La felicidad domesticada
Opinión

La felicidad domesticada

En estos momentos de peste volvemos a Miró, a las imágenes del inconsciente donde la conexión con la vida traspasa los horrores de su época

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mayo 30, 2020
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En estos momentos de peste, cualquier ventana nos muestra otra posibilidad. La otra vida feliz, el otro mundo de extraños, la ventana indiscreta, la realidad desde lejos, la verdad de los otros.

Cuando le preguntaron a Joan Miró sobre la independencia catalana o sobre la muerte del general Franco en 1975, el artista contestó “Hice que lo que pude para mantenerme libre. La libertad es una palabra que tiene mucho significado para mí y estoy dispuesto a cuidarla bajo cualquier circunstancia”. Por eso, nunca fue un adulador, ni un artista político, no escribió manifiestos, no firmó peticiones. Se mantuvo al margen porque era el introvertido feliz y cauteloso. Por fortuna, no tuvo nada que ver con personalidad grandilocuente de su contemporáneo Salvador Dalí.

Vivió su vida.  Nació el 20 de abril de 1893 en Barcelona, hijo de un padre relojero y de una madre que trabajaba muebles. Al principio, en su pubertad, le permitieron tomar cursos de pintura pero cuando empezaron sus progenitores a pensar en el futuro, lo obligaron tomar clases en un colegio comercial y en consecuencia trabajó dos años como oficinista lo que lo llevó a no resistir la incoherencia. Cayó abatido en una profunda depresión. Sus padres lo llevaron a una casa que compraron en Monroij -cerca de Tarragona- y la recuperación fue de dos años, entre el silencio del área rural que llenaba la imaginación de paisajes de leves montañas que fueron siempre un recuerdo inédito.

aba enamorado del paisaje catalán, viajó a Francia en 1919 para entender ese profundo sentimiento de pertenencia. Llegó a París pobre y sufrió la pobreza. Arrendó un austero lugar en Rue Blomet en donde compartió su otra vida con su esposa. Su vida era distinta. Disfrutaba del aire distinto, sin la rancia sabiduría familiar, con amigos como el poeta Paul Eluard, el dramaturgo Antonin Artaud y el artista Tristan Tzara.

Obviamente, rompió todos los lazos con el Impresionismo y se lanzó al vacío mientras se decía: “Abajo los llorones atardeceres amarillo canario”.

Ese otro camino fue difícil. Pero, poco a poco, fue convirtiéndose en pintor, ceramista, escultor y realizador de tapices y enormes murales mientras entendía que, lo más pequeño puede ser el mundo entero.

La finca, 1922

Uno de sus cuadros fundamentales fue La Finca, que hoy pertenece a la National Gallery de Washington. En el cuadro pintó cada uno de sus más profundos recuerdos catalanes. Pintaba su mundo interno con la sutileza de quien cuida la memoria. Pero pintaba durante el día y por las noches iba a un gimnasio a desahogarse con el boxeo. Allá se encontraba con el escritor norteamericano Ernest Hemingway. Entre ellos llegó el golpe de la afinidad mientras se vivían la vida de los pocos recursos. El escritor estaba interesado en un cuadro La finca que costaba 5.000 francos.

Ya en los últimos pagos, Hemingway se vio demasiado atrasado y, conocía de sobra las necesidades de su amigo. Iba y venía de bar en bar preguntándole a los amigos sí alguien lo podía ayudar una urgencia vital. Su deuda posesiva la calmó, como siempre, John Dos Passos. Con el tiempo Hemingway escribió algo que explicaba su necesidad de que fuera suyo “Después de que James Joyce escribió el Ulises hay que aprender a creer en la gente aunque en un principio uno no los entienda”.

 

De la serie Constelaciones, 1939

Después vino la etapa definitive y con la llegada de los nazis, Miró tuvo que refugiarse con amigos pintores en Normandía. Influenciado por los frauvistas, el Surrealismo y el Dada empezó a pintar su propio mundo en un primer plano. Con un sentido íntimo de las Constelaciones. Para él un mundo más amplio donde de fondo azul, salieron las estrellas. Al final de la Segunda Guerra todos sus cuadros de Constelaciones, estaban en manos del galerista Pierre Matisse.

 

Mujer, pájaro y estrella  (homenaje a Picasso) 1966-1973

 

Ya era un pintor con el instinto alerta y acababa sus obras con la cuidadosa alma de relojero. Después vinieron cometas, balones, cintas. Mientras tanto, las formas de colores simples y líneas de vida de su mundo pictórico, se fue llenando de imágenes del inconsciente donde la conexión con la vida traspasaba los horrores de su época.

Miró deseaba darle todo al mundo mientras guardaba una mínima sensación para sí mismo.

 

Museo Fundación Miró, Barcelona

Todo esto, para acordarme también del Museo Fundación Miró en Barcelona que se fundó en 1975. Bello edificio de esqueleto de cemento que se encuentra en la montaña de Montjuic, diseñado por el gran arquitecto y amigo Josep Lluis Sert, el mismo hombre que le realizó otro de sus sueños: su estudio en Palma de Mallorca donde murió un 25 de diciembre en 1983 a los 90 años con la realidad y sus sueños.

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