Aquellos años… ¿maravillosos?
Opinión

Aquellos años… ¿maravillosos?

Por:
septiembre 15, 2013
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“Santiago ha sido buena ciudad para aterrizar a este lado del Océano, reconectarme poco a poco con Latinoamérica. El sábado duré como 10 minutos en silencio paralizada frente al Palacio de la Moneda, sintiendo el peso de la historia en este país. La gente no deja de preguntarme sobre Colombia… ¿cómo empezar a contar nuestra historia!? Son mil entrelaces...”

Natalia Pardo, Geóloga de la Universidad Nacional de Colombia, PhD-Volcanology, PhD. en Filosofía de Massey University, Nueva Zelanda

Estas palabras forman parte de un correo electrónico que recibí por estos días de una joven colombiana que viene de regreso a trabajar por su país, después de una brillante carrera académica en el exterior.

Nacida en 1980, de padres cuya adolescencia trascurrió en los años sesenta y setenta. Años que viven en la memoria colectiva como años maravillosos. En especial en la de quienes iniciábamos el camino hacia la adultez, llenos de esperanzas, ilusiones, rebeldía, sueños. Hartos de guerras, de tiranías, de imposiciones por la fuerza –no sólo en los gobiernos, también en las casas, en la sociedad-, con ganas de cambiar el mundo…

Años de minifaldas, pantalón bota-campana, rock, canción protesta, capul y boina, píldora y marihuana, poesía y flores. Años de baladas llamadas hoy “música para planchar”, cuando lo que menos queríamos las mujeres de esos días era planchar!

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Pero esa superficie era sólo en el ámbito social, en las reuniones de jóvenes. En los colegios de nuestro país, la mayoría católicos y especializados por género, no eran permitidos el largo de falda más alto de la rodilla, maquillaje ni joyas. El uniforme y punto. Nada de pelo largo para los muchachos. Los tatuajes y piercings ni siquiera eran una opción. Prohibían la participación del otro sexo en eventos culturales o deportivos.

Pero así como parecían de maravillosos, fueron años muy dolorosos. Quienes llegamos a la universidad en los setenta encontramos Facultades de Humanidades clausuradas, encerrado el pensamiento, estigmatizados los profesores y alumnos que clamaban por libertad de expresión y de conocimiento. Comenzamos a descubrir el mundo con las escasas herramientas que teníamos y la curiosidad era inmensa. Mucho más para quienes veníamos de provincia, llegados a Bogotá cual indígena precolombino atraído por espejos relucientes. Habíamos crecido en una burbuja en la que todo parecía fiesta.patricia 3

Disentir tampoco era una opción. No se habían inventado la tutela ni lo “políticamente correcto”, ni el “libre desarrollo de la personalidad”. Exigíamos libertad a los “trancazos”, como decía mi abuelo. Los mayores no confiaban en nosotros como interlocutores válidos en ningún asunto. Y mucho menos en política. El comunismo era una amenaza y todo lo que oliera a revolución, de cualquier clase, se reprimía también a trancazos.

Reuniones “clandestinas” en casas, para entender aquello de lo que nadie quería hablar. Leíamos a Marx, a Walt Whitman y a Mafalda, escuchando a Silvio y la “Nueva Trova Cubana”, a Violeta Parra, a Mercedes Sosa, a Serrat, como cualquier pre-adolescente de hoy busca imágenes porno por Internet. Los privilegiados “burgueses” habitantes de la Bogotá de esos tiempos tomábamos vino al calor de una chimenea (tildados de “izquierdistas del Chicó”, aunque no todos vivíamos allí), soñando con compartir esos privilegios con todos. Soñando con un mundo justo, sin desigualdades, igualando a todos por arriba.

Santiago ensangrentada”, Silvio Rodríguez”:

Sueños… Hoy hemos comprobado que las revoluciones gestadas en esos tiempos fueron fallidas. Todas, las de izquierda y las de derecha. Como lo han sido muchas de las revoluciones del mundo a través de la historia. Dictaduras, gobiernos supuestamente democráticos que han desembocado en tiránicos, de ambas corrientes. Una enorme cantidad de nombres que han prometido al “pueblo” (gastada palabra!) igualdad, seguridad, garantías, prosperidad, derechos, bienestar… Y con base en esas promesas, ese “pueblo” ha soportado infamias, corrupción, desalojo, muerte. Quería registrar en esta nota una lista de esos nombres, pero por lo larga y por el inmenso dolor que provoca el solo recordarla, la omití. Como omite nombrar Silvio Rodríguez en su canción “Ojalá”.

Me resulta muy triste que el pasado 11 de Septiembre, cuarenta años después del golpe de estado a Salvador Allende en 1973, aún los chilenos sigan divididos y que ambos bandos insistan en perpetuar culpas. Me resulta muy triste comprobar las palabras de Hannah Arendt: "El revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución". Me resulta muy triste pensar que la llamada por los historiadores “La Violencia” en Colombia, (1946-1966 para unos, 1948-1958 para otros), sea sólo un dato en Wikipedia, pero que ha sido vivida por Natalia, mi joven corresponsal, por mis hijos, por los de ustedes. También por los recién nacidos. ¿Hasta cuándo?

Papá cuéntame otra vez”, Ismael Serrano”:

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