Aída Merlano y el dolor de espalda
Opinión

Aída Merlano y el dolor de espalda

Pasó de su celda de oro a la tortura de la cárcel del dolor. ¿A los criminales que dirigen la banda desde alcaldías y gobernaciones, les importarán los dolores de Aída?

Por:
octubre 13, 2019
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Hace un tiempo hablaba con un amigo médico sobre el dolor físico. Me dijo algo, citando algunos artículos académicos, que me quedó en la mente: “El problema del dolor es que es muy difícil acostumbrarse a tenerlo, la gente se acomoda a perdidas materiales, personales, a casi todo, menos a tener dolor físico constante”. Es un médico serio, supongo que son ciertos los estudios a los que se refería. Aunque parecería, por el afán de los clics en los titulares quizás, que una semana los médicos comprueban una cosa y a la otra prueban lo contrario – la carne es buena, la carne es mala, el vino rojo alarga la vida 3.26 años, el vino rojo acorta la vida 4.12 años y así-, la verdad es que la ciencia ha comprobado sin lugar a duda razonable algunos hechos.

Para el asunto de este artículo, basta con que la intuición confirme los estudios del médico amigo: padecer dolor físico crónico es una experiencia realmente dura. Hay un tipo de dolor que, en particular, es persistente e incómodo: el dolor de espalda. Cualquiera que haya tenido un lumbago o un “mico” en la parte alta de la espalda, sabe bien qué tan disruptivo puede ser un dolor de esos. Está, además, asociado con componentes mentales, el estrés y el dolor de espalda, la depresión y el dolor de espalda. Es muy difícil saber qué causa qué, ¿la enfermedad mental causa la enfermedad física o es al revés?

Pensaba en esto viendo la fuga de Aída Merlano. Evidentemente la cuerda que usó para saltar del segundo piso le sirvió para muy poco. No es tan fácil deslizarse por una cuerda y no parece que Aída haya crecido haciéndolo o que haya practicado mucho últimamente. En medio de la recocha en el que la tenían, a lo mejor debió haber sido más discreta y practicar un poco en una cita de alguno de sus procedimientos estéticos. Seguramente la habrían dejado practicar o, a lo mejor, al ver el lío que tenía para usar cuerdas, le habrían ayudado a fugarse de mejor manera. Al fin y al cabo, a los jefes les importaba era que se fugara, no cómo se fugara.

Saltó pues básicamente, perdonen, de culo y así cayó. Caída semilibre. Qué totazo se pegó. Yo he tenido algún dolor crónico y en mi familia ha habido dolor de espalda durante generaciones. Vi caer a Aída y, la verdad, solo podía pensar: se destruyó la espalda o la cadera o el coxis. Ahí va a cargar con ese dolor toda la vida. Si el golpe fue realmente serio, iba a tener dificultades, además, para ir al médico. No conocía los detalles de su caso ni, jamás, me imaginaría que el tema los días siguientes iba a ser su hija y un odontólogo y no las redes criminales de compra de votos de las que hacía parte.

No conocía el caso porque me parece aburridor leer sobre Aída. Mi sesgo es sencillo: es un caso típico de una red clientelista de compra de votos en América Latina – ver este libro, por ejemplo- y, la particularidad colombiana es la que sabemos, capturaron al nivel intermedio de la red. La punta de la pirámide está bien protegida. Miren nada más la financiación de Odebrecht: mientras en Colombia solo capturan a intermediarios, en el resto de América Latina han ido por las cabezas. Ya lo decía Echandía, Colombia es un orangután en sacoleva.

Me parece aburrido el contexto político de Aída, pero sí me interesó la caída de Aída. ¿Cómo fue que destruyó su vida de esa manera? No creo, sinceramente, que sea más que un detalle pasajero: por escaparse de esa manera, sospecho, se va a asegurar una vida, o por lo menos un buen rato, de dolores físicos. Salió de su celda de oro para entrar a la tortura de vivir en la cárcel del dolor. Escapando y escondida. Echó a los lobos a la hija y a sus amigos.

 

 

¿Para qué? ¿Qué justifica pasar por esas torturas?
¿Una plata para comprar unas cosas y un poder, el del político, vano y pasajero?
¿A qué horas la vida de alguien se tuerce de esa manera?

 

 

¿Para qué? ¿Qué justifica pasar por esas torturas? ¿Una plata para comprar unas cosas y un poder, el del político, vano y pasajero? ¿A qué horas la vida de alguien se tuerce de esa manera? ¿A los criminales que dirigen la banda desde alcaldías y gobernaciones, les importarán los dolores de Aída?

Hay una idea elemental pero profunda: vale la pena ocuparse de vivir bien cada día porque como se viven los días, se vivirá toda la vida. Qué desastre el que armó Aída que destruyó sus días. Debería liberarse y contar lo que vio en la política. En su narración se lograría encontrar un trazo muy interesante: cómo corre la plata ilegal en las campañas, los miles de millones de pesos que arrancaban en los hoteles elegantes de Bogotá donde se encontraban los de Odebrecht y compañía hasta los últimos miles de pesos para comprar el voto en el barrio más humilde de Barranquilla.

Así, puede que le duela por siempre la espalda, pero le quedarían unas gotas de dignidad, el que peca y reza, quién sabe.

@afajardoa

 

 

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