Carta a una madre desaparecida en El Salado

Carta a una madre desaparecida en El Salado

A mi padre le dispararon en la frente y lo remataron en el suelo

Por: Óscar Saúl Argüelles Díaz
abril 12, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Carta a una madre desaparecida en El Salado

Hay recuerdos marcando la infancia y están clavados en la memoria como una dolorosa puntilla en la planta del pie que arde cada vez que se intenta sacar. En diciembre de 1999, jugábamos en la cancha del pueblo muchos niños y los adultos festejaban que era época de fiestas de fin de año. Un Helicóptero apareció así de la nada como un fantasma lanzando panfletos que decían:

“Disfruten este diciembre que será el último”

Eran miles de papeles que decían eso y caían como lluvia, hubo cierto estupor entre los pobladores, algunos dijeron que les avisarían a las autoridades en el Carmen de Bolívar. Pero el impacto de la amenaza se fue diluyendo en el fragor de las festividades y al tema no se le dio mucha importancia.

Comenzando el mes de enero del año 2000, estaba emocionada porque en ese año iba a cursar sexto grado y me faltaba poco para comenzar clases, me imaginaba que pronto sería una persona grande. Tenía cinco hermanos grandes, tres de ellos tenían mujer e hijos bebes y vivían con sus familias en casas muy cerca a la nuestra, mis otros dos hermanos estaban prestando el servicio militar obligatorio en Cartagena, ellos venían cada seis meses a visitarnos y la última vez que habían venido era hace cuatro meses, así que pronto nos visitarían.

Era la única hija mujer de mis padres así que decidieron colocarme un nombre poco común, mi madre lo había oído en una de esas telenovelas mexicanas que daban en horas de la tarde cuando reposaba el almuerzo, viendo televisión y tejiendo mochilas, se le ocurrió llamarme Flor de Paz, que según lo que había visto en la tele era una hierba que servía para hacer pócimas mágicas.

El cura que llegaba a dar misa al pueblo me decía que era un nombre bello. Así que siempre que podía rayaba mis cuadernos con mi nombre completo en diferentes formas de letra:

Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina, Flor de Paz Torres Medina.

Como si estuviera haciendo una plana. Papi se daba cuenta de eso y me regañaba porque él decía que después no tendría plata para comprar otro cuaderno, entonces a escondidas arrancaba hojas y las rayaba con mi nombre.

En el transcurrir de ese mes se le fueron cayendo las pocas hojas que les quedaban a los arboles y el cielo estaba despejado proyectando un color azul intenso parecido al mar. La vida del pueblo era tranquila para eso días, quizás era la calma que se siente antes de la tormenta, mi padre después que venía de la rosa, descansaba en su hamaca en horas de la tarde a eso de las tres, escuchando música en su viejo radio, él se levantaba todos los días muy temprano como a las cuatro de la mañana se tomaba un pocillo de tinto, ensillaba su burro y se iba a trabajar al monte en los cultivos de tabaco, plátano, yuca, y maíz.

Le gustaba mucho un vallenato que decía:

“En enero joche se cogió un mochuelo
en las montañas de maría
y me lo regalo no más para la novia mía”

Lo tarareaba y decía:

-Flor mija con esa canción enamoré a tu mamá, gracias a ese vallenato estas tu aquí mijita-

Entonces yo gritaba diciéndole a papi:

-¡Que viva el vallenato huepajee!

Y se reía a carcajadas, luego se rendía y parecía que estuviera riéndose cuando estaba dormido. A pesar de que yo nunca había vivido en una ciudad grande, ni las conocía muy bien y en mi pequeño pueblo no se veía carros lujosos, centros comerciales, ni grandes parques como los que aparecían en la televisión, vivía muy feliz al lado de mi familia. Antes de que cumpliera los siete años de edad en mi pueblo eran tiempos de prosperidad los forasteros le decían “La tierra bendita”, de sus cerros salían el mejor tabaco, plátano y yuca de la región. Algunos dicen haber visto panteras entre los matorrales, había acueducto, energía y hubo intentos de explorar petróleo y gas. Estaba a punto de ser subido a la categoría de municipio.

Pero a el Salado llegó el horror, el terror y la violencia, todo junto, fue como la confabulación del averno con todos sus demonios juntos, la guerrilla fue la primera en llegar, seguida a ellos llegó la policía y como esta no resistió los embates de la guerra, vino el ejército y los enfrentamientos fueron constantes, la lucha era inclemente, pero las FARC, parecía que tenían el control de la zona y así lo fue con el paso del tiempo, hasta el punto que ya no se veía ninguna autoridad del Estado por la zona.

Había un rumor en los Montes de María y sus alrededores, se decía que la gente más rica de toda la región estaban formando ejércitos privados para defenderse de la guerrilla. Esa noticia no cayó muy bien entre los habitantes de mi tierra porque sabían que iban a decir que éramos unos guerrilleros, pero que culpa tenemos que a nuestras casas llegaran cincuenta hombres y mujeres armados a pedirnos algo, nadie se atrevía a negarse a colaborar con esa gente.

Con el paso del tiempo la noticia se confirmó y se añadió otro mal para nuestra tristeza. Entraron a nuestra región las denominadas AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) paramilitares o como se les decía por todas partes los “Paracos”. Todo era contradictorio mientras en los noticieros de la televisión escuchamos y veíamos hablar todo el tiempo sobre el proceso de paz con la guerrilla de las FARC, en la región la gente hablaba de guerra.

En el Caguán todos los políticos y los personajes de la vida pública querían salir retratados para la foto, era un gran circo montado para que no nos diéramos cuenta de que en las agendas no se había anotado ni el progreso ni la paz.

A las 9:00 a.m. del viernes 18 de febrero del año 2000, un Helicóptero artillado comenzó a disparar a las casas mientras los paramilitares se tomaban todas las vías del pueblo sorprendiéndonos a todos y en completa indefensión.

Un paramilitar en cada casa, cientos de hombres y mujeres invadían el pueblo, sobre las 11 de la mañana a las mujeres y a los niños nos enfilaron en la iglesia y pidieron que nos sentáramos en los siete escalones del atrio. A los hombres del pueblo los llevaron a la cancha de microfútbol, mientras el miedo se apoderaba de todo mi cuerpo, temblaba mucho y sentía como si no pudiera hablar. Al resto de la gente la sacaban a la fuerza de sus casas gritándoles:

-Salgan malparidos guerrilleros que los vamos a matar a todos-

Pero guerrilleros allí no había, nadie nos defendió, hubo personas que no quisieron salir y los “Paracos” las asesinaban dentro de sus casas, después cargaban los cadáveres hasta la cancha y ahí los tiraban, como si arrojarán un bulto de yuca.

Las víctimas fueron asesinadas a cuchillo, a garrote y a bala, frente a todos, a la casa de cultura entraron cinco paramilitares, tomaron los tambores y las gaitas, para amenizar el baile de sangre con música. Lista en mano comenzaban a nombrar a los “Sapos de la guerrilla”, así nos decían, con ráfagas de fusil uno a uno iban cayendo los nombrados en la temible lista, la cantidad de muertos superaba las quince personas, cuando escuché el nombre de mi padre:

-¿Quién es Tomas Torres Redondo?-

-¡Soy yo!- dijo mi padre, de inmediato le dispararon en la frente y lo remataron en el suelo con una ráfaga de disparos. No podía creer lo que pasaba, no entendía nada de lo que estaba sucediendo, tampoco podía creer que existiera gente tan desalmada. El jefe de los paramilitares dijo que el que llorará se moría también, así que me mordí la lengua lo más duro que pude para no llorar. Le seguía a mi padre en la lista mi hermano Oswaldo, hubo una pausa en la matanza, discutían a unos veinte metros de distancia de nosotros, un jefe de los “Paracos” regañaba a una de sus mujeres:

-¡Nojoda! María mátalo sin miedo, que cuando estemos en combate ningún guerrillo te va a perdonar la vida! -

Terminaron de hablar, nos miraron y dos personas, un hombre y una mujer se le acercaron a mi hermano y le pegaron con el martillo en la cabeza, hasta matarlo, quedó irreconocible. No querían hacer ruido por eso lo asesinaron de esa manera.
La mujer lloraba cuando le pegaba con el martillo a la cabeza de mi hermano, se le mancharon las mejillas de sangre y cuando acabo le gritó a su jefe:

-¡No vuelvo a matar con martillo, pásenme un silenciador para el rifle! -

Nombre tras nombre asesinaban cada vez con más perversión y crueldad, le tocó el turno a Nayibis Osorio, la acusaban ser la mujer de un jefe guerrillero conocido como Martin Caballero, varios paramilitares le decían:

-¡Hoy te mueres guerrillera perrahijueputa, esto es lo que le pasa a las mujeres de los guerrillos!-

Fue fusilada con una pistola con silenciador y minutos después le insertaron por su vagina una de esas estacas filosas que se utilizan para ensartar las hojas de tabaco antes de ser expuestas a sol.

A la profesora Pura Chamorro le colocaron un alambre de púas en el cuello y dos hombres a lado y lado, quienes jalaban el alambre de un lado para otro, en corto tiempo el cuello de la profe estaba chorreando sangre que salpicaba en los rostros de esos tipos, no se detuvieron sino hasta que se le vio la tráquea, cada vez que asesinaban a alguien tocaban las Gaitas, los tambores y tomaban tragos de ron ñeque. La carnicería se detuvo en horas de la noche cuando decidieron descansar, y le dijeron a la gente que se fueran para sus casas, el pueblo estaba rodeado completamente así que nadie intentaría escapar. Los cuerpos quedaron tirados en la cancha con los sesos y los órganos regados por el suelo, un enorme charco de sangre rodeaba los cadáveres, no paso mucho tiempo cuando los cerdos llegaron a comerse los restos de los cuerpos en la cancha.

Con mi madre regresé a la casa, no sabía que más podía suceder, mi madre presentía que no iban a esperar hasta el día siguiente y vendrían por nosotras, estábamos despiertas atentas a cualquier ruido o movimiento extraño, a las diez de la noche ella se asomó por la ventana que daba hacía a la calle y vio que venían seis paramilitares en dirección a nuestra casa, mi madre me dio un beso, un abrazo y me dijo que me quería mucho que pronto nos encontraríamos, me indicó que corriera en dirección hacia donde la tía Mercedes en la entrada a el Carmen de Bolívar, corrí como nunca lo había hecho, al cabo de una hora estaba extraviada en los Montes, la noche era de luna clara así que no me detuve, corrí hasta que me cansé. Observé ensangrentados mis pies y al lado de ellos una culebra Mapaná Rabo Seco moviendo su sonajero, seguí mi marcha pero al cabo de un rato me desvanecí y de ahí en adelante recuerdo que ya no sentía dolor, hambre, cansancio, ni sueño, solo una inmensa tristeza que me hacía deambular por los Montes de María buscando a mi madre y a mi pueblo, pero nunca los encontraba, no sabía qué horas eran ni cuando terminaba un día y comenzaba otro, cuando veía personas corría hacía ellas a preguntarles que había pasado con el Salado y con mi madre, pero la gente me veía y salían corriendo despavoridos, rezando el padrenuestro y gritando:

-¡Vete sola ánima en pena! -

Hasta que tiempo después apareció la profesora Pura Chamorro diciéndome:

-¡Nos tenemos que ir Flor, lo que pase acá no es asunto nuestro!-

-¿Para dónde vamos profe? ¿Qué le paso al pueblo? ¿Dónde está mi madre?-

-¡Solo sígueme y no lleves odio porque a donde vamos no se puede entrar con el alma envenenada!-

Le dije que me iría con ella pero que antes me dejara escribir estas letras y arrojarlas sobre los Montes de María, por si alguien las encuentra le diga a mi madre que estoy bien, que me voy con la profe Pura y que a dónde voy no llevo odio, rencor ni amargura, pero recuerdo lo que pasó y ojalá esto nunca vuelva a pasar y no se repita otra “Clásica matanza” en ninguna parte de toda la bolita del mundo.

Una flor blanca y brillante que metió mi madre al bolsillo de mi vestido el día que nos vimos por última vez, la dejé sembrada en los Montes de María para que en todas partes se haga honor a su nombre esa es la hierba de la Flor de paz, la dejé allí para que le nazcan hondas raíces.

¡Te quiero mucho mami!

Att. Tu hija Flor de Paz

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