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Entre las montañas de La Calera que rodean a Bogotá, donde el aire es más limpio y el silencio hace parte del entorno, Vive Sebastián Vega y su esposa Valentina Ochoa, en una casa que se convirtió en un refugio tallado con paciencia. En ese bello lugar Sebastián Vega y Valentina Ochoa encontraron la forma de convertir un proyecto compartido en algo más que ladrillos y cemento: una vida agradable.
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No fue de golpe. Se necesitaron seis años de arduo trabajo, varios planos, muchas dudas, algunos tropiezos y una lista de elecciones que, aunque parecen estéticas, están cargadas de memoria. Es una casona blanca de dos pisos, con sus árboles que escoltan la entrada como si fueran centinelas verdes. La casa de los creadores de contenido es el reflejo de una historia que se fue construyendo al mismo ritmo que sus cimientos.
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Desde afuera, la propiedad parece parte del paisaje. Es una estructura sobria, moderna, con ventanales de marco negro que dejan entrar la luz como si fuera un huésped más de la casa.
Al cruzar la puerta, se llega a un espacio que parece hablar. Una enorme sala de tonos blancos es el recibidor. Es un rincón donde 2 enormes sofás blancos están frente a una chimenea, una sala elegida por Sebastián. En el centro hay dos mesas circulares que sugieren que todo en ese lugar está hecho para fluir. El Mickey Mouse convertido en escultura blanca con orejas doradas es el guardián de aquella sala.
El comedor, lo eligió Valentina. Es amplio y elegante. Podría haber salido de un hotel boutique. En este hogar cada objeto ha encontrado su lugar, como ellos también lo hicieron el uno en el otro. Las poltronas grises con cojines blancos invitan a conversaciones largas, a cenas sin apuros, a brindis sinceros.
La cocina, amplia y luminosa, no necesita muchos adornos. Tiene montañas por ventanas. Cada rincón parece pensado para que el afuera se cuele adentro, y lo doméstico se vuelva paisaje. Desde cualquier ángulo, se puede ver el verde, el cielo y los cerros que rodean a Bogotá.
Arriba están las habitaciones. La principal, con la cama de cara al ventanal, es un palco privilegiado para mirar el amanecer. Nada sobra. Un sofá azul en media luna, un televisor discreto, un closet amplio que guarda no solo ropa, sino una cotidianidad compartida. En el baño, las dos duchas separadas parecen una metáfora del amor que se vive de a dos, pero con un espacio íntimo para cada uno.
Cada hijo tiene su mundo aparte, y los invitados, un balcón propio desde donde mirar el valle. Hay también un gimnasio modesto, sin pretensiones, y un estudio donde las ideas se ensayan antes de salir al mundo digital. Porque sí, además de actores e influencers, son también constructores de relatos, de contenido, de versiones de sí mismos que respiran en cada publicación.
Son vecinos de otros grandes artistas y creadores. Allí cerca viven Maleja Restrepo y su esposo Tatán Mejía y también vive el actor Variel Sánchez. Entre ellos no hay competencia. Hay camaradería y comunidad.
Esa casa en La Calera, al final, no es una exhibición de lujos ni un escenario para posar. Es el resultado de una elección para vivir en paz y armonía todos los días. Es el lugar donde quisieron quedarse juntos para construir su mundo.