Al Vallenato no lo quieren en el Rodadero

Al Vallenato no lo quieren en el Rodadero

Un decreto emitido por el ex alcalde Carlos Caicedo restringe las serenatas después de las 8:00pm

Por: LUIS F. OSPINO
enero 22, 2016
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Al Vallenato no lo quieren en el Rodadero

Mala cara. Al parecer esto es lo que está ocurriendo en la ciudad de Santa Marta con el decreto 376 del 4 de diciembre de 2015 emitido por el entonces alcalde Carlos Caicedo, que regula el uso de las playas del Distrito con vocación turística y que impacta de manera inmediata en el Rodadero, Playa Blanca y, paulatinamente, en Bello Horizonte, Playa Salguero, Don Jaca, Aeropuerto, la bahía de Santa Marta y Los Cocos, restringiendo el uso de la playa luego de las 6:00pm. Ninguna persona puede permanecer sentado o caminando en la arena, y después de las 8:00pm, se inicia la queda para los vendedores, y con ello el toque de queda para los serenateros del vallenato.

El pasado 7 y 31 de diciembre turistas que se encontraban en la zona de playa del Rodadero, al ser desalojados por personal uniformado de la policía, formaron una trifulca en la que fue necesario acudir a los llamados antimotines para apaciguar los ánimos de los que deseaban un ambiente de caja, guacharaca y acordeón.  Y es que el decreto ha dado para más controversia, fuera de expulsar literalmente a los turistas de las playas, con patrullas, caballos y una orden metálica que hace recordar los aciagos tiempos de las dictaduras. La persecución a los grupos autóctonos de serenatas, que con guitarra o acordeón buscan mantener ese legado que grandes juglares dejaron-- recientemente reconocido por la UNESCO como patrimonio de la humanidad-- y que tiene como cuna a ese Magdalena Grande que inspira y se enorgullece de talento,  tristemente se ve opacado por los altos decibeles de discotecas, estaderos a 100 metros del camellón, que sí son permitidos por ser un comercio formal.

Turistas sacados por patrullas de las playas de Santa Marta. Foto: Luis Ospino

Turistas sacados por patrullas de las playas de Santa Marta. Foto: Luis Ospino

Para el secretario de Gobierno, Luis Guillermo Rubio, el asunto fue concertado, cosa que desmiente el representante de la asociación de músicos del Rodadero, que agrupa a 150 intérpretes del folclor tradicional, Eliseo David Martínez, quien asegura que una cosa son las reuniones y otra las socializaciones que debieron realizar para no perjudicar a un grupo base de familias que dependen de este oficio.

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Foto: Luis Ospino

 

El secretario de Gobierno asevera que El Rodadero ha dejado de ser un balneario turístico y desordenado con presencia de ventas de alucinógenos y hurtos. Esto queda en la percepción, porque los amigos de lo ajeno se trasladan de lugar como ocurrió el pasado lunes cuando una persona fue acribillada en la zona de entidades bancarias del balneario. Y la imposición que ejerce la policía ha llevado a crear una imagen negativa para la ciudad que en nada garantiza el bienestar y el ambiente adecuado para la recreación del turista, especialmente en horas de la noche, cuando todo gira en el balneario.

Los paseos románticos de parejas, el escuchar una melodía tradicional y por consiguiente una diversión, ahora tiene que ser limitada en un espacio donde lo tradicional se pueda mantener sin crearle perjuicios a otros principalmente a la cantidad de familias que viven del turismo informal. Esto, entre otras cosas, es el producto de las negligencias de administraciones pasadas que poco o nada hicieron por el balneario.

Hoy en día rescatarlo a la fuerza es el peor error y mucho más tratar de indemnizar a los músicos; es como aplicarle una eutanasia más rápida al Vallenato, que con las nuevas fusiones languidece, y mucho menos como opina Ómar García, director ejecutivo de la Asociación Hotelera y Turística de Colombia (Cotelco) en el Magdalena, que considera no rentable esa clase de turismo que se ejerce en esa parte de la ciudad:

“En la noche,  lo que es la playa del Rodadero se convierte en la discoteca más grande de Colombia; un espacio público invadido en el que se dejan botellas y todo tipo de basura”. Aunque un gran número de turistas disfruta de este plan nocturno en las playas de Santa Marta, García considera que es una actividad que no genera un turismo sostenible. Contrario a lo que piensa García, este sería un turismo sostenible porque le deja a centenares de familia un sustento para sobrevivir. Los que no han sabido hacer la pedagogía son los funcionarios del orden público y privado que se siguen rasgando las vestiduras, con el desdén de lo autóctono.

Y para demostrarlo tenemos a Cartagena, que ya cuenta con un proyecto y recursos aprobados por el Fondo Nacional de Turismo para la recuperación de playas y la formalización del comercio sin ir en contravía con los turistas, como de los propios vendedores o exponentes del folclor. Pero un ejemplo para tener en cuenta es el de Bruselas (Bélgica) donde los músicos callejeros son parte del paisaje, en el que se benefician 257 artistas donde según el Servicio de Cultura: “Bruselas quiere dejar un espacio a los artistas. El reglamento es una manera de armonizar el espacio público, porque hace falta que artistas, vecinos, trabajadores y turistas lo compartan de la mejor manera”.

Aunque el decreto busca preservar el bien de las playas, es entendible el punto que prohíban el baño hasta las 6 de la tarde. Sin embargo, el hecho que no se transite y mucho más crear un toque de queda para ocultar una realidad como la informalidad y la delincuencia, es una mentira de una tensa calma que con el tiempo puede reventar como un globo en la cara. El nudo gordiano no es el decreto; es qué tanto poder de decisión puede tener el actual alcalde Martínez con lo decidido por su antecesor Caicedo; un asunto de paternidad política que puede terminar en más trifulca en el Rodadero.

En resumidas cuentas, lo que pasa en las playas de Santa Marta en tiempo de temporada turística es como si en Barranquilla decretaran que a partir de las 10 de la noche se prohíba el toque de tambora los días de carnaval. Es perder una esencia, una identidad; es nuestra identidad 'macondiana', donde un decreto le prohíbe a los serenateros cantar de noche.

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