Juan Sebastián Calero o cuando ser el malo de la película es una maldición

Juan Sebastián Calero o cuando ser el malo de la película es una maldición

El actor creció sin su mamá, la gran actriz Vicky Hernández y se abrió camino en Pandillas guerra y paz, pero nunca ha logrado desencasillarse

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octubre 23, 2018
Juan Sebastián Calero o cuando ser el malo de la película es una maldición

El recuerdo más ingrato de Juan Sebastián Calero le ocurrió cuando tenía cuatro años. El 28 de agosto de 1987 su mamá, la actriz colombiana Vicky Hernández tomó un avión a Madrid. Aparecía en un panfleto firmado por un grupo de ultraderecha que la acusaba de ser "Altoparlante de las FARC-UP”. Un mes después envió una carta en la que afirmaba "¡Temo que en medio de este absurdo devenir, mi vida también sea segada! ¡Me aterroriza morir asesinada, dejando a mis pequeños hijos, a los mios, a los amigos!". En Colombia quedaba su esposo, el también actor Gerardo Calero y sus dos hijos Mateo y Juan Sebastian. En las noches el niño se desvelaba llorando. Gerardo estaba en la cumbre de su carrera y apenas tenía tiempo para ocuparse de sus hijos. El único consuelo que tenía Juan Sebastián eran las películas que incansables se sucedían una a una en la televisión. Desde esa época supo que la actuación era un juego mágico en donde podía ser otra persona. Nadie le dio el consejo de que actuara. Lo tenía en la sangre y lo dejó fluir.

En la historia del Colegio Fontana, bien al norte de Bogotá, nunca hubo un alumno que participara en tantas obras de teatro, en tantas actividades fuera del currículo. La actuación fue el amigo imaginario que le ayudó a soldar algo que se rompió por dentro cuando su mamá se fue casi nueve meses. La propia actriz ha reconocido que la relación nunca se sanó del todo, que Juan Sebastian nunca entendió las razones de su partida. Además Vicky Hernández se había entregado en cuerpo y alma a una pasión que consumió su vida personal. Ser la mejor actriz del país tiene un costo muy alto.

Juan Sebastián Calero se ríe de si mismo. Dice que las únicas veces en la que su familia se ve es cuando salen en televisión. Vicky lo considera su ángel protector, un tipo bueno y un genial actor que sólo ha tenido problema: el encasillamiento en un papel, el del malo de la película. Admirador de Robert de Niro, de Al Pacino, de toda la santa lista, lector de Peter Brook y otros teóricos del teatro, a Juan Sebastian Calero le gustaría algún día dejar que lo reconocieran por ser Gacha, el Richard de Guerra y paz, el policía corrupto de El capo, o Aníbal, el despiadado guerrillero de Distrito Salvaje, la primera serie enteramente colombiana de Netflix. Quisiera poder actuar en una comedia, ser el protagonista de una película en donde pueda irradiar todos los matices que llevaron a decir de él en el 2003 que sería el próximo Frank Ramírez.

Fanny Mickey fue la primera en creer en él. A los 10 años ya aparecía en sus obras de teatro, un año después debutaría en la televisión en Señora Isabel y luego en De pies a cabeza. Pero el papel que definitivamente lo lanzaría a la fama sería el de Richard de Pandillas guerra y paz. Toda Colombia aprendió a temerlo y para nadie era un secreto que a los veinte años ese muchacho irradiaba un poder que pocos actores pueden transmitir. Fueron casi cinco años en los que la serie, creada por el hoy senador Gustavo Bolívar, angustió a toda una generación de jóvenes. Se ganó un premio TV y Novelas y obtuvo su primera nominación al India Catalina. Lamentablemente para Calero fue demasiado tiempo y quedó encasillado. En el único protagónico que le dieron, interpretando al temible Gonzalo Rodríguez Gacha, constituiría su despegue definitivo. Pero Calero nunca pudo despegar completamente. Siempre sería el antagonista al que disparaban el guardaespaldas feroz que demostró ser en Narcos.

Por algo, amargada, Vicky Hernández ha dicho que se arrepiente no sólo de haber sido actriz sino de que su hijo pase por ese mismo calvario, una de las profesiones más desagradecidas del país. Juan Sebastián sueña, además, como Clint Eastwood, Mel Gibson o ahora Bradley Cooper, con dirigir sus propias películas. Por eso se fue a estudiar a Cuba a principios de esta década en la escuela de San Antonio de los Baños, la misma que creó Gabriel García Márquez y fue refrendada por Francis Ford Coppola y Robert Redford.

A sus 36 años su oportunidad para dirigir no ha llegado. Un chisme difundido en la Red, el programa de farándula de Caracol en donde lo señalaban de haber llegado ebrio a la grabación de la telenovela El chivo y de haber roto un espejo, le hizo ganar injustamente la fama de problemático.

En la recién estrenada de Netflix, Distrito salvaje, hace el que podría ser su papel más representativo, un papel que podría consagrarlo en Latinoamérica. Sin embargo el aún no está satisfecho, quisiera participar en su propia película y hacer una historia sencilla, sin balas, un retrato sensible de la vida que lo terminara de encumbrar definitivamente como el mejor actor de este país. Tiene todo el potencial.

 

 

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