Las barras bravas más peligrosas del país son las de Alvaro Uribe y Luis Perez

Las barras bravas más peligrosas del país son las de Alvaro Uribe y Luis Perez

A punta de post verdad cada uno armo su propia hinchada que insulta y amenaza a sus adversarios

Por: Campo Elías Galindo Alvarez
junio 16, 2017
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Las barras bravas más peligrosas del país son las de Alvaro Uribe y Luis Perez

Colombia está tomada por fuerzas internas que la estrujan cotidianamente de un lado para otro. Un ataque de nervios permanente provoca una opinión pública vociferante, espoleada por mediocridades institucionalizadas sin proyecto diferente que promover intereses privados propios o de terceros. El país se llena de falsos dirigentes que a punta de “posverdades” o verdades a medias, arman cada uno su propia barra brava, y al igual que en el mundo sórdido del fútbol rentado, dan la espalda al campo de juego para saltar, insultar y amenazar a sus adversarios, sin otro argumento que su número, su bandera o su poder de intimidación.

1.

La más reciente de esas formaciones energúmenas, es la del gobernador Luis Pérez Gutiérrez, para desconocer el veredicto adoptado en derecho según el cual Belén de Bajirá, no es un corregimiento antioqueño sino chocoano. La barra brava de Pérez, está encabezada por la Asamblea Departamental, la misma que quiso condecorar y adoptar como hijo de Antioquia al corrupto exprocurador Alejandro Ordóñez. Esa corporación se trasladó al corregimiento disputado para celebrar una sesión “descentralizada”, cantar el himno e izar la bandera antioqueños; un acto de provocación y desafío a las autoridades nacionales que está siendo aplaudido por el resto de la barra, en la cual se han filado el expresidente Uribe, el alcalde Fico y las élites empresariales que desde la década de los ochentas lanzaron la consigna colonialista de “la conquista del trópico antioqueño”.

La manipulación ha sido burda. Ya hasta “Los del sur”, la gran barra futbolera del Atlético Nacional, exhibió una gigantesca pancarta en el estadio con la leyenda “Belén de Bajirá es de Antioquia”, que según el periódico El Colombiano “fue iniciativa de la barra y no de la gobernación de Antioquia”. No han faltado los pronunciamientos de los exgobernadores y de todas las llamadas “fuerzas vivas” de la antioqueñidad decadente, tan bien representada por sus actuales mandatarios.

Una de las perlas del gobernador Pérez, es su campaña de recolección de un millón de firmas para respaldar su rebeldía con el gobierno de Bogotá. De manera que la barra va a crecer y hasta puede volverse más brava. Para Pérez no importa que Chocó tenga medio millón de habitantes y Antioquia más de cinco millones y medio; dirá Él que la ley de las mayorías es la ley de dios, igual que la ley del más fuerte que anda invocando para quitarle al pueblo de Bajirá la salud, la educación y demás derechos como retaliación si ese territorio no es anexado a Antioquia.

En este país, así como todo mundo amenaza, todo mundo recoge firmas. Antes lo hacían las minorías como una estrategia para hacerse reconocer, y ahora, todos los oportunistas que quieren posar de independientes o de demócratas, para arrebatar derechos a los más débiles. Pero la ridiculez no encuentra aún su límite, y la Asamblea de Antioquia, a iniciativa de la bancada uribista, declaró persona no grata al Director del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, un funcionario técnico que simplemente cumplió su deber de actualizar y publicar el mapa del Chocó tal como ha sido.

Como era de esperarse, el lío Belén de Bajirá alborotó el avispero de la antioqueñidad rancia, anticentralista frente a Bogotá y centralista en su relación con las subregiones no andinas y periféricas del departamento, donde habitan los antioqueños de tercera categoría que siempre han despreciado las élites. La bandera federalista fue desempolvada como cada vez que los intereses estratégicos de las élites verdiblancas son cuestionados por cualquier política pública. Se trata de un anticentralismo contestatario que invoca valores culturales regionales del siglo XIX hoy venidos a menos, de una supuesta superioridad de raza, que no deja de semejar la doctrina del “destino manifiesto” en que basa el imperialismo gringo su agresividad con las naciones y pueblos indefensos de todo el mundo.

