Abstencionistas: salvemos a Colombia del abismo

Abstencionistas: salvemos a Colombia del abismo

Por: Ignatius Reilly
mayo 26, 2014
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Abstencionistas: salvemos a Colombia del abismo

Durante años estuve convencido de que el abstencionismo era la manera más noble que podía encontrar para rechazar un sistema, cómo la democracia, que se había convertido en una prostituta dispuesta a complacer al que mejor pagara por ella. Los resultados de su fracaso podían verse saliendo a la acera de un barrio De gente bien, descubriendo entre una montaña de cartones los cuerpos de esos niños, los hijos de nadie, que con su cara sucia y en el estómago sintiendo la terrible puñalada del hambre, logran escapar cada noche del frío y de la muerte juntándose en el abrazo desesperado de los náufragos. A pocos pasos de allí, una pareja de recién casados se apresta a salir a trotar. Son delgados y altos como la espiga de un trigal. En sus caras se refleja la contrariedad, la molestia al notar que los cartones siguen allí, respirando, señalándolos, sacándolos de su lugar de confort. “Esto cada vez es más peligroso”- piensa la mujer mientras se acomoda el microscópico aparato en el que va a escuchar todas esas canciones de Madonna que le impiden desfallecer justo cuando esté a punto de coronar el cerro. Los cartones no deberían estar allí, un gobierno responsable tendría que ocuparse de ellos, llevarlos a las afueras de la ciudad, levantar un muro y ponerlos detrás de él. La seguridad mi amigo, la seguridad. Con sumo cuidado y acelerando el paso, la pareja se aleja en un par de zancadas del lugar, esperando que al volver, el decadente espectáculo haya podido ser erradicado y ojalá para siempre, de sus limpias y blancas aceras.

No importa quien quede de presidente las condiciones no cambiarán para esos niños que muchas veces los sorprende la mañana morados y quietos, sin que sus ojos, que vieron tanto en tan pocos años, se vuelvan a abrir. A nadie le importa lo que pueda pasar con esos niños, ni siquiera a esa masa de desocupados que madrugan un domingo cada cuatro años con la ilusión de elegir un presidente, esos mismos que, lobotomizados por los medios, creen que el origen de la cruda e interminable guerra que azota a Colombia nació del capricho de un Farucho sanguinario y no de la monstruosa e infame desigualdad que nos rodea, la cual están convencidos que no es más que el divino, inmodificable y eterno designio de Dios el infame.
No es posible que un país que tiene 14 millones de pobres y 5 millones de indigentes, tenga la aspiración de vivir en paz. Un problema social como el de Colombia no se termina bombardeando cambuches en la selva o erradicando a punta de glifosato cultivos ilícitos. Podrán exterminar a todos los terroristas de las Farc que quieran, pero si no se mejoran las condiciones, sino se garantiza una redistribución del ingreso real más eficiente, es probable que mañana sean otros los que se levanten en armas ansiosos de desahogar el resentimiento acuñado en generaciones de desprecio, de oportunidades negadas, de exclusión.
Esa es la razón por la cual nunca he ejercido el derecho al voto. Por mí que se suba al trono un rey muy gordo y egoísta cuya única obsesión sea el arte, un monarca que mande a ejecutar a todos los tecnócratas y a los profesores de español que no les guste leer y se proponga crear una nación de pintores, escultores, novelistas, cineastas y deportistas. Pero como los grandes linajes se han corrompido en su propia endogamia, tendré que ir aceptando la realidad y sobre todo la época en la que me ha tocado nacer. Los reyes no volverán, a no ser que la plaga zombi, para la cual ya está preparada el pentágono, despierte a los muertos de sus tumbas y ahí sí, nadie podrá sacarle la corona al podrido cadáver que se sentará en el sillón presidencial.
Delirios aparte les estaba contando que mi intención era nunca votar, llegar a viejo sin esos dos aberrantes crímenes que son crear vida y elegir un mandatario en un país del tercer mundo. Pero las circunstancias obligan y al ver el monstruoso resultado en donde se perfila a un uribismo todavía más fuerte que en la década pasada, manejando a su antojo la presidencia y el senado y volviendo realidad el sueño de Pablo Escobar de convertir a este potrero en un narco-estado, se me ha salido el sentimiento patriótico que estaba reservado sólo para celebrar la epopeya de Nairo y Urán en Los Alpes y es por eso que el domingo 15 de mayo haré uso por primera vez de mi derecho al voto.
Y yo creo que como yo deben haber cientos de miles de escépticos que están convencidos que su voto no erradicaría los cartones que respiran, las llagas que caminan, el hambre que roba, el frío que droga, la necesidad que mata. Somos muchos los que pensamos en que un sistema en donde se escoje al menos ignorante y ladrón, debería empacarse y devolvérselo a los Estados Unidos que es de dónde esta idea tan macabra y asesina como la del cristianismo mismo ha sido importado. Pero en épocas de crisis es necesario soluciones radicales. Con todo y su ineptitud y corruptela, el gobierno de Santos está a un paso de ponerle fin a un conflicto que tiene más de 65 años. El mérito de Juan Manuel no fue sólo doblegar a las FARC militarmente, sino ser consciente de que para que exista una paz duradera tienen que haber las condiciones necesarias para la justicia social. Qué vergüenza me da contradecir a los canes sedientos de sangre del uribismo pero cortarles la cabeza con una sierra eléctrica a todos los campesinos rebeldes, sólo sirve para crear más venganza e insurgencia.
La paz, esa misma paloma blanca con la que soñamos todos alguna vez, quiere ser despedazada por la cauchera del uribismo. Ayer, tres millones y medio de personas escupieron sobre su diminuta y frágil cabecita. Esa millonada de gente hizo propia la venganza personal del doctor Uribe contra el grupo de bandoleros que asesinó a su padre, el mismo sujeto que al parecer tenía vínculos con Pablo Escobar y los incipientes grupos de autodefensa que protegían a los poderosos terratenientes a principios de la década del ochenta en el Magdalena Medio.
Si gana Zuluaga la oportunidad de ponerle fin al conflicto se perdería quizás para siempre. No vemos a Uribe, en su papel de titiritero, aceptando las condiciones del grupo guerrillero, unas condiciones que al leerlas uno se sorprende, porque benefician más al pueblo colombiano que cualquiera de las propuestas de los cinco candidatos en contienda, salvando las de Clara López.
En ese marco a uno le toca acercarse a la mesa de votación con un gancho en la nariz, olvidarnos de lo aborrecible que fue la figura de Juan Manuel siendo ministro de Uribe, de Gaviria, de Samper y pensar en que es él o el abismo, es él o el pabloescobarismo, es él o la guerra. En esa disyuntiva hasta un tipo como Santos se convierte en salvador de Colombia.
Romperé los escrúpulos y no votaré a favor del candidato de la U sino contra la guerra, los conservadores, el catolicismo, el narcotráfico, el machismo, la paisanidad, la chabacanería, el asesinato, las chuzadas, la cizaña, el odio, Antioquia Independiente, la ira y la intolerancia que fomentan con éxito, entre sus huestes sanguinarias, el Centro Democrático. El voto de los abstencionistas es la última arma que nos queda para evitar que Colombia caiga al más profundo y oscuro de los abismos.

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