Colombia y Uribe, una relación de amores y odios

Colombia y Uribe, una relación de amores y odios

Este idilio sí que ha sido intenso y ha tenido más que unos cuantos altibajos. Un repaso que abarca la llegada del mandatario al poder hasta su actual detención

Por: Mauricio Jiménez
agosto 11, 2020
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Colombia y Uribe, una relación de amores y odios
Foto: Facebook @AlvaroUribeVel

Cuando Álvaro Uribe se lanzó como candidato a la presidencia de Colombia para el período 2002-2006, una gran mayoría de los colombianos fingieron disimuladamente no saber nada de su pasado. En otras palabras, cada uno trató "hacerse el de la vista gorda”. Y razones habían muchas. Una de ellas, el país se sumergía en una crisis institucional de muchos años con una política de orden público bastante cuestionable y unas guerrillas con gran influencia en el país.

Los colombianos habían asistido a una serie de acontecimientos que hacía pensar lo peor. Bogotá estaba prácticamente sitiada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc. Años atrás, más concretamente el 19 de julio de 1994, ciento cincuenta guerrilleros de ese grupo al margen de la ley se había tomado el municipio de La Calera, población que está a 18 km al nororiente de la capital.

Similar situación ocurría en las principales ciudades del país. El miedo y la zozobra era evidente. Había sobrados motivos para ello. No se podía viajar en carro hacia otras urbes, salvo bajo su propio riesgo. El campo estaba a merced de la guerrilla, las fincas abandonadas y pagando la consabida "vacuna". Tal fue la arremetida de las Farc que el 14 de septiembre de 1996 Semana tituló en su portada: "Bogotá sitiada". No era para menos.

Para esa época era frecuente escuchar las notictias de los constantes ataques a poblaciones por parte de las Farc. Y el 1 de noviembre de 1998, dicho grupo se tomó la capital del Vaupés, Mitú, con un resultado de 56 muertos y 61 secuestrados. Solo en ese año las guerrillas incursionaron en 58 poblaciones, según datos del Observatorio de Memoria y Conflicto. Para el 2002, según la Ponal, en el país solo había presencia de la Policía Nacional en 940 municipios de los 1.098.

Las negociaciones del presidente Andrés Pastrana con las Farc no avanzan en la zona de distensión en San Vicente del Caguán. Los colombianos ven un gobierno doblegado con unas Farc en su pleno apogeo de soberbia y autosuficiencia. Se llegó inclusive a pensar que de seguir así, las Farc se tomaría el poder a través de las armas, pues lo único que querían en los diálogos con el gobierno era fortalecerse logísticamente y militarmente. El cinismo es tal que el 2 de mayo del 2000 las Farc confirman que cobrarán un impuesto del 10 por ciento a los colombianos con un patrimonio de 2.000 millones de pesos.

Mientras tanto, las Convivir ya habían hecho su aparición. El Decreto Ley 356 de 1994 reglamentó su existencia por el cual se expidió el Estatuto de Vigilancia y Seguridad Privada y cuyo objeto era la prestación por particulares de servicios de vigilanciay seguridad privada. Pronto estos grupos de defensa creados bajo el gobierno de César Gaviria Trujillo fueron puestas en tela de juicio por los desmanes cometidos contra sindicalistas y colaboradores de la guerrilla.

Sin un ámbito favorable para seguir actuando, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) irrumpieron en el escenario nacional como respuesta a las acciones emprendidas por los grupos guerrilleros, entre ellos las Farc, el Ejército de Liberación Nacional, ELN, y el Ejército Popular de Liberación, EPL. Con una clara tendencia de derecha, su objetivo principal era combatir y eliminar dichas estructuras criminales y salvaguardar los intereses de ganaderos y empresarios. Pero esta vez sin la anuencia y complaciencia del gobierno, aunque sí con la colaboración del Ejército. Las sospechas de "una mutua ayuda para acabar con las guerrillas y sus colaboradores" fueron en aumento en la medida que no se escuchaba un enfrentamiento entre ambos. La IV Brigada comenzó a sonar como un lugar donde se fraguaban las masacres o se planeaba las ejecuciones extrajudiciales.

En esos años, ya se hablaba de Uribe y su gestión como gobernador de Antioquia (1995-1997). Bajo su administración se crearon varios grupos de paramilitares. Ello suscitó toda clase de comentarios que lo colocaban como el supuesto gestor de estos grupos ilegales. Al mismo tiempo, empezaron los rumores de sus supuestas colaboraciones a los carteles de la droga, específicamente a Pablo Escobar, por su paso en la Aeronáutica Civil (1980-1982). Sin embargo, a pesar de las innumerables denuncias por estos hechos, ninguna fructificó ante los estrados judiciales. Todo quedó en rumores e intrigas.

El país siguió en caida libre sin encontrar un derrotero. La institucionalidad democrática entredicha, se pensó que un golpe de estado dado por los militares podría ser una vía de salvación, a pesar de las funestas repercusiones que esto conllevaba. Sin embargo, nunca encontraron mayor eco por parte de círculos sociales, económicos y políticos del país ni de los gremios. Colombia quería dejar atrás esos gobiernos paquidermos y débiles en su ejecución frente a los subversivos. Nada de Gavirias o Pastranas.

Ya empezaba a sentirse un ambiente propicio para una persona con carácter y mano dura. Álvaro Uribe en su trayectoria como alcalde de Medellín (1982), concejal (1984-1986) y senador (1986-1994) consiguió los apoyos suficientes para lanzarse a la presidencia y lo logró, siendo elegido en 2002 y reelegido en 2006.

Quienes votaron por él solo querían que el país volviera a su normalidad institucional y se pudiera transitar libremente por el territorio nacional e ir en donde la presencia del Estado era prácticamente nula. Su cuestionable pasado pronto fue olvidado. Sus detractores políticos pronto fueron acallados ante los efectivos resultados de su política de seguridad democrática.

Ya nadie quería hablar de aquella figura que ostentaba la primera magistratura del país como el presunto propulsor de los grupos paramilitares; ni de su presunta cercana amistad con el narcotraficante Pablo Escobar; ni de su aparición en la lista de la Agencia de Inteligencia de las Fuerzas Militares de los Estados Unidos como persona que "estaban relacionada, conectada o trabajaba directamente para los carteles de narcotráfico, en especial el de Medellín"; ni de la presunta creación del Bloque Metro de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá en la hacienda Guacharacas (propiedad de su familia); ni del helicóptero (relacionado con los Uribe) encontrado en el mayor centro cocalero de Traquilandia; ni de la presunta utilización del helicóptero de la gobernación de Antioquia en la masacre de El Aro. Acusaciones que Álvaro Uribe siempre rechazó enfáticamente aduciendo que eran persecuciones políticas.

Nadie quería escuchar tales supuestos de si eran falsos o ciertos. Lo importante era apoyarlo. La gran mayoría de colombianos estaban nuevamente felices. El idilio estaba en su pleno apogeo. Atrás quedaba esa imagen nada favorable de un Uribe envuelto en la entrañas más oscuras de su vida profesional y personal. Tenía una alta popularidad, a pesar que ya sonaba los "falsos positivos", entre ellos la desaparición de 17 jóvenes del municipio de Soacha y encontrados posteriornente muertos.

A pesar de las constantes violaciones hacia los derechos humanos, Uribe terminó su período presidencial con una imagen favorable del 80%. Se ha dicho que el poder enceguece a las personas. Tal vez esto le ocurrió a Uribe. En vez de pensar en un buen retiro como expresidente, prefirió seguir en las lides de la política. Renunció a su fuero presidencial y se lanzó como senador por el movimiento Centro Democrático. Tal vez ahí, de alguna manera, fue su punto de quiebre. La memoria es frágil. Se revive lo que es de interés y se olvida lo que no se quiere. Pronto empezó a cuestionarse nuevamente su actuar en la vida pública. Los amores y odios hacia él polarizaron aún más el país. Aquellos que lo apoyan solo ven sus resultados. Uribe los alienta con sus declaraciones. Otros lo cuestionan por que nadie puede estar por encima de las leyes. Se debe ser respetuoso de las instituciones y mantener el respeto por las decisiones judiciales.

Ahora, con un expresidente con arresto domiciliario se espera que empiece el juicio por fraude procesal y soborno. Independiente del fallo que se produzca, se debe acatar el dictamen. De no ser así, es desconocer el poder judicial y estar a un paso del depotismo. En últimas, este capítulo de Uribe, con fanáticos acérrimos hacia su figura y enemigos declarados, lo que ha hecho es dividir aún más la nación. No basta la marcada polarización de la extrema derecha o izquierda, que bastante daño ha hecho a Colombia. Años de constante e ininterrumpida violencia, con diferentes actores, terminaremos como siempre: un país de amores y odios.

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