La concentración del poder en el Congreso

La concentración del poder en el Congreso

"Los padres de la patria por lo general son la cara visible de élites políticas, cacicazgos, gremios y clanes familiares que ostentan el verdadero poder en las regiones"

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
octubre 13, 2020
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La concentración del poder en el Congreso

En recientes semanas tanto la oposición como la ONG Transparencia Internacional alertaron por el riesgo de ruptura democrática que implica la alarmante concentración del poder en el ejecutivo. A Duque se le ha caricaturizado como un “titiritero” o un manzanillo mayor que ha logrado poner en las cabezas de los entes de control a sus amigos, logrando fiscal, procuradora, contralor y defensor de bolsillo. Aunque esto ya se vivió con Santos, quien gobernó con sus amigos y que además tuvo una “aplanadora” en el Congreso, esta debe ser una alerta válida que debe llevar a reflexionar en torno a la forma en que se eligen esos cargos y el papel que juegan la Cámara y el Senado en su elección (a excepción del fiscal que lo elige la Corte Suprema).

Más allá de la capacidad de liderazgo de Duque para impulsar sus fichas y ubicar a sus amigos (hay que recordar que se le cayó la designación del exguerrillero Everth Bustamante en la CIDH y el de Andrés Barreto en la CPI), se encuentran los vasos comunicantes entre la presidencia y un sector que ostenta la concentración del poder en el país: los partidos políticos que representan a la clase política tradicional con asiento en el Congreso (que a su vez sirve a los intereses de grandes empresarios e industriales). A mi juicio, más que una concentración del poder en el ejecutivo, en Colombia el poder está concentrado es en la clase política tradicional.

La clase política tradicional, caracterizada por su cercanía con la derecha y su histórica “capacidad” para adaptarse al presidente de turno desde el Frente Nacional, equivale al 80% de los partidos en el Congreso. Estos “padres de la patria”, por regla general, son la cara visible de las élites políticas locales; los cacicazgos; los gremios; herederos de la parapolítica o los clanes familiares que ostentan el verdadero poder en las regiones. Esas variopintas vertientes del poder subnacional confluyen en el capitolio donde llegan a un punto de equilibrio para preservar un statu quo (de ahí que siempre hayan bloqueado una autentica reforma política o electoral) y resguardar a sus financiadores (en reformas tributarias).

Todo presidente debe contar con una estrategia para calmar el apetito de esa clase política (siempre es mayoría en el Congreso) y darle el “contentillo” suficiente para poder gobernar.

En ese mosaico de poderes el Centro Democrático solo es un partido integrado a una coalición de extrema derecha alineada con los terratenientes y el gran empresariado. Su agenda legislativa o votaciones en Cámara y Senado no distan mucho de las propuestas por los conservadores o Cambio Radical. En un análisis de pura mecánica partidistas, estos tres partidos configuran un gran bloque que vota unido y unido elige a los altos cargos del Estado; son la correa de transmisión del presidente con el Congreso, tienen representación en varios Ministerios.

Fueron los responsables (apoyados en una facción de liberalismo, la U y los movimientos cristianos) de la elección de Felipe Córdoba en la Contraloría; Margarita Cabello en la Procuraduría (involucrada en un entramado de corrupción) y Carlos Camargo (sin experiencia en derechos humanos porque su especialidad es el derecho electoral) en la Defensoría del Pueblo. Sin el respaldo de esa clase política tradicional difícilmente los candidatos de Duque hubieran llegado a esos cargos. ¿Dónde se encuentra concentrado el poder?

Esos partidos políticos cuentan con 148 representantes (80% de la Cámara) y 84 senadores (82% de Senado). Suficiente para “cuidarse las espaldas” y elegir en los entes de control a personas funcionales a sus intereses o los de sus financiadores que contratan o licitan con el Estado. Con cada elección se convierten en mayoría en ambas cámaras del Congreso y nunca le han significado mayor dificultad al presidente de turno; siempre llegan a famosos “acuerdos” de gobernabilidad, dícese: mermelada, ministerios o elección en los entes de control de personas que les garantice burocracia o impunidad. Sin olvidar que también eligen a los magistrados del Consejo Nacional Electoral, es decir, a quienes los deben vigilar.

Así es como opera el poder desde los pasillos del capitolio, por eso resulta tan importante proponer su renovación como una forma de desconcentrar el poder de la clase política tradicional. Duque, un presidente sin carisma o capacidad de liderazgo, ni siquiera tiene poder para dejar un sucesor o garantizarle la presidencia a su partido, pero la clase política sí lo tendría para poner en jaque un gobierno alternativo y estancar su agenda en el legislativo. ¿Ya ven por qué es tan importante saber por quién se vota al Congreso?

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