Ver las noticias de Guacho o el nuevo enemigo público abatido

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Los mismos de la foto de la noticia del abatimiento del monstruo son una banda criminal: presidente, generales, policías, fiscal

Por: Carlos Eduardo Satizabal*
diciembre 23, 2018
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He visto desde mi infancia esas fotos de los monstruos abatidos, de aquellos monstruos que son con detalle y cuidado imaginario construidos por las noticias que repiten los púlpitos, los radios y pantallas, los maestros amaestrados y las voces del poder: he visto esas fotos y he escuchado sus nombres terribles hasta empezar a dudar: Sangrenegra, Desquite, Tirofijo y los alias de leyenda de tantos rebeldes y criminales demonizados, nombres que ya son el crimen y el terror mismo, nombres cargados de relatos e imágenes atroces, para que su muerte sirva de regocijo, así mueran en su ley de levantados contra el poder o de bandoleros de fortuna. He visto esas fotos y he leído los relatos y escuchado la repetición de los rituales sangrientos, las atrocidades, las matanzas.

He oído y leído cada día de la memoria esa sonora y terrorífica enumeración de nombres adjetivados demoníacos y demonizadores. Sus nombres preparan sus muertes. Les matan en sus cuerpos pero previamente los habían despedazado en el lenguaje. Como esos monstruos hicieran con sus víctimas, según repiten los relatos sobre sus maldades difundidos persistentemente. Y ya muertos, ya cazados, ya destrozados en el combate contra la fiera atroz, los buenos, los defensores de la ley y la moral y las instituciones, hacen la homilía del demonio extirpado, del mal por fin exorcizado, y la alabanza épica a los héroes de bien que mataron a la bestia del mal con la elegía lacrimosa a los caídos, así sea esa víctima lamentable una perrita entrenada para encontrar minas y explosivos, como si en sus jerarquías religiosas la vida del noble animal valiese menos.

Vivimos esta guerra sangrienta y mediática como una lucha inquisidora contra el mal. Periódicos y noticieros azuzan en la ciudadanía un odio ensordecedor. Un odio que busca convertirnos en turba que se regocija con la muerte, con el espectáculo de la sangre y los cuerpos despedazados. Panem et Circences, decía con sorna Juvenal del método de gobernar de los romanos en el Decline and Fall del Imperium. Aunque aquí es solo Circo sin Pan. Circo de sangre en pantallas y parlantes y páginas noticiosas y miseria y hambre y despojo.

Muy lejos estamos de la dignidad de los guerreros griegos, dignidad que heredó a la memoria poética de occidente La Ilíada: al final de su poema invoca Homero el primer hexámetro y canta la calma de la cólera de Aquiles al aceptar el héroe furioso entregarle el cadáver de Héctor al bello anciano Príamo quien mágicamente se aparece en la tienda de guerra de Aquiles con tesoros para pagar el rescate de su hijo. A Héctor le esperaba ser despedazado y arrojado a los perros y a las aves (como a otros guerreros en los cantos que precedieron al de su muerte). Todos los aqueos han lanceado su cuerpo. Pero al retornar Príamo con él a los muros de Troya, Héctor parece apenas recién muerto, apenas dormido, no hay heridas en su cuerpo, sólo unas leves huellas azules.

Aquí se mata al odiado demonio y se isufla odio en la común ciudadanía para que así, ansiosos, todos esperemos el siguiente trofeo. Pero así simplemente se crea la necesidad psicológica del enemigo y de su cacería, el deseo de matar al enemigo, la pasión demente por la matanza. Cuando fue muerto el jefe guerrillero Jojoy, fue pública la incitación a matar a Piedad Córdoba por parte del infame señor Santos, -el hoy embajador en el imperio, señor de la misma familia y la misma clase de los que incitaron a matar a Gaitán-, este instigador escribió en su twiter: "Una máxima cristiana: hay que tener misericordia con Jojoy y enterrarlo con Piedad".

Su odio con micrófono y pantalla es ejemplo del catolicismo militante medieval que empieza por crear un enemigo y matarlo en el lenguaje. Un catolicismo cruzado, de guerra de conquista y colonización, de esa conquista de la que no salimos. Hay muchas tierras por conquistar. Un latifundio que crece. El asesinato y la matanza siguen siendo desde el inicio de los tiempos de los conquistadores españoles -tiempos que siguen vivos- una de las artes de la acumulación insaciable de riquezas. La acumulación por despojo, por robo, por sangre. Y por ello no cesan las organizaciones del bandidaje y el enriquecimiento criminal. Y florecen huestes rebeldes dispuestas a morir, a dar su sangre por vindicación o justicia y venganza. La sangre es un poder de la economía del crimen y del despojo. Y la ofrenda sacrificial de la rebeldía contra ella. Derramarla o entregarla. O sentirla como fianza o inversión, fundamento de la renta: un empresario exportador de coca, decía: la garantía de mi negocio no está en mis propiedades, está en mi sangre, en mi vida. Me pueden matar para no pagarme. O por faltón. El crimen es un verdadero poder económico. Y su relato es transformado por la ficción mediática y la realidad ficcional de los medios en poder cultural.

Nuestros abuelos también vivieron de modo similar el ritual del monstruo criminal a quien el poder del Estado toma su sangre bajo el cuento de resguardar a la sociedad del mal. La espiral del odio y las venganzas se remonta hasta las primeras rebeliones contra la corona imperial. Que, además, igualan insurgencia a delincuencia: es lo mismo ser rebelde que asesino despojador. Al enemigo insurgente o delincuente hay que despedazarlo, descuartizarlo, y luego maldecir su nombre y su descendencia. Así hicieron con el comunero Galán. Y así sucede desde el inicio de la Conquista, como muestra el grabador y hugonote De Brye en sus visiones del libro del Padre Las Casas: "Brevísima relación de la destrucción de Indias". De Brye grabó a la punta seca los rituales de descuartizamiento de los conquistadores de estas tierras. Y veo en ellos los mismos rituales atroces de los años cincuentas y sesentas de la violencia del siglo pasado: hay allí grabados de "los cortes de franela", y grabados de los "braguetiados" que enseña en su espantosa escuela de descuartizadores la política paramilitar actual.

¿Van entonces a matar a todos los monstruos como prometen los actuales cruzados? Llevan 500 años y más en ello. Pero en realidad la cruzada mediático militar es una empresa de acumulación de poder, una forma de dominar, de gobernar, de fanatizar y de hacer fortuna, de usurpar riquezas ajenas. Porque los mismos de la foto de la noticia del abatimiento del monstruo, son una banda criminal: presidente, generales, policías, fiscal.

Es un infame sistema criminal económico militar político psicológico y religioso. Y contra eso siempre habrá quien se rebele y se levante. Al menos con el pensamiento, o con la acción poética, y la lucidez.

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