Avanza la extrema, el ELN ayuda, la paz tropieza
Opinión

Avanza la extrema, el ELN ayuda, la paz tropieza

En Colombia se enrarece la lucha popular y la paz, la derecha extrema mudó su rostro, y hace carrera que los acuerdos de La Habana firmados por Santos no obligan a Duque

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enero 25, 2019
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Hace 40 años estudiábamos marxismo leninismo en la Universidad. Tiempos hermosos, de enorme optimismo. La derrota estadounidense en Vietnam, la consolidación de la revolución cubana, el triunfo inminente de la revolución sandinista. El ayatolá Jomeini había vuelto de París y encabezaba la revolución iraní, que sacaba al Sha del poder mediante la movilización de gigantescas multitudes.

En Latinoamérica dominaban los gorilas impuestos mediante conspiraciones golpistas inspiradas desde Washington. Pero teníamos razones para sonreír al porvenir. Al fin y al cabo aquellas dictaduras, o nuestros gobiernos tipo Turbay Ayala, de poderosa influencia militarista, eran el recurso imperialista para aplastar unos pueblos que estaban a punto de estallar por encima de lo que fuera.

Sin la fuerza bruta sería imposible contenerlos. La cuestión era de tiempo, la conciencia, la organización y la lucha de los pueblos habría de cambiarlo todo. Un tercio del mundo había pasado al socialismo, la tendencia era inevitable. Recuerdo que en uno de los textos de Alejo Carpentier, recopilado luego en Los pasos recobrados, mediando los años 70, se leía que en cuarenta años América Latina sería izquierdista.

Quizás lo haya sido la década pasada. Pero así como la oleada de la izquierda desplazó de algún modo esa derecha criminal, ahora parecen llegar los tiempos del retorno de ésta, más experta y feroz. Según la dialéctica, en la lucha de contrarios, el uno terminaba por convertirse en el otro, y viceversa, pero ya no en su misma condición, sino sobre bases totalmente diferentes, más altas y cualificadas.

Así, al triunfar la revolución, la clase dominada pasaría a ser dominante, y la dominante se convertiría en dominada. Pero la nueva clase dominante ya no gobernaría como lo había hecho la primera, era mejor, más humana y justa. Ahora veo que no nos enseñaron, que también podría avanzarse al pasado, que la caverna podía regresar. Y que igualmente lo haría sobre unas bases más altas, distintas.

Algunos insisten en ver las cosas idénticas a como ocurrían cien años atrás, en plena revolución bolchevique. Piensan que solo la bandera roja con la hoz y el martillo, enarbolada por una vanguardia de clase lúcidamente leninista, podrá conducir al triunfo de la insurrección, la revolución y el socialismo. Otros muchos vemos las cosas muy distintas, los tiempos cambiaron, hay que crear, no repetir.

La humanidad se encuentra ahora más amenazada que nunca. Catástrofes climáticas son previstas por la ciencia, de no hacer algo inmediato para frenar la devastación ecológica. A esto se añade la amenaza real de la guerra nuclear. Las monstruosidades del racismo crecen, al igual que el odio irracional a la diferencia. El petróleo escasea y el devastador fracking se impone. Pronto la escasa será el agua.

Nadie parece advertirlo, o al menos no la cantidad necesaria para frenar a las fuerzas que conducen al caos. La ultraderecha capitalista ávida de ganancias, avanza devorándose sus propios pies, y al mismo tiempo llevándose por delante al resto del género humano. Además desprestigiando, atacando, pisoteando y devorando a todo aquel que plantee un camino diferente, una alternativa distinta.

 

 

 

La ultraderecha no patrocina hoy sanguinarios golpes de Estado.
Promueve alzamientos populares, asonadas,
violencias  que provoquen la reacción de los gobiernos elegidos por sus pueblos

 

La ultraderecha no patrocina hoy sanguinarios golpes de Estado. Promueve alzamientos populares, asonadas, violencias anónimas que provoquen la reacción de los gobiernos elegidos por sus pueblos. Para convertirlos en tiranos, en violadores de derechos humanos, en perseguidores de las libertades, en asesinos. Venezuela, Nicaragua y Bolivia son ejemplos. La derecha robó las banderas a la izquierda.

 

En Colombia, la derecha extrema mudó su rostro. Ya no defienden sus intereses criminales bandas paramilitares. Los generales que anteriormente arengaban en los medios contra la subversión, han pasado más bien a la sombra. La ultraderecha habla ahora mediante vicepresidentes, altos comisionados y consejeros que apelan a la Constitución, a resoluciones de las Naciones Unidas, a los Derechos Humanos.

Hay que ver la irracionalidad de quienes agredieron al muchacho de la camiseta contra las guerras de Uribe y Duque, el fanatismo de quienes acorralaron a Hollman Morris en la plaza. Parecen las masas enfurecidas que inmolaron a Gadafi en Libia. Si los colombianos y colombianas no despertamos ahora, allá caeremos.

Trump legitima hoy a Guaidó, mientras Duque exige a Cuba violar los protocolos firmados por Colombia. Y lo hacen invocando la democracia y el derecho internacional. Rodeados por la derecha continental, pretenden imponer su arbitraria voluntad. El ELN sigue ensimismado en medio siglo atrás, creyendo que la guerra revolucionaria es el camino. Sin comprender que con ello acelera la caída de todos al abismo.

En el mundo entero, pero sobre todo en Latinoamérica y Colombia, el ambiente para la lucha popular y la paz se enrarece rápidamente. Palpita la tesis de que los acuerdos de La Habana los firmó Santos y por tanto no obligan a Duque. Cuidado, la extrema regresó sonriendo, cantando y arrasando.

 

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