Así es como las redes sociales nos han cambiado

Así es como las redes sociales nos han cambiado

La tecnología y sus derivados han permeado todos los aspectos de la vida cotidiana, tanto así que han modificado el modo de entendernos y relacionarnos con el mundo

Por: Samuel Astor Bahos
agosto 22, 2019
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Así es como las redes sociales nos han cambiado
Foto: Pixabay

No hay que ser adivino para ver en las redes sociales un monumento a la desigualdad de género y el sexismo. Si pones un video con una chica pateando un balón en ropa interior puedes apostar que tendrá muchos más me gusta que uno cuyo protagonista sea un muchacho con el uniforme de cualquier equipo de fútbol. Ya sabemos que el sexo mueve al mundo. Sin embargo, hoy quisiera hablar de las redes sociales como espacio donde conviven ideales sobre el amor, el romance, la intimidad, el control, nuevas formas de violencia y de sexo. Una de los aportes más peligrosos y potentes de las redes es la posibilidad de conocer gente de todas las clases, tipos y colores que interactúan desde una lógica de control tecnológico como nunca lo imaginaron personas que vivieron en otra época. Ahora las utilidades de la web permiten que te hagan seguimiento con tu estado de conexión, esto sucede desde el sentido paranoico de las parejas que verifican si su compañero o compañera se encuentra en línea, cuando fue la última vez que se conectó y si ha leído ya los mensajes.

Tenemos que hablar claro al respecto porque el mundo de las redes sociales aumenta el delirio y los celos desde la posibilidad de infringir los códigos de confianza interpersonales, ya que, gracias al acceso a la vida de una persona, se alimentan interpretaciones a menudo erradas a partir del material textual y fotográfico compartido. Este es un claro indicio de que la intimidad se está transformando y con ello el comportamiento humano. El uso del celular puede ser determinante para una relación y para decisiones como la del divorcio; también para otro tipo de prácticas ya universales como las del autorretrato (selfies) que pueden entenderse como exposiciones exhibicionistas, clamores de reconocimiento o intentos de reconciliación con el cuerpo. Veamos:

Una gran cantidad de selfies son captadas por la cámara del celular en ambientes íntimos, son por lo regular fotografías cargadas de un gran componente sexual, así, los baños, moteles, habitaciones y balnearios son lugares indicados para permitir que aflore el eroticismo y aquí intento pensar que la proyección de ese material lleno de piel, gafas de sol, piernas largas y lenguas afuera expone fingidamente la parte bella de quien la comparte, de otro modo, no se revisaría cuidadosamente la foto antes de ser subida en redes. Compartir ese tipo de autorretrato es perseguir inconscientemente envidias, pues se proyecta una imagen irreal de sí mismo, una pose exagerada que no es auténtica porque guarda todo lo que en la persona es feo o desagradable. En esta negación del sí mismo, es claro que la persona se esconde de las relaciones reales tras la mentirosa coartada de lo virtual.

En otros casos el exhibicionismo es abrumador, no sé qué tan interesante podría resultar en el mundo de la vida hablarles a las personas para decir cosas tales como: voy a ir al supermercado, estoy en cine, voy a comprar unos zapatos, estoy caminando por la calle o voy para mi trabajo. Desde luego, si alguien te dijera ese tipo de cosas identificarías la frivolidad en sus palabras y por dentro pensarías ¡y a mí qué me importa! Lo absurdo es que la exposición exagerada de uno mismo en estados e información compartida a través de dispositivos electrónicos no permite considerar esa práctica como algo verdaderamente ridículo; diez, veinte o más fotografías de situaciones intrascendentes describen una fiebre por captar la mirada del otro. Las redes sociales hacen perder la noción de inhibición, por ello es una fuga para el inconsciente, casi nadie osará salir a la calle mostrando sus prendas íntimas o su cuerpo desnudo en plena vía pública, pero muchos se aferran compulsivamente en la vida virtual que es alterna a la real. Y en ese universo paralelo se vuelve importante mostrar posesiones porque se ha aceptado como verdadera esta triste mentira: "si no muestras es porque no tienes".