Es de la mano de la gobernación de Antioquia y sus élites agroindustriales, que los depredadores ambientales de gruesa chequera buscan seguir su penetración hacia el Darién y el corredor del Pacífico. Por lo tanto el “pataleo” será largo y la dirigencia paisa buscará dirimirla en el Congreso de la República, donde las consideraciones técnicas pueden hacerse a un lado, y además cuentan con la bancada del Centro Democrático y demás “padres de la patria” que querrán dejar precedentes para resolver a su favor decenas de litigios similares que están en la carpeta legislativa.

2.

La otra barra, cada vez más brava, es la del expresidente Álvaro Uribe. En materia de paz principalmente, le tira a todo lo que se mueva. Mantiene un proceso de radicalización hacia la derecha del espectro político, que no parece tener límite hasta que se haga con el poder presidencial. La capacidad de vociferación del uribismo asciende en la misma medida que el proceso de paz va alcanzando objetivos y uno tras otro van quedando regados en el camino sus argumentos y sus anuncios apocalípticos.

Al expresidente y su Centro Democrático no le satisfacen las cifras de muertes evitadas desde que se acordó el cese bilateral del fuego; tampoco la soledad del hospital militar; no cree en el desarme total de las FARC, pues alguna vez soñó con ser el receptor personal de esas armas. Todos esos hechos constatables y constatados por las autoridades, los medios de comunicación y la ciudadanía, son despreciables frente a su aspiración de ver tras las rejas a los dirigentes de la exguerrilla y en total impunidad a los suyos, los despojadores de tierras y financiadores del paramilitarismo como su hermano Santiago, llamado a juicio por su presunta implicación con el grupo “Los doce apóstoles”.

Como las barras bravas del mundo del fútbol, el uribismo se fortalece sumando fanáticos y apabullando con su ruido. Cuando en el Congreso van a ser derrotados en las votaciones, se retiran para ganar el partido fuera del campo de juego con su gritería. El expresidente senador, igual que el gobernador paisa, consideran que las mayorías están inventadas para derrotar verdades; pretenden que sus intereses se conviertan en legítimos, y sus “tesis” en verdaderas en tanto ellas sean coreadas por muchedumbres prefabricadas.

Al paso de esas muchedumbres, Uribe quiere aplastar (“volver trizas”, es el lenguaje de uno de sus alfiles) la implementación de los acuerdos de paz con la insurgencia y el movimiento por la reconciliación que lleva aparejado. Su marcha hacia el Congreso y la presidencia de la República en 2018, tiene ya las mismas características de su campaña para que los colombianos votaran NO a los acuerdos de paz el pasado 2 de octubre. Ya las mentiras de campaña están siendo fabricadas y sus cerebros trabajan activamente instigando a las iglesias cristianas y sus pastores adinerados; los defensores de la tradición, la familia y la propiedad ya están en guardia para gritar que viene la violación masiva y el despojo de lo mal habido. Todos saldrán de casa para derrotar al impío y defender las buenas costumbres ante la arremetida del terrorismo que se ha disfrazado con la paz y la reconciliación.

Es delirante de igual manera, la campaña internacional que adelanta el exmandatario contra el país y el Estado que gobernó durante ocho años. La visita que realizó a La Florida el pasado 14 de abril en compañía de Pastrana, buscando “dañarle el oído” al señor Trump, era solo el inicio de un periplo que pretende desbaratar el apoyo alcanzado por el proceso de paz más allá de las fronteras, donde repite todas las mentiras que ya se cansó de decir aquí. En todos los escenarios internacionales donde encuentra la oportunidad, el expresidente senador sigue siendo, no el dirigente de un partido político que existe para proponerle nortes a un país necesitado de orientaciones y proyectos, sino el patrón de una barra brava.

3.

Pero hay barras de todos los tamaños. La de Luis Pérez y la de Álvaro Uribe son lánguidas frente a la muchedumbre enardecida que ponen a delirar los “actores”, en el sentido teatral del término, de los monopolios mediáticos establecidos en Colombia, que mañana y tarde destilan su odio contra el régimen político venezolano. En este caso, la congregación fanática es más variada, más “bipartidista” y más “nacional”.

Por obra y gracia de los medios de comunicación “oficiales”, es decir no alternativos, o sea los monopolios adscritos a los Sarmiento, Ardila y Santo Domingo, el colombiano del común sabe tanto de la situación política de Venezuela como el antioqueño corriente sobre Belén de Bajirá. Pero eso es lo de menos. Las barras bravas poco miran hacia la cancha o lo hacen bajo los efectos de sus propios humos. Ellas no requieren que el juego sea analizado porque de antemano saben que todo revés proviene de un mal arbitraje  comprado por el contrincante.

El cubrimiento de la crisis venