Aunque me caiga gordísimo César Augusto Londoño, sigo siendo fiel a “El pulso del fútbol”
Opinión

Aunque me caiga gordísimo César Augusto Londoño, sigo siendo fiel a “El pulso del fútbol”

Aprendimos a disfrutar cómo la independencia desparpajada de Mejía molesta al convencionalismo inofensivo de Londoño, aunque todas las tardes echemos de menos a Peláez

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agosto 03, 2017
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Gracias a Iván Mejía lavar los platos se me ha convertido en un placer. Cuando llega el sábado y veo la losa acumulada de la semana ya no reniego. Lo que hago es poner los archivos de El pulso del fútbol que están en la página de Caracol y los escucho de atrás hacia adelante, de lunes hasta el viernes. En dos horas y media hago el aseo de la casa, me informo, me sale uno que otro tema para el consejo editorial del lunes y sí, a pesar de lo mal que me cae César Augusto Londoño, me divierto como un niño pateando una pelota.

Con los años y los compromisos ya no tengo el tiempo para ver todos los partidos que quisiera. Hay una pila de libros —siempre más grande que la de los platos— esperándome en la mesita de noche. He sacrificado el fútbol para leer todo lo que necesito. Solo si es un partido decisivo de una liga, o uno de la Selección Colombia, dejo todo para fundirme en mis viejas pasiones. Mi único contacto con el mundo del fútbol es el Pulso. Por el programa me entero de que el Junior es un encanto con Chará y Teo adelante, que Santa Fe volvió a ser invencible solo con una defensa ríspida y unos centros precisos, que el Nacional de Lillo juega bien así no consiga los resultados, que el Barcelona esta temporada no va a contratar a nadie y que al Pecoso los equipos se le paran en los segundos torneos porque es muy cansón para un jugador ver a un señor histérico todo un partido echando madres al lado de la raya.

 

Los escucho desde el 2002, cuando estaban en La Deportiva,
la emisora del ya olvidado dial 1010 AM
que creó dos años atrás Guillermo Díaz Salamanca

 

Los escucho desde el 2002, cuando estaban en La Deportiva, la emisora del ya olvidado dial 1010 AM que creó dos años atrás Guillermo Díaz Salamanca. Fue a él quien se le ocurrió el espacio de una hora en los que debatieran sobre fútbol el flemático Hernán Peláez y el explosivo Iván Mejía.  En esa época, si no estoy mal, se llamaban Goles y Maestros y para el mundial Corea-Japón hicieron unos programas con el mariscal Roberto Perfumo. A mi juicio ha sido, junto a La luciérnaga, el mejor programa radial colombiano de los últimos 25 años. Es una injusticia con Díaz Salamanca que se le tenga tan olvidado.

En esa época yo estudiaba Historia en la UIS y trabajaba programando películas viejas en el cine club de la Escuela de Fotografía Sur de Bucaramanga, al lado del maestro Nelson Cárdenas. Fue su hermano Óscar el que me pegó al parche del mediodía  de escuchar el programa mientras se consumía entre los dedos uno de esos porros gruesos y sólidos que solo él, diseñador gráfico, podía armar con maestría. No había nada como destrabarse escuchando a los viejitos echarle pullas al gobierno de Uribe cuando nadie era capaz de hacerlo. Yo creo que por eso cautivaron a tantos mamertillos universitarios muertos de hambre que como yo detestaron ese régimen. El Pulso era más que fútbol: era una bocanada de aire fresco en esa alcantarilla uribista que eran los medios en la década pasada.

Los españoles de Prisa no los querían. Si los mantenían al aire era porque más de dos millones de personas los escuchaban a la una de la tarde. Tenían pauta, mucha. Eran dos buques insignias del periodismo deportivo y nadie podía tocarlos. Pero Peláez se cansó en el 2015 de la presión que ejercía sobre su autonomía el grupo Prisa y decidió irse. Quisimos morirnos. Sin Hernán el programa no sería el mismo. Además su reemplazo sería el lambón de César Augusto Londoño, el hombrecillo políticamente correcto que nunca dirá nada en contra de los dirigentes deportivos, el viejecillo ridículo de chaquetas rosadas y botox en las mejillas que se niega a envejecer. Pues la mezcla funcionó y así no haya una tarde en la que echemos en falta la sabiduría de Peláez aprendimos a disfrutar cómo la independencia desparpajada de Mejía molesta al convencionalismo inofensivo de Londoño.

Seguimos fieles al Pulso y cruzamos los dedos para que Iván Mejía no se jubile el 31 de diciembre del 2018 como lo ha prometido.

 

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