A propósito de: "¿Por qué volverse 'estoico' en estos tiempos modernos?": ¿estoicos o borregos?

A propósito de: "¿Por qué volverse 'estoico' en estos tiempos modernos?": ¿estoicos o borregos?

Con todo lo que pasa, no es tiempo de buscar la quietud. Dios preferirá eternamente el grito de un revolucionario y no el lamento de un millón de esclavos...

Por: Ricardo Arango Siegert
noviembre 08, 2023
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A propósito de:

A propósito del artículo que Las2orillas publicó recientemente acerca del estoicismo (y su prima-hermana la resiliencia), quisiera, si me lo permiten, hacer un aporte con el único ánimo que me motiva: escribir que es una pasión en mí e intentar una contribución al despertar humano que innegablemente navega, o debería decir naufraga, en aguas que lo ahogan sin ser consciente de su inevitable naufragio. 

Intentaré brevedad, por respeto a quien me pudiera seguir, más si por mí fuera me explayaría hasta el imposible horizonte.

Intentaré brevedad, mostrando no mi parecer, sino unos hechos que sin duda dejarán al menos inquietud en la mente de quien llegue al final de estas líneas. Por el bien de nuestros hijos, por el bien de las venideras, deberemos tener el valor de abrir los ojos, y con las manos bien dispuestas, escudriñar en la más nauseabunda inmundicia, así el hedor de esta, nos parezca insoportable.

Señalan algunos, a los más grandes que esta tierra ha visto jamás, y nos dicen que fueron estoicos. Sí, nos aseguran que ellos, Jesús, Gandhi, Sócrates, Thoreau, Marco Aurelio y otros lo fueron. El estoicismo como escuela filosófica y su prima la resiliencia tan de moda hoy en día, nos invita a la quietud más que la serenidad. 

Nos dice que el fin último del ser humano es su propia paz a cualquier costo, a no inmutarnos.  Y sí, la una y la otra, y me refiero a las dos filosofías,  pueden o podrían ser la solución a las ansiedades y temores que quizás los dioses y demonios nos siembran en nuestras mentes diariamente.

Pero la mente colectiva, la conciencia colectiva solo encontrará en las dos anteriores el mayor autoengaño que la humanidad podrá tener. Y reitero que señalan a los más grandes, como los mayores exponentes del estoicismo…  y quizás  lo fueron. 

Pero que nos quede claro que por encima de todo fueron eternos revolucionarios;  no borregos. Y todos, o casi todos, dieron su vida y murieron de manera similar. Solos, juzgados y asesinados por sus ideas y sueños de un mundo mejor, un mundo en paz.

Pero es que la paz… no es negocio. Solo el demonio se beneficiará del silencio de una raza que debería en lugar de callar, gritar. Solo los dioses y demonios se regocijan con la danza de los buitres que rondan el dolor, el sufrimiento y la sangre que mana sin parar, regando esta tierra que va quedando estéril, gracias a que confundimos por lo delgado de la línea que las separa, TOLERANCIA E INDIFERENCIA.

Hoy el mundo acaricia morbosa e indiferentemente la posibilidad de una tercera estupidez mundial. Callamos porque no creemos. Nos creemos tan, pero tan insignificantes, que no levantamos la voz. Si fuéramos conscientes del poder que cada ser humano tiene detrás de sus pensamientos, sus palabras, y su voz, los gobernantes del mundo seguro entenderían que ellos deben obedecer la voluntad de los hombres.

Pero no creemos y nos embriagamos en nuestros pequeños universos de egos gigantescos y diminutos sueños  personales, y de yoes infinitos.   Pareciera que el fin último es no el estoicismo sino la propia satisfacción, hedonismo vulgar, Pan y Circo. 

Es la indiferencia una inexplicable respuesta inhumana ante todas las situaciones de dolor, de horror, brutalidad y abuso, con unos efectos iatrogénicos, que son desconocidos por unos, ignorados por otros. Si tan solo entendiéramos el poder que latente existe en nuestras voluntades, y eleváramos nuestras voces… Hubo otros menos mencionados que nos demostraron el poder de esas voluntades ignoradas.

Una vez le oí a un hombre de voz tranquila, serena, le oí la historia de una mujer, Domitila Barrios,  que acompañada por otras cuatro, se posaron en protesta ante las risas de los transeúntes que expresaban sus burlas ante el intento de las  “pobres insignificantes”  para derrocar a un dictador. ¿Cuál? Hugo Bánzer Suárez. Decía el narrador, que las cinco, luego fueron cincuenta, luego quinientas, luego quinientas mil… y derrocaron al dictador.  

Uno más: solo después de Pearl Harbor los Estados Unidos de Norteamérica entraron en la guerra, y no porque casi la totalidad de la población lo aprobara, lo pedía a gritos.  El presidente de la época hacia mucho que quería entrar en esa guerra. Él lo deseaba hacía mucho tiempo atrás. 

¿Ejemplos?  No quiero cansar. Serían incontables. Lo importante y desconocido u olvidado, es que hoy, tenemos una oportunidad única para exigirle a cada gobernante. Hoy, como nunca, tenemos en nuestras manos una herramienta que el hombre no había tenido antes. Hoy podemos levantar la voz y decir ¡BASTA! Pero callamos.  

Hoy, ante nuestra pasividad, los hijos de Dios se venden. SÍ, lo denunciaron en el séptimo arte unos valientes en días anteriores en algo que muchos tuvimos el valor de ver. El slogan de la obra: “Los hijos de Dios no están a la venta”; pero tristemente se venden. Y los compran los sacerdotes, los políticos, los mafiosos, los que pueden con dinero los compran, y luego, los revenden una y otra y otra vez. Los creadores preguntan: Y… ¿Si fueran nuestros hijos?

Hoy silenciosamente, casi morbosamente contemplamos la posibilidad de una tercera estupidez mundial… como si estuviéramos bajo el efecto de anestesia general. Bailan los buitres, la danza del terror, del horror desatado en las tierras que reclaman unos y otros como promesa divina.

Citan a Dios, ignorando que en su lugar se encuentran todos los dioses y demonios, esos que reclaman sangre y venganza  (sí, la ley del Talión), son ellos los que se regocijan con el dolor y el sufrimiento y la sangre derramada por los hombres.

El resto, el resto de los hombres, se debaten en eternas discusiones de quien es más terrorista que el otro. Mientras… Dios llora viendo como en su nombre,  los violentos levantan las banderas de su violencia; la de ellos estúpidos eternos.

Pregunta: ¿Y que hicieron los estoicos? Entendamos de una vez, que los de hoy no son días para la indiferencia. Deberemos dejar atrás, la quietud, y deberemos por encima de todo entender que en estos tiempos de desafíos gigantes, los humanos deberemos reflexionar y decidir si queremos bailar con todos los dioses y demonios o caminar de la mano de DIOS;  y como siempre digo, convencido viviré y moriré de que Dios preferirá eternamente  el grito de un revolucionario y no el lamento de un millón de esclavos.

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