¿Arderá el país como arde París?

¿Arderá el país como arde París?

Los oídos sordos y la displicencia del poder alientan al despliegue de acciones de soberanía y democracia en las calles, haciendo un llamado a la dimisión del gobierno

Por: Manuel Humberto Restrepo Dominguez
diciembre 10, 2018
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¿Arderá el país como arde París?
Foto: Nélson Cárdenas

¿Arderá el país como arde París? ¿El pedido de dimisión al presidente Macron será seguido por las protestas antisistema en América Latina, incluida Colombia? ¿Las agendas sociales, que encabezan los estudiantes universitarios, que ya congregan a indígenas, y campesinos, terminarán por pedirle la dimisión al gobierno que cree que todo está bien, aunque sabe que todo está mal? La independencia de hace 200 años, que nunca se completó, se forjó con rabia contra los impuestos, desilusión por la traición a los pactos y el cansancio al poder colonial, lo mismo parece retornar hoy, se lucha contra los impuestos, la paz traicionada y la resistencia al poder neocolonial. Lo que dice el gobierno no es creíble, nada concuerda con lo que la gente espera y resulta imposible codificar racionalmente lo que dice por estar atado a pasiones y engaños.

La alianza de gobierno propone subir salarios y al descuido el presidente sube impuestos, cuando habla de paz su partido destruye los mecanismos de justicia. Cada verbo resulta contrario a lo que pide la gente. La ley fue despojada de su significado original y el derecho penal mediatizado y utilizado para intimidar a unos y dar impunidad a otros. En todo hecho y decisión prima el interés de los dueños del país, que alternan como políticos o empresarios, aunque son las caras de la misma moneda que cosifica y pone precio a todo a su alrededor. El cuestionado consenso de la alianza de gobierno castiga económicamente a la sociedad con leyes alcabaleras y luego la llama a aplaudir su populismo punitivo seleccionando delincuentes. El control político del Estado y sus instituciones lo hacen las mismas elites tradicionales, responsables directas de los faltantes económicos, la postración de la democracia, la eliminación de la universalidad de la justicia y la persecución y eliminación de críticos y opositores con apoyo de los medios que desinforman y suplantan a la opinión pública.

Los anuncios de la alianza en el gobierno parecen insultos, sus más asiduos militantes niegan la historia, abominan la diversidad y la diferencia, odian a sus adversarios, descalifican, estigmatizan, ofenden al pensamiento, aborrecen la racionalidad y se jactan de ser así y de saber manipular el ambiente social, dejándole mínima capacidad de maniobra al Estado para defender la vida, porque siempre hay una mayor ideología corrupta que lo penetra e impide. Cuando habla el gobierno no genera credibilidad, sus justificaciones adolecen de conexiones conceptuales, entre inteligibilidad, racionalidad y veracidad. Incumple pactos, niega conflictos y responde a ninguna situación ajena a su propio interés, bajo la pretensión de que su poder es infinito, sin límite ni obligaciones y precede sus anuncios con amenazas de violencia, ejércitos y más muertes y daños evitables.

La ley justa permanece bloqueada por el poder y la impunidad favorece las violaciones y negaciones a derechos humanos, lo que ha concitado el interés de la Corte Penal Internacional y exclamaciones de las Naciones Unidas ante el horror de la sistemática e imparable persecución y asesinato de líderes sociales, mientras el gobierno apenas ofrece normas carentes de lógica y sentido, que ofenden y empujan a mantener la protesta social, que avanza hacia una agenda común, con la que la sociedad, cansada de las elites y su política de terror, del acoso del Estado y de las maquinarias de poder contaminadas de clientelismo y corrupción, se juegue su futuro radicalizando sus demandas y promoviendo la dimisión del gobierno, que no la tiene fácil para recuperar su credibilidad perdida y deshacerse de raíz de sus vínculos con la clase política responsable de la quiebra política del estado.

El panorama de baja o nula credibilidad al gobierno impulsa y fortalece la capacidad de las movilizaciones sociales que de no ser atendidas y entendidas podrán hacer arder al país como lo hacen en París los obreros de chalecos amarillos, que ya incluyeron en su agenda la dimisión del gobierno. En Colombia, los oídos sordos y la displicencia de la alianza de poder alientan el despliegue de acciones de soberanía y democracia en las calles, que con protestas, asambleas y paros, se aproximan a la huelga general y el llamado a la dimisión del gobierno. Pedir la dimisión del gobierno es cosa de invocar el derecho de resistencia ante la tiranía, heredado de las revoluciones francesa y americana, para permitirle constitucionalmente a los derechos humanos salirse del marco normativo y servir de herramienta de resistencia directa, sin acudir a la ley o ponerse al margen de la ley, no por apología a la ilegalidad, sino porque la justicia permanece bloqueada por el poder y resulta inevitable incorporar en la agenda social otras formas de justicia y legitimidad que configure otros poderes, orientados a devolver la democracia a su lugar y así festejar en 2019 (año del bicentenario de independencia) el año de una segunda independencia, que ya ha enviado múltiples mensajes de urgencia pidiendo atención a las reivindicaciones sociales, y no ha encontrado respuesta, lo que tiende a nutrir la protesta de mediano plazo con el apoyo político latente de ocho millones de inconformes partícipes de la confrontación electoral última y quizá también de miles de inmigrantes desencantados de las promesas incumplidas y los miles de víctimas otra vez olvidadas y negadas.

P.D. 1. La inviabilidad del sistema global de destrucción de lo público muestra que los 14 billones que el gobierno dice que faltan para sostener las finanzas del país son exactamente iguales a las ganancias por 14 billones del sector financiero, que adicionalmente recibe transferencias, reducción de impuestos, exenciones y otras contraprestaciones. 2. La movilización universitaria completó 60 días en las calles y bloqueos en las 32 universidades públicas y 20 instituciones más, tratando de impedir la destrucción de la educación pública, pero el gobierno y la alianza de poder parecen ajenos, preocupados por dilatar, fracturar, negar y violentar, que por resolver, al tiempo que crecen los escándalos por ministros cuestionados, nombramientos equivocados, crisis de gobernabilidad, paros nacionales y una libretaeda correría presidencial para tratar de decir que todo está bien.

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