adentros le dio un giro a su vida. Coge su copa, sin sobrarle una sola gota de licor, se sirve uno que rebosa de la copa plástica y transparente, se lo toma, respira profundo y menciona con la copa entre sus manos. “Este que hoy se ha vuelto mi amigo y confidente, ha sido mi peor enemigo y llevo a cambiar mi vida, pero también me ha hecho olvidar penas profundas”.

Para él todos los días era necesario tomarse por lo menos un ‘guaro’ que lo ayude a olvidar lo pesado de su trabajo y al mismo tiempo recordar su pasado. Con cada letra de Gardel y la botella de aguardiente antiqueño en la zona Guayaquil y principalmente en el Bar Coba ubicado en Belén por cra. 76, al frente del Éxito Luis se embriaga cada noche, dejando en penumbra y desvelo a su esposa que lo espera algo preocupada con las mismas palabras y un profundo silencio… “¿Luis. Otra vez tomando?”. Mientras él solo pregona, “cuando seas mayorcito, lucha de frente mijito, aunque te mate el dolor”. En la mañana luego de pasar la rasca del día anterior, con una terrible jaqueca, se acuerda de su único hijo hombre, cuando lo sentaba en sus piernas y un tango de Enrique Campos le cantaba; en especial “Que no te importe de nada cuando seas mayorcito que la vida de tu padre no te importe lo que fue”.

Este vicio no lo ayudo mucho y en repetidas ocasiones no le alcanzaba el dinero para cubrir completamente los gastos que requería su hogar.

Luis me mira fijamente y con las lágrimas rodando por sus mejillas me dice:

-La peor herencia que mi padre pudo haber dejado en mí fue el licor.

-¿Y usted aún lo recuerda?

-En la sala mi casa, al frente de la puerta hay una imagen a blanco y negro, como eran comunes las de mi época, es un viejo sucio, con una botella de licor al lado y dormido en una banca de un parque, en eso se convirtió la vida de mi padre y ese cuadro me lo recuerda todos los días.

Esas para él habían sido las consecuencias de un vicio que poco a poco lo fueron matando, lo llevaron a dormir en una banca de la Plazuela San Ignacio al oriente de la ciudad, muriendo de tuberculosis.

Luis se toma otro aguardiente, la botella ya va llegando a su fin y me dice con risas “este me lo tomo por mis mejores amigas, las que siempre me cuidan y me llevan sano y salvo a la casa… Mis amigas las animas”.

La gran entrega y devoción que este hombre le tiene a las ánimas del purgatorio, hace que todas las noches desde que tiene uso de razón les ore para pedirles que lo cuiden y vayan con él a todo rincón. En sus palabras, borracho tatareando sus tangos preferidos como Malena, Virgen de Guadalupe y entre otros, “les rezo sin falta así se me olviden las oraciones, comienzo las veces que sea necesario, pero no las desamparo como ellas no lo hacen conmigo”. En medio de sus contradicciones sus amigas las ánimas y el creer en Dios no ha sido un factor esencial para que él vaya a la iglesia o se confiese con un sacerdote, para Luis los pecados solo los puede perdonar Dios y no necesita de la iglesia para hacerlo.

Los años le han empezado a cobrar los abusos de la juventud, y Luis decide dedicarse en su vida de pensionado a los 68 años, a montar en bicicleta. quien creyera que un viejo de 76 años, recorra entre 22 y 43 km cada fin de semana según su destino Caldas o Barbosa respectivamente y no a un paso lento, sino fuerte y constante.

Para Luis Urbano García su mayor sueño antes de morir, es dejarle a su esposa una casa propia, porque la que tenía, heredada de su madre. Fue quitada por una de sus hermanas quien en sus palabras, fue despojado “como un perro y de la manera más miserable”.

Ya con el último ‘guaro’ en la mano y siendo las 11:00 de la noche Luis algo prendido y en medio de risas, ruega por ganarse el baloto y cumplir su sueño anhelado, pues a su Marinita como suele llamar a su esposa hace 54 años, no la quiere dejar desamparada.

En uno de sus lugares favoritos; el Bar Coba cerca al Parque de Belén, donde para él la oscuridad y el silencio del lugar se lleva los versos y los recuerdos, este hombre con la cabeza en alto y sus manos secando las lágrimas de su rostro pecoso, pide que le suban el volumen de su canción preferida y una voz entrecortada que se mezcla con la suave voz de Carlos Gardel “vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez. Tengo miedo del encuentro con el pasado, que vuelve a enfrentarse con mi vida”.

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