A la caza del casado

A la caza del casado

El matrimonio, en cualquiera de sus presentaciones, representa una atadura arcaica, medieval y el acabose no solo de los mejores años de juventud, sino de la vida en pareja

Por: Eddie Vélez Benjumea
junio 19, 2020
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A la caza del casado
Foto: Pixabay

En tiempos anteriores era usual ver cómo familias gobernadas por un “mal matrimonio” debían seguir juntas pese a los percances de esta unión fatídica, porque estaba cultural y socialmente mal visto dejar a los hijos sin una figura paterna que impusiera el carácter fornido que debían aprender los frutos de estos casamientos.

¿Cuántos han sido hijos de matrimonios obligados por nuestro nacimiento? ¿A cuántas madres o padres nuestra venida al mundo truncó sus sueños?

Siento que con el pasar del agudo tiempo voy quedando varios puestos atrás en la carrera por la vida que tiene mi generación. Muchos de mis antiguos compañeros de escuela ahora son padres, pero no de vida consagrada como el papa quisiera. Ni siquiera pasan de los 25 años y ya están casados, y cansados, he allí el problema. Creo que se entregaron a un suplicio demasiado pronto.

Cosa insignificante es pensar que tener casa propia traduce el éxito de la vida o que la posesión de un carro otorgue un mayor estatus social, ¡pero qué bien que se siente darse un gustico de esos en una edad próxima a la de mis contemporáneos!

No sé si le corrieron mucho a los problemas de la vida en unión sacramental, o si, en cambio, yo me hallo atrasado, ¿o retrasado? Mi reloj biológico grita por dejar herencia en este mundo; no obstante, me embarga saber la hora premeditada de mi muerte social. La gran mayoría de ellos no cuentan con una carrera profesional, a dolosas penas tienen una media técnica de bachillerato y se miran alcanzados a final de mes con el dinero del mercado. Si yo me veo alcanzado a veces, siendo un zángano chupasangre en la comodidad de “hotel mama”, no imagino sentir la necesidad del prójimo al contar peso por peso para pagar la cuenta de la luz.

Problemas de la vida cotidiana, diría yo; capitalismo puro y duro, dirían los liberales; apología al vaguismo, dirían los más godos; injusticia social, pensarían los más progresistas, en fin… Siento conmiseración ante la falta de oportunidades sociales que nos ha heredado este país. Educación a medias, primeros trabajos contados que piden experiencia donde no la hay, acceso a herramientas tecnológicas nula. Han logrado que personas de mi generación sigan consecuentemente los patrones comunes de la sociedad y prolonguen los ciclos de pobreza que desde épocas antiquísimas abundan en el país; le han corrido a la vida antes de lo necesario, quizá por ignorancia, o por falta de oportunidades, permitiéndose anteponerse a las necesidades cotidianas antes que al placer mundano de la soltería bohemia; placer a la sabiduría, placer a viajar sin ataduras paternales, placer al amor de fin de semana, simple placer a la vida.

Pensaría que cada persona, en su derecho a vivir como le plazca, tendría total libertad a materializar sus planes como mejor le parezca, sin embargo, me hallo en una encrucijada al verlos en ciertas ocasiones tan insípidos, tan tristes, tan melancólicos y ensimismados en un mundo de normalidad cotidiana que me dan ganas de jamás imitarles y entregarme, sin miedo alguno, a la vida de perro vagabundo que llevan los escritores borrachos de la generación de mis padres.

Veo a estos desdichados y me dan ganas de arrancarme de tajo mis conductos seminales para jamás llegar al mérito de engendrar vida alguna, y no porque no quiera o apoye la vida de un humano más —que bien no es necesario en épocas actuales— sino porque no tengo la habilidad vidente para verme como un futuro padre; tal vez un padre de iglesia, dictando misas paganas y con mis acólitos cobrando el cover en la entrada para comprarme el vino del D1 para la próxima celebración. En fin... ¡Que se apiaden mis amigos de mí! Espero no me lean, porque se llevarían la gran decepción de saber que esta película se basa en ellos, siendo protagonistas de una historia con un futuro pormenorizado, ¿o tal vez el mío? No sé, en Colombia eso es incierto. Rezaré a ver si me gano el Baloto y me compro una finca en El Peñol para terminar ahogado en las aguas ahora inexistentes de la represa azul.

Por eso no me planeo ahogar. Mis allegados saben que no veo mi vida en matrimonio. ¿Y qué es el matrimonio? Un complicado contrato entre dos partes donde se constituye una unión legal o sacramental en un periodo de tiempo indefinido y malgastado.

¡Ojalá jamás me atrapen! Que las deidades se apiaden de mí y no me pongan alguna vez en un altar si no es para oponerme a alguna boda extraña. Que me liberen de las ataduras de ese crimen atroz y me dejen vadear por las enaguas de mi enamorada, sin el terror de clausurar el beneficio de la carne que se acaba con el matrimonio.

Aunque el matrimonio es un derecho consagrado en el artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos es uno al que no todas las parejas deberían acceder, no por puro capricho mío, sino por beneficio de la humanidad y de su propia tranquilidad. No todos están preparados para asumir ese nivel de compromiso, yo mismo estoy aceptando mi ineptitud ante el caso. Si todos ellos tuvieran la conciencia plena de lo que acarrea esta unión tal vez no caerían en sus garras, y no porque sea algo netamente malo, al menos no en todas las ocasiones, ¿o sí? Bueno, al final todo termina, sea con la muerte o con un lindo divorcio con fiesta incluida, mesa de postres y foto para el recuerdo de la desunión de una relación que desde el principio pintaba mal.

En tal caso, el matrimonio, en cualquiera de sus presentaciones, representa una atadura arcaica, medieval y el acabose no solo de los mejores años de la juventud, sino de la vida en pareja que alguna vez se disfrutó.

¡Dejemos los apegos de lado!

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