De la globalización totalitaria

De la globalización totalitaria

Desde ya este globalitarismo, todavía en fase de consolidación, representa la nueva forma de sometimiento neocolonial a escala planetaria

Por: Carlos Fernando Rodriguez
diciembre 18, 2019
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De la globalización totalitaria
Foto: U.S. Air Force

El siglo XX vio emerger distintos regímenes políticos que se caracterizaron por un violento autoritarismo de Estado, cuya concentración absoluta de poder vigilaba y regulaba la vida individual y social de sus poblaciones sometiéndolas a la disciplina de un pensamiento único e incuestionable. Estos regímenes llamados generalmente “totalitarios”, por su afán de introducir el control del Estado a la totalidad de los aspectos sociales y personales, se  realizaron en la Alemania nacionalsocialista, la Italia fascista y la Rusia soviética, principalmente. Este ya derrotado totalitarismo, sin embargo, ha encontrado en la era de la globalización contemporánea un retorno análogo en la forma de regímenes supranacionales y multinacionales que someten la diversidad de los pueblos al arbitrio del gran capitalismo internacional y al universalismo homogeneizante de la cultura cosmopolita y progresista.

Si bien el concepto de totalitarismo es una categoría política bastante tergiversada, caricaturizada y poco entendida, creemos útil el uso general de la palabra en lo que esta dice sobre el autoritarismo y el abusivo sometimiento político sistémico de toda actividad social a estructuras centralizadas de dominación. Para el término de la segunda guerra mundial la geopolítica global se dividió en dos polos hegemónicos y competitivos, esto es, el llamado bipolarismo, representado por el bloque capitalista, liberal, atlantista y angloamericano; y el bloque soviético del “socialismo real” liderado por la URSS y secundado por la República Popular China. Ambos bloques representaban dos paradigmas económicos, políticos, sociales y culturales distintos, y si se quiere, antagónicos de modernidad. Sin embargo, con la caída de la URSS, se impone sobre el mundo la globalización cosmopolita según los paradigmas del libre mercado, la democracia liberal, el desarrollo y la interconectividad. No obstante, y al contrario de los optimistas de la globalización y el fin de la historia como Anthony Giddens y Francis Fukuyama, devendría sobre el globo un modelo autoritario de “desarrollo” como una nueva forma de colonialismo mundial.

El rumbo unipolar que se fijó el sistema internacional ha tenido como bases los discursos de la interdependencia, la división internacional del trabajo, la cooperación para el desarrollo, la tolerancia cosmopolita, la apertura de las fronteras, la seguridad, la paz internacional, los derechos humanos, el libre mercado y la expansión de la democracia. Pero detrás de los bucólicos discursos de hermandad internacional y la justicia planetaria, se ha construido una compleja red global y supranacional que ha garantizado la dominación omnímoda del gran capitalismo transnacional representado en poderosas corporaciones multinacionales, organismos militares unilaterales y usurocráticas estructuras de sometimiento financiero-económico, la llamado oligarquía financiera internacional.

La igualdad jurídica de los Estados sostenida por el discurso de los pactos internacionales se revela falaz cuando, y desde una postura de realismo político, el sistema internacional se configura como una geopolítica de poderes asimétricos que asegura el sometimiento de los países débiles, eufemísticamente llamados emergentes o en vías de desarrollo,  al arbitrio de las potencias mundiales. Estamos en presencia de un unipolarismo agresivo sostenido por lo que, autores en el campo de las relaciones internacionales como Marcelo Gullo, han denominado “estructuras hegemónicas de dominación”, constituidas por los países potencia y por organizaciones supranacionales como la ONU, la OMC, el FMI, la OCDE, el BM, el G8, la Otan, Unicef, entre otras. Estos organismos, que se ufanan de promover el desarrollo y la democracia a nivel global, establecen las normas de las relaciones internacionales en detrimento de los pueblos periféricos y beneficio de las potencias económico-militares y sus grandes multinacionales.

