Arnulfo y las rositas
Opinión

Arnulfo y las rositas

Cada campaña le ha dado un cable que lleva una pantalla donde se verifica que él ha votado como debe ser

Por:
octubre 24, 2015
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Arnulfo se despertó a unas horas tan tempranas en las que ni el presidente de la República ni los tenderos mayoristas de frutas y verduras se han despertado aún.

Después de vestirse se puso sobre la chaqueta los cuatro cables que le habían dado, uno por cada campaña, y caminó muy lentamente pensando cómo hacer para cumplir el cometido: obtener los dos millones de pesos que tanto necesita.

Cada campaña le ha dado un cable que lleva una pantalla y en donde se verifica que él ha votado como debe ser. Una vez devuelva el cable y verifiquen su voto, le hacen entrega del añorado dinero. Y así en cada sede de campaña.

Lo tiene perfectamente pensado. Le entregan los tarjetones, uno por cada candidato, y en cada papel extenderá una sonora equis en el mismo momento en que pone a rodar el aparatico. Apaga la grabación y sigue con el siguiente. Y así, quinientos mil por cada candidato da la suma de dos millones. ¿Para qué más?

Sin embargo, una gran duda le alberga y es, tal como le informó un amigo melodramático, ¿qué tal que no sea un tarjetón por cada candidato sino uno grande en donde estén todos?  No sabe cómo hacer para que en esa eventualidad no se vean las otras equis y por ello anda dubitativo y no sabe qué pensar o qué hacer en caso de que el amigo tenga razón  y exactamente por ese motivo anda como a las cuatro de la mañana dando vueltas por el barrio.

Ya cuando logra ver movilidad en las mesas de votación decide acercarse siendo precavido, tal como le informaron en cada una de las campañas, para que no se vea ni media micra del cable. Y para colmo, lleva cuatro.

Se acerca y entrega su cédula y la sorpresa no es grande cuando el jurado de votación le indica que no puede votar, que aparece como trashumante. Al desconocer la palabreja, imaginó que no lo dejaban votar por los cables invisibles que alguna cámara escondida habría visto, y salió rápido del lugar intrigado al no ver ningún policía detrás suyo acusándolo y esposándolo y encarcelándolo por venta de votos.

Ya en su casa, nuevamente, decidió con la ayuda de una cuchilla meterle diente a los cables para saber cómo es que funciona eso del espionaje.

Y hablando de…

Y hablando de política, llama la atención las decisiones de las autoridades electorales al prohibir votar a quien se ha recientemente inscrito basándose en que hubo trashumancia. En medio mundo existe lo que se llama el empadronamiento, que no es otra cosa que la inscripción como residente de una persona, ajeno a temas electorales y como obligación legal, y en razón de su residencia, le asignan el puesto de votación más cercano a su casa.

Aquí la cosa es al revés: se inscribe la cédula para votar sin que haya ningún registro como residente ante las autoridades locales.

Pero bueno, llama profundamente la atención la anulación de gran cantidad de inscripciones al presumir la autoridad electoral que hay trashumancia de votos, rompiéndose de base los principios elementales de la presunción de buena fe o la carga de la prueba. En vez de constatar que Arnulfo o quien quiera está actuando dolosamente, por cualquier medio de prueba, olímpicamente prohíben votar a los recientemente inscritos.

Y eso lo hacen en vez de perseguir como debe ser la compra de votos que no se da por quinientos mil pesos, sino por un puñado de mazorcas.

Y mientras, como graciosamente dicen en España, los políticos van de  rositas.

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