"Aunque extrañar duele, vivir en Venezuela lastima más"

"Aunque extrañar duele, vivir en Venezuela lastima más"

"Las personas que emigran lo hacen por necesidad, para poder comer, conseguir medicinas, ayudar a los familiares que se quedaron luchando"

Por: Sophia Vanessa Hernández
junio 07, 2018
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Foto: Pixabay

Esta es mi historia y la de miles de venezolanos que se fueron para no volver.

He tenido que oír muchas veces “¿es verdad lo que pasa en Venezuela o exageran?” y aquí está la respuesta.

Venezuela era conocido como el país de lo posible, pero en estos últimos veinte años ha sido saqueado vilmente por sus gobernantes, los cuales presentaron y vendieron un modelo económico, según ellos “el mejor”, donde expropiaron, cerraron y controlaron todo disminuyendo día a día el aparato productivo.

Vivimos en un país con la tasa de hiperinflación más alta del mundo, con un sueldo mínimo que se encuentra en último lugar del planeta, un lugar donde se gana en Bolívares Fuertes, pero todo lo pagamos a dólar paralelo. El bolsillo del venezolano se encuentra golpeado, aunado a ello la escasez de alimentos, medicinas, centros hospitalarios sin insumos, enfermedades que estaban erradicadas aparecen haciendo estragos en la población y la deserción estudiantil es alarmante.

Vengo de un país donde comprar comida es un lujo, donde si te enfermas no tienes la posibilidad de comprar medicinas porque no llegan, y donde con lo que cobras te alcanza para un simple refresco.

A raíz de todo eso, la única alternativa para el venezolano ha sido emigrar, pero para el que se queda las alternativas son pocas para poder subsistir entre tanto caos.

No obstante, aquí estoy, a kilómetros de distancia de mi hogar. Empaqué mi vida en una maleta llena de poca ropa y muchos recuerdos, y me fui como se ha ido la mayoría de los venezolanos, con mucho miedo pero con ganas de poder construir un mejor futuro para mí y para mi familia.

En los últimos años el aeropuerto ha sido testigo de las despedidas más sinceras, las lágrimas más duras y los abrazos más fuertes, miles de familias diciéndose adiós, sin tener la certeza de si se volverán a ver, cada madre dándole la bendición a sus hijos y un último beso en la frente para que partan rumbo a una vida mejor pero… ¿realmente alguien sabe qué dejamos atrás?

Al emigrar llegas a un país extraño, en el que posiblemente nunca pensaste que ibas a vivir y empiezas a buscar oportunidades de trabajo, intentas acostumbrarte a una nueva cultura, unas nuevas costumbres, y la vida que dejaste la escondes en el armario junto con tus logros y tus años de estudio, porque cuando emigras dejas de ser lo que “eras” y te toca ser lo que “sea”, ya que a la hora de emigrar no importa si eres médico, abogado o profesor, porque en este momento eres el “emigrante” y dejas de tener los derechos que tenías en tu país.

Las personas que emigran lo hacen por necesidad, para poder comer, conseguir medicinas, ayudar a los familiares que se quedaron luchando contra una dictadura que no los deja ni respirar, o simplemente para tener un futuro.

Y como lo mencioné antes, yo entraba en ese grupo de venezolanos que se había ido para tener la alternativa de una mejor vida.

Corrí con la suerte de que a mi papá le ofrecieron un buen trabajo en Santander de Quilichao, ubicado al norte del Cauca, y sin pensarlo dos veces decidimos lanzarnos a la aventura. ¿Qué era lo peor que podía pasar?, al menos estaríamos juntos.

Al principio me costó adaptarme ya que crecí rodeada de mar, con arena entre mis pies y un sol radiante sobre mi cabeza, sin embargo, aunque extrañaba mi pequeño paraíso tropical, Colombia tiene algo que lamentablemente mi país no posee y es la posibilidad de poder empezar a construir mi futuro.

Santander de Quilichao se ha convertido en mi segundo hogar, recibió a una familia rota y la reparó con el simple hecho de recibirnos con los brazos abiertos dándonos la oportunidad de empezar de cero.

No ha sido fácil acostumbrarme a una nueva vida, pero los beneficios y las alternativas que me ha brindado Quilichao son las que hacen que me levante cada día con ganas de seguir trabajando duro por mi familia, por mí, y mi futuro.

Sin embargo, mi familia no es la única que decidió vivir en este pintoresco municipio, sino que también ha sido la opción de muchos venezolanos a la hora de emigrar. Me ha sorprendido la cantidad de hermanos venezolanos que encontrado en Santander de Quilichao, todos en busca del mismo sueño, “una segunda oportunidad” de tener una mejor calidad de vida.

Para las personas jóvenes, emigrar ha resultado ser la mejor opción pero ¿qué pasa con aquellas personas que son adultos mayores? Ese tipo de personas que conocen un solo estilo de vida y han trabajado durante años en una misma empresa y ese es el caso del señor Alberto Ramírez, un militar retirado que decidió irse del país en busca de una mejor vida, un señor que al hablar demostraba toda la experiencia y educación que tenía, pero quién podría imaginar que con un buen cargo y con un título estaría vendiendo café en un semáforo.

Esta es la realidad de miles de venezolanos, porque aunque no es fácil empacar e irte dejando todo atrás es más fácil que ver a tu país hecha pedazos y no poder hacer absolutamente nada.

Una vez me preguntaron “cuando hablas de Venezuela, ¿qué es lo primero que piensas?”. Respondí de inmediato: “Mi hogar”. Dejé una casa que me vio crecer, que fue cómplice de cumpleaños, navidades, buenos momentos, y cada cuarto fue testigo de muchas travesuras que realicé con mis hermanos.

Mi papá trabajó más de veinticinco años para poder construirnos un hogar donde mis hermanos y yo pudiéramos crecer y donde él envejecería con mi mamá; sin embargo aquí estoy, escribiendo estas letras en un apartamento de sesenta metros cuadrados, con un olor que desconozco, pero como otros venezolanos que emigraron sé que este es un pequeño costo que debemos pagar, a diferencia del que se queda, que debe luchar para llenar la nevera cada semana para poder alimentar a sus hijos y hacer que rinda el dinero para no pasar necesidades, aunque extrañar duele, vivir en Venezuela lastima más.

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