La virtualidad es opuesta al mundo de la vida y ante esta situación, lo que la psicología nos ayuda a entender es que mientras más intentas mostrar lo que tienes es porque se duda de tenerlo; lo que uno muestra con insistencia es un claro indicador de que no se tiene lo que se quiere, ni lo que uno desea que los demás vean. En otras palabras, es una muestra de inseguridad típica en jóvenes que se encuentran en proceso de construir su identidad, pero no debería serlo en adultos. Esta inmadurez de mucha gente mayor expresada en la interrupción de situaciones aparentemente agradables para tomarse fotos es un acto fallido que muestra que la verdadera intención no sea disfrutar de lo que se hace, sino que los demás crean que están disfrutando.

Así nace una petición de reconocimiento constante y lamentable que incluso ha llevado a mucha gente a desarrollar patologías relacionadas con el estado del ánimo después de caer en la dinámica estereotípica de las redes sociales, donde el número de contactos y amigos virtuales es “importante” para tener un “reconocimiento” tan ilusorio como los reforzadores extrínsecos que ofrece “50 me gustas” en una sola foto. Este es el mundo maquillado de hoy, donde los filtros venden la imagen de lo que no eres, donde puedes hablarle a Pedro para que entienda Juan de la manera más solapada posible, donde uno puede vivir la fantasía de las relaciones con gente real. Este es el amor de hoy, uno formado por la publicación de estados sentimentales desde donde se le puede anunciar a todo el mundo que se está enamorado, que se está de luna de miel, que se acabó el amor, que se odia al antes amado y que se va a cambiar de pareja como uno cambia de ropa interior.

Esto es un tema de todos, aunque las investigaciones apoyen la idea de que son las mujeres quienes se exponen íntimamente en mayor medida, son ellas las que más expresan sus sentimientos y construyen a menudo relaciones íntimas virtuales, reforzando su autoestima a través de algo crucial: el reconocimiento de su corporalidad. Tanto hombres como mujeres vivimos en el mundo descarnado de las apariencias y somos guiados por la lógica del espectáculo, de tal manera que hacernos visibles es lo que penosamente se considera un ideal. El autorretrato es pues el significado exhibicionista que a toda costa persigue no el autorreconocimiento, sino el reconocimiento propio en los ojos de los demás; este espíritu performativo hace que las personas solo quieran ser vistas, siendo percibidos parecen satisfacer la necesidad de ser. Por eso, llamar las cosas por su nombre es benéfico, por una responsabilidad con las nuevas generaciones que crecen en el despiadado espectáculo de la visibilidad, donde para poder existir es necesario “verse bien”.

Para quienes solo están persiguiendo estas ficciones abandonando los cómodos lugares secretos, para esos que toman el riesgo de perder su intimidad, para quienes suben una foto para preguntar inconscientemente te gustó. El panorama será desalentador cuando toda la metáfora del espectáculo termine y el público dé la espalda para salir del teatro. Si a mí me gusta tu foto o no es algo irrelevante, lo que importa es aprender a vivir en una relación saludable contigo mismo; por eso ante la enorme posibilidad liberadora que ofrecen las redes sociales, es necesario aprender a usarlas con estrictos dominios de privacidad para interactuar con los límites saludables que facultarán a cualquier persona para que no haga desde allí lo que no es capaz de hacer en el mundo de la vida.

En este control consciente que salva nuestra intimidad, los padres y profesores tenemos mucho por hacer en la medida en que fomentemos responsabilidad en las expresiones de un yo social que, siendo bien cuidado, puede evitar ser víctima de gente perversa que puede un día ventilar las intimidades desde el techo de las casas. Que sean las redes sociales un espacio potencializador de la autonomía y la proposición, no un lienzo de la enfermedad y las necesidades no satisfechas. Que en las redes podamos ser una versión humanizada y favorecedora para la solución de problemas donde la comunicación sea pertinente y el modelaje positivo. Para detener esta bola de nieve de prácticas sociales perjudiciales, hemos de aprender a hacer públicas las acciones destinadas a hacer del mundo un lugar mejor, esto incluye la denuncia, pero también el activismo; acciones donde las respuestas colectivas contribuyan a salvar el espacio público y hacerlo habitable. Es aprendiendo a difundir recursos enriquecedores como podremos erradicar la violencia, sensibilizar, reflexionar y debatir en un sentido constructivo y no compulsivo como el de hoy.

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