Menos Venezuela, más Colombia

Menos Venezuela, más Colombia

Aunque la situación del país hermano es triste y un tanto preocupante, geopolíticamente hablando, no podemos olvidar lo que ocurre acá

Por: Ignacio coral
febrero 11, 2019
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Menos Venezuela, más Colombia

Cuando el sábado anterior llegué a casa, me resistía a ver los noticieros del mediodía, que como los de otros horarios también estarían desbordados con el tema de Venezuela. Estaba hasta la coronilla de ello. En los cuatro semáforos en los que me había detenido antes leí sendos carteles diciendo más o menos lo mismo: “Soy una madre venezolana y pido su colaboración para darles de comer a mis hijos...” Estos, pasivos e inocentes, acompañaban a su mamá cogidos de su mano unos, acostados en un cochecito o bajo los árboles otros, haciendo más patético el llamado a la caridad.

Y luego tener que oír y mirar los noticieros hablando y mostrando una y otra vez la caravana de ayuda humanitaria. Que si entraba al vecino país o no, que por dónde, que cómo, que era un delito de lesa humanidad oponerse a recibir la ayuda generosa de los Estados Unidos, reportaban había dicho el canciller colombiano. Y los periodistas vociferan, ponen palabras en boca de las gentes que entrevistan y transmiten como si de un encuentro deportivo se tratara.

En medio de esa alharaca, gracias al zapping que permite el control remoto, oí a una señora del común decir: “por pobre no lo pueden separar de sus hijos.” Puse cuidado y capté la noticia: en Bucaramanga, el ICBF le había quitado a Aníbal Antonio Quintero sus hijos por encontrarlos en estado de desnutrición. Este humilde y sencillo Aníbal explicó que no tenía trabajo pero que de alguna manera cuidaba de ellos. La gente le daba la razón y la señora con la sabiduría del común, volvía a repetir su sentencia: “por pobre no lo pueden separar de sus hijos”.

No recuerdo si en el mismo canal o en otro pasaron la noticia de cuatro hijos que lloraban la muerte de su mamá, por no haberle aplicado una quimioterapia que estaban esperando desde hacía dos años. Apagué el TV después de ver el asesinato del río Cauca y la calamidad pública que denunciaban gentes y autoridades de la Mojana, el Meta y Zapatoca por la sequía.

Lo visto me hizo reflexionar y sentarme a escribir esto que ustedes están leyendo.

Lo primero que uno puede y debe preguntarse es por qué esa ayuda humanitaria que saldrá de Cúcuta con destino a Venezuela no la distribuyen entre tantos venezolanos que mendigan por calles y semáforos de nuestras ciudades. ¿No tienen la misma hambre y el mismo derecho? El señor Holmes Trujillo, orondo canciller de la república, no podía ser juzgado también por complicidad en el delito de lesa humanidad, al no entregar su gobierno esas remesas alimentarias y médicas a los pobres venezolanos que seguramente ni sabrán dónde dormir en su hermana república de Colombia. O a los miles y miles de Aníbales Quinteros, colombianos como él, cuyos hijos mueren de hambre porque no tienen trabajo, o a los niños guajiros que mueren por inanición o a los cientos de enfermos que mueren por falta de medicinas. Creerá Holmes Trujillo que, por ser pobres y colombianos, a estos Aníbales es mejor quitarles sus hijos en lugar de darles los alimentos y medicinas que van para Venezuela.

Lo segundo que hay que reflexionar es el hecho de que esa ayuda humanitaria no quiso ser entregada por la Cruz Roja ni por las Naciones Unidas, pues es claro que se trata de una añagaza política que pretende el descrédito del presidente Maduro, la vitrina y posicionamiento de Juan Guaidó y en resumidas cuentas el ahondamiento del problema político venezolano. Y esto va en contra del principio de neutralidad y los fines de esas dos instituciones internacionales.

Y hay un tercer elemento para analizar, quizá el más grave por lo peligroso que resulta. Es la declaración de Guaidó en el sentido de estar de acuerdo con una intervención militar en su patria, en su patria recalcó, lo que abre de par en par las puertas a la intervención de los Estados Unidos, intervención que ha sido y es su primordial objetivo desde el inicio de la crisis venezolana. Es la guerra que quiere Francisco Santos, según lo manifestó recién posesionado como embajador de Colombia en Washington. Es la guerra que en su íntimo sentimiento desea Uribe, solapan Duque y sus turiferarios del centro democrático: “si no hay de otra, hay que meterle tropa” dijo con ramplona ordinariez uno de estos, a sabiendas de que ellos no harán parte de esa tropa y lo que es peor, que Colombia sufrirá las consecuencias destructivas de esa guerra.

Y claro, los Estados Unidos felices van ganando posiciones en este terreno. De allí la presencia de militares estadounidenses de alto rango en Cúcuta, cuidando por cualquier medio que la ayuda “humanitaria” llegue a Venezuela. De allí que se hubiese encargado por el gobierno de EE. UU. para dirigir el asunto Venezuela, nada menos que a Elliott Abrams. El mismo que en 1986-87 y también con el pretexto de ayuda humanitaria, siendo Secretario de Estado de EE. UU., autorizó camuflar en aviones armas con destino a la contra nicaragüense, dando origen al escándalo Irán-Contras que develó que esas armas habían sido financiadas por una operación de la CIA de venta de cocaína. Por algo será que este Abrams, al asumir el encargo de las acciones sobre Venezuela, dijo: “estoy impaciente por ponerme manos a la obra.”

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