El amargo final del general Maza Márquez

El amargo final del general Maza Márquez

A sus 79 años el exdirector del DAS podría terminar su vida en la cárcel de no resultarle su última carta para tumbar la condena de 30 años por el asesinato de Galán

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agosto 17, 2021
El amargo final del general Maza Márquez

El 4 de septiembre de 1990 el general Miguel Maza Márquez fue condecorado por la Asociación Internacional de Oficiales Antinarcóticos por su valor al enfrentar al Cartel de Medellín. Su nombre era reconocido en todo el mundo e incluso el entonces embajador de Estados Unidos, Thomas McNamara, lo consideraba uno de los agentes más valientes del mundo. Y es que Maza Márquez se había creado la fama de cazador de narcos y un hombre de mil batallas a prueba de balas.

Aunque fue nombrado director del DAS por el presidente Belisario Betancour, quien vio en el general la mano dura que se requería y lo promovió del F-2 al departamento de seguridad, fue bajo el mando de Virgilio Barco cuando se convirtió en un superpoderoso que, no solo controlaba la seguridad del mandatario y de su familia, también era el cerebro detrás de los esquemas de protección de las figuras políticas más importantes del país.

El 10 de septiembre de 1991 el presidente César Gaviria condecoró al general Maza Márquez con la Cruz de Boyacá, pero en ese mismo mes lo retiró de la dirección del DAS. Foto: Arhivo.

Sus ojos estaban en todos lados y no se movía una hoja en el círculo inmediato del poder palaciego sin su autorización. Nada parecía tocarlo, ni siquiera el temible brazo armado de Pablo Escobar, que le había puesto precio a su cabeza: dos millones de dólares. En 1989, un año negro para Colombia, se salvó de dos carros bomba que le estallaron en sus narices. El primero fue el 30 de mayo, cuando Maza Márquez se desplazaba por la carrera Séptima con calle 57, la ola explosiva no lo tocó pero dejó a su paso decenas de heridos y seis personas murieron. El segundo fue el 6 de diciembre, cuando un carro con 500 kilos de dinamita explotó frente al edificio del DAS, un búnker impenetrable que lo protegió a él, pero destruyó 11 pisos y mató a 54 personas. El general parecía imbatible.

Durante treinta años el militar guajiro se dedicó a combatir el crimen. Asestó varios golpes: en la a década del 60 desbarató la banda de Hernán Valero, conocido como el Doctor Secuestro, pionero de esta modalidad de crimen; desmanteló varias bandas de asaltantes bancarios y, en 1978, decomisó los primeros mil kilos de cocaína que se veían en el país, en un envío del hondureño Ramón Matta Ballesteros, el más poderoso narco de la época.

Maza Márquez también se convirtió en la pesadilla de las guerrillas urbanas de principios de los años ochenta cuando desde el F2 golpeó usó todas las técnicas posibles para doblegarlas: las infiltró, detuvo a sus milicianos y los mandó a torturar.

Después del asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1985, Pablo Escobar y el llamado Cartel de Medellín quedaron en la mira del país. El presidente Betancur le encargó al general cazar al narco a toda costa. Comenzó la persecución de raíz: los laboratorios de Puerto Boyacá y La Dorada desde donde salía la coca de exportación fueron su primer objetivo. Él mismo bautizó, coordinó y estuvo al frente de dos importantes operaciones: Paime y Primavera. Su nombre empezaba a convertirse en una leyenda que aparecía reiteradamente en la libreta que cargaba en el bolsillo de sus camisas Pablo Escobar Gaviria como el blanco de todas sus batallas.

Sin embargo, la suerte del general Maza Márquez cambiaría con Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro en el panorama político. Entre agosto de 1989 y abril de 1990 las balas terminaron con la vida de los tres candidatos presidenciales. Una variable común unía los tres atentados: el DAS, en cabeza del general, descuidó los esquemas de seguridad.

A principios de agosto de 1989, fue nombrado de manera inconsulta, como jefe de seguridad del Luis Carlos Galán el subteniente de la policía Jacobo Alfonso Torregosa Melo. Galán estaba en los ojos de la mafia por su compromiso de enfrentarla como prioridad de campaña. La viuda del líder asesinado, Gloria Pachón, recuerda que a Galán nunca le gustó Torregosa. Las condiciones de seguridad en la plaza de Soacha ese viernes 18 de agosto de 1989, eran las peores. La gente se acercaba hasta tocarlo sin que nadie se interpusiera y Torregosa se esfumó. No estaba junto a él en la tarima, cuando los sicarios contratados por el paramilitar Henry Pérez le dispararon justo en la parte del cuerpo que no estaba protegido por el chaleco antibalas. Durante veinte años señaló como único responsable a Pablo Escobar.

En la mañana del 22 de abril de 1990, Bernardo Jaramillo Ossa llegó al Aeropuerto El Dorado para tomar un avión hacia Medellín. Días antes, después de la masacre de seis líderes de la Unión Patriótica en Mutatá, Antioquia, el candidato presidencial le había pedido al DAS reforzar su seguridad. Cuatro balazos que salieron de una Mini Ingram 380 accionada por un niño de 16 años acbaron con el candidato de la Unión Patriótica quien se perfilaba como una opción seria de la izquierda colombiana. “Me mataron estos h.p., muchacho, no siento las piernas —le dijo Jaramillo Ossa, a su compañera Mariela Barragán y a su escolta del DAS mientras lo llevaban al hospital—. Los h.p. me mataron”.

Veinte días después, en un avión con rumbo a Barranquilla, caía otro candidato presidencial: Carlos Pizarro, quien había entregado las armas de la guerrilla del M-19 para ganar en las urnas. Jaime Alberto Gómez Muñoz, el jefe de escoltas designado por el DAS, disparó sobre el sicario cuando éste estaba neutralizado, callando para siempre al único testigo. Los sospechosos de estas dos últimas muertes fueron los hermanos Fidel y Carlos Castaño, jefes del naciente grupo paramilitar que se convertiría en las Autodefensas Unidas de Colombia.

Los tres crímenes quedaron envueltos en un manto de impunidad, en el que solo se logró identificar al sicario. Pero en el 2009 la Fiscalía de Eduardo Montealegre comenzó a esculcar los expedientes y encontró los cabos sueltos que señalaban a un responsable: Miguel Maza Márquez, el héroe que combatió a Pablo Escobar.

El fallo contra Maza Márquez, de 267 folios emitido por la Corte Suprema el 24 de noviembre de 2016, destapó los vínculos del general con el jefe paramilitar Henry Pérez. Además, remarcaba Jaime Eduardo Rueda, el hombre que disparó contra Galán, tenía conexiones con el DAS hasta el punto que cuando se había escapado de la cárcel La Modelo, en febrero de 1989, había sido ayudado en su huida por detectives de la institución.  El cambio de jefe de seguridad de Galán fue una decisión del DAS. Miguel Maza Márquez, el héroe, fue condenado a 30 años de cárcel, por concierto para delinquir y homicidio con fines terroristas.

Maza Márquez ha intentado por todos los medios quitarse la condena que le pesa como un yugo. En 2018 pidió cupo en la JEP para que el tribunal revisara su condena por el asesinato de Galán, pero su petición no fue aceptada. Sin embargo, la JEP no lo desvinculó del todo, y pidió su testimonio dentro del caso sobre el exterminio de la Unión Patriótica, en el que Maza también tendría responsabilidad.

Pero el general, con el único objetivo de recuperar su libertad, se negó a seguir colaborando. “Ningún interés me asiste en continuar bajo la jurisdicción especial, por lo que ruego que mi expediente sea prontamente remitido a mi juez natural, lo que, por lo demás, resulta necesario para que se me garantice, plenamente, mi derecho a la doble conformidad judicial“, expresó por escrito a la JEP.

Maza Márquez ahora se juega su última carta jurídica. A sus 79 años, el general busca pasar sus últimos días en libertad y ante la Corte Suprema de Justicia su abogada Victoria Grillo presentó un recurso de impugnación para tumbar la condena de 30 años. Pero no la tiene fácil, e incluso la Fiscalía le pidió a la Corte que mantenga en firme el fallo de la condena. Maza Márquez vive un final amargo, y cuando han pasado 32 años desde el magnicidio de Luis Carlos Galán, son pocas las esperanzas que le quedan al general para recobrar su libertad.

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