Apenas los recuerdos...

Apenas los recuerdos...

¿Cómo puede sostenerse una vida, construirse a partir de hilos tan frágiles como las fotografías? ¿Por que se hace tan importante reconocernos en nuestro origen?

Por: Harold Hernán Marín Fernández
septiembre 09, 2021
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Apenas los recuerdos...
Foto: Pixabay

De mi pasado infantil tengo en mi memoria apenas desde un recuerdo débil no más media docena de fotos que al tiempo en mi preadolescencia ya eran desteñidas, borrosas, yacían incrustadas en los álbumes desvencijados de esa abuela en la que se había convertido mi madre. Sobreviven en bucles del tiempo los testimonios de mi padre, de mi madre, algunas tías y la poca locución que en ese entonces me brindaran mis hermanos mayores; todos estos fragmentos me construyeron un videoclip mental entrecortado donde de forma intermitente un niño flacucho, enfermoso y amargado aparece y desaparece en escenarios imaginados a partir de lo que pintarán esquinas y fondos de esas u otras fotos familiares de esos tiempos, de las descripciones magras y las ínfimas confecciones apuradas en charlas adultas de innúmeras tardes de café.

Esa media docena de fotos ya no están, se pudrieron en los baúles de mi madre o fueron presa de la codicia de pasados esquivos de tías, sobrinas o cuñadas. El ritual del álbum puesto a mano de la visita se unió a la infaltable preparación del café, en ese último intersticio de tiempo se escurrían las fotos al fondo de bolsas femeninas, al ciño de pantis, bragas o corsés que en el mejor de los casos las trasladaron a un ambiente similar en otra parte, o simplemente sucumbieron a la tromba de la autodestrucción de cocteles de envidias y odios privados, públicamente no confesos... fueron destruidas quizá con sevicia para borrar hasta la mínima huella de una amargura propinada o auto propinada.

Que frágil es ese pasado, tan débil, se hace casi inexistente y de seguro naufragará en la amnesia que deviene con los años. Ese chico mala cara de las menos de seis fotos, ¿de verdad era yo? La única prueba la constituyen los testimonios de personas que siempre contaron mi historia trenzándola con otra cantidad de eventos dispares y disímiles donde era yo apenas un actorcillo de reparto o acaso un extra de segunda de una película que, aunque mía, se me invita ajena. La referencia familiar está, los nexos se evidencian en rasgos físicos y personalidad, y los afectos a dios gracias existen, estuvieron y están, con sus intensidades y deterioros; parte del reparto personal de esa película borrosa y fragmentada ya no está, son más de cincuenta años, los abuelos se fueron, muchos tíos igual pasaron a mejor o peor vida, la infaltable arraso con primos, sobrinos, hermanos, padres…

¿Cómo puede sostenerse una vida, construirse a partir de hilos tan frágiles? ¿Por qué se hace tan importante para nosotros como seres humanos reconocernos en nuestro origen? Saber a ciencia cierta de dónde venimos, cómo éramos, cómo eran los lugares, las personas, construirnos en los afectos a partir de cosas tan sutiles como olores, percepciones, sentires, dolores… Ese mínimo videoclip personal entrecortado y poco visible y poco entendible con los años se crece, su importancia es tan absoluta para seguir encontrándonos y respondiéndonos por muchas cosas que somo y hacemos diariamente.

Los recuerdos son boyas que en la memoria nos guían impasiblemente hacia delante del tiempo desde la trastienda, desde es background de fragmentos en los que ha girones se ha derruido nuestra conciencia con los años. Ese chico de las cinco fotos (o, ¿eran cuatro? No sé), ese flacucho mal encarado si era yo o no, me permite desde su imagen apuntalarme al destino como por un cordón umbilical que trenzado al tiempo me ancla al pasado, a un pasado que puedo decir mío así no me asista la certeza, pasado necesario del cual si no existiese, seguramente haría aún más miserable la porción de vida de la cual puedo hacer certeza, esa de mis años posteriores, esa que aún  sobreagua en mis recuerdos unas boyas más nuevas que a veces se entrechocan unas con otras y que cada vez son menor en número; a esas boyas, mis recuerdos más nuevos, ya no las cuento, perdí su número hace rato, sé que no están todas y recurro a la ayuda de otras memorias compartidas para recobrarlas, entendiendo dos cosas: una, que con nuestro pasado no podremos solos, por lo que afortunadamente están los otros; y dos, solo morimos cuando el último de los recuerdos, de nuestros recuerdos, expiren en la memoria de cada uno de quienes los han construido con nosotros.

Fragmento del libro propio Memorias de un mamerto, de Harold Hernán Marín Fernández 

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