No hay tatequieto que valga

No hay tatequieto que valga

Ni el Coco vestido de pandemia parece servir para que reflexionemos y cambiemos

Por: Carlos Iván Mantilla Velásquez
julio 16, 2020
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No hay tatequieto que valga
Foto: Leonel Cordero

La humanidad no reacciona ante la llegada del nefasto, implacable y voraz ciclón, posible castigo del supremo y de la naturaleza para que cese la maldad en el planeta. No ha bastado el mortal COVID-19 de origen chino que sigue su camino devastador sin vacuna a la vista. Ya son más de doce millones los contagiados y más de medio millón los muertos en todo el mundo.

En el país el número superó los 3.200 fallecidos y los 95.000 contagiados; vaya uno saber qué tan exactas son estas cifras que, aunque para algunos parezcan mínimas frente a las dejadas por las absurdas guerras mundiales (solo la segunda causó entre 55 y 60 millones de muertes, siendo un holocausto, y aquí, para no ir tan lejos, en nuestra querida y sacrificada Colombia, en el conflicto con las Farc, no menos absurdo que dichas guerras, se estima que se perdieron no menos de 270.000 vidas, la mayoría de estas de inocentes campesinos y soldados, número documentado por el Observatorio de Memoria y Conflicto, a las que habría que sumarle los centenares muertos que ya empezaron a producirse en el posconflicto) no dejan de ser catastróficas, sobre todo para aquellas familias que impávidas y con gran dolor viven la desaparición por “arte de magia” de sus seres queridos.

Al principio del mortal contagio se creyó que había llegado el “tatequieto” para los desmanes del hombre, para todo aquel que de una u otra manera atenta contra la familia y la sociedad; que se practicaría la reflexión tan escasa por estos tiempos; y que cada quien revisaría en su interior el proceder con sus semejantes y con la naturaleza. ¡Pero no! Eso duró mientras se estrenó la tragedia; como cuando, guardadas las proporciones, los niños de otros tiempos enfrentaban el primer susto con el Coco y el castigo de los papás era guardarlos en la casa por un tiempo. Luego de esto, una vez pasado el castigo y repuestos del espanto, desobedientes volvían a las mismas y otras mayores pilatunas. Algo así les está pasando, simulando el Coco con la pandemia a los infractores de este mundo.

Es de suponer que el cuartico de hora, como lo vivíamos (en el que la vida para algunos transcurría con normalidad y para otros muchos, de normal y justa no tenía nada), a partir de la aparición de la pandemia y después, si se extingue, no será igual. La existencia no volverá a ser como antes y muy probablemente cambiará para siempre. Es paradójico, en este mundo raro, y que hoy lo es más, andábamos muy mal y con la llegada del coronavirus, para colmo, siguen prevaleciendo los mismos males: la injusticia social, la corrupción de siempre, la iniquidad de los presidentes al gobernar por lo tanto la desigualdad, la pobreza, la miseria, la violencia, en fin. Ahora a estos sumémosle el inminente contagio y, en el peor de las casos, la muerte. Esto no ha cambiado en nada para bueno: si acaso en el encierro, donde en su fuero interno unos cuantos corregirán sus máculas.

Limosnas para los más desfavorecidos y apretón a la clase media, empujando a esta última a producir lo que puede y a gastarse lo poco que consigue a costa de contagiarse y perder sus vidas. Genial, la política económica del inexperto presidente Duque y que ahora, como fórmula mágica, lanza también a los pobres a las calles a gastarse lo que no tienen, olvidando sus prioridades reales (alimentación, salud, educación y techo) a cambio de comprar “un televisor” en las jornadas sin IVA. Los pobres conformes con las limosnas del Estado y los ricos felices en sus yates, ¿y los demás? En la cuerda floja, sufriendo en medio de las dos tajadas del sándwich. La clase media, el motor de la economía, injustamente ve cómo día a día es más estrecho su poder adquisitivo, acercándose cada vez más a la pobreza.

Con todo y esto, la vanidad, el tener, el poder, el afán de reconocimiento, la mezquindad, la tiranía, el terrorismo, adicionados a los registrados arriba (el orden que se les dé no altera el resultado), conjugados producen el mismo sustantivo: maldad. Esta no cesa, sigue imperando en las mentes y los corazones de los terrícolas de cualquier pelambre y en todas las latitudes del mundo. Los noticiarios no dejan de registrar lo horrendo en medio de lo horrendo.

Todo indica que los seres humanos de estas generaciones, de los dos últimos siglos, de los que hicimos y hacemos parte un sinnúmero (la actual, amigos lectores, la supuestamente evolucionada, llena de tecnología y confort, pero muy escasa de amor), muy seguramente pasará a la historia de la humanidad con la misma brutalidad y sentimientos entre sí: odios, envidias, egoísmos, etcétera; lastre que se carga desde la aparición del Homo sapiens y otros Homos, hace más de 3.500 millones de años y a lo largo de los distintos imperios, hasta llegar al yanqui que nos gobierna hoy por hoy.

Estamos afrontando un desastre que nos afecta a los siete mil millones de personas que habitamos este globo, además seguimos mal gobernados y campantes desbaratando, más que haciendo cambios fundamentales que servirían para mejorar nuestro existir, el de los demás seres vivos, y para mantener un planeta saludable. ¿Necesitaremos un nuevo big bang?, ¿que nazca un nuevo universo con seres humanos más justos y amorosos?, ¿realmente hemos evolucionado?

“La vida es bella a pesar de todo” (Goethe).

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