El término “globalitarismo” es un neologismo acuñado por el periodista español y director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet. Sobre los “regímenes globalitarios” Ramonet nos explica:

“La mayoría de regímenes actuales imponen el neoliberalismo con la misma violencia que los regímenes totalitarios de antaño la aplicaban. Antes, en los regímenes totalitarios, se decía: todo es política. Ahora nos dicen: todo es económico. El totalitarismo pasó del orden político, fascismo o estalinismo, al orden económico, a la dictadura del mercado. La ideología de hoy nos dice que solo funciona lo que es conforme con la ideología del mercado” (1).

Estos organismos a la par que las grandes multinacionales, operan como pulpos y redes de telaraña con “la posibilidad de intervenir a todos los niveles y en cualquier parte del planeta”. Sin duda alguna, tienen el poder de influir a los Estados nacionales para exigir su apertura económica, la privatización de sus instituciones, el Estado mínimo y el libre comercio, mientras las potencias centrales subsidian su producción y protegen su economía de los productos del tercer mundo. Estas multinacionales como estructuras hegemónicas de dominación dictan a los Estados subordinados las políticas agropecuarias, fiscales, migratorias y laborales; los tipos de tecnologías de información y recursos genéticos; los tipos de energía y las técnicas de producción; pero fundamentalmente, qué, cómo, cuándo y dónde producir, a quién comprar y a qué ritmo hacerlo. Mientras se apoderan de recursos naturales y energéticos de los países en los que asientan sus tentáculos, pasan por alto las precauciones medio ambientales y desplazan poblaciones enteras de sus espacios vitales ancestrales.

El sistema internacional de naciones se basa en un pacto injusto, impuesto, por el cual solo pueden participar los países del comercio global si se adecuan primero a las condiciones económicas, fiscales, laborales, políticas y culturales que exijan los organismos supranacionales. Dicha imposición se realiza en términos de materia financiera, cuando se obliga a los países a adherirse a créditos usurarios y políticas monetarias que los someten a la esclavitud de la deuda perpetua. Y también se realiza en términos militares. Si bien en la época de la guerra fría la amenaza permanente del comunismo sino-soviético permitía a los Estados Unidos y sus aliados mantener una política militarista de seguridad e intervención internacional guiada por la mesiánica doctrina del destino manifiesto, el colapso de dicho bloque obligó a Norteamérica a buscar un nuevo enemigo para perpetuar su dominación policial y militar en el globo, esto es: el terrorismo. El terrorista como partisano internacional, según las conceptualizaciones de Carl Schmitt y Alain de Benoist, representa la amenaza global, siempre al acecho e impredecible, y que impulsa la intervención militar y política de los Estados Unidos y la Otan en países estratégicos o en abierta insubordinación contra el sistema imperante.

Un último punto a discutir sobre este globalitarismo y que Ramonet toca someramente es el de la imposición cultural. Hablamos de la homogenización de las culturas nacionales y su reemplazo por la cultura de masas estadounidense. La sacralidad, las tradiciones folclóricas y las costumbres de los pueblos, cuando no son vilipendiados o reemplazados por una suerte de cosmopolitismo, son sometidos a la explotación mercadotécnica y el rédito económico. Dichas estructuras hegemónicas de dominación obligan a los países a adoptar una cultura progresista, consumista y laica; imponen por fuerza el modelo de la democracia liberal y promueven la abolición de las fronteras y la adopción de políticas públicas en materia educativa, reproductiva, moral, de género, cultural y familiar; que generan, según Ramonet, una “indistinta cultura mundial” fotocopiada de las costumbres primermundistas. Un auténtico sometimiento global a la corrección política del pensamiento único y que filósofos como Alexandr Dugin han nombrado como totalitarismo liberal, condición inexorable para la expansión del mercado planetario. Un totalitarismo que se apoya además en las grandes corporaciones multinacionales de entretenimiento y comunicación.

Este globalitarismo nos dice Ramonet, “Subordina los derechos sociales de los ciudadanos y dejan a los mercados financieros la dirección total de las actividades de las sociedades dominadas” (2). Mientras los grandes capitales multinacionales crecen lo hace también en la misma medida la desigualdad económica entre las naciones. Este es el globalitarismo, todavía en fase de consolidación, pero que desde ya representa la nueva forma de sometimiento neocolonial a escala planetaria.

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Referencias

(1) El capitalismo estalló en pleno vuelo

(2) Dr. Enéas - A Globalização não é unânime - 1997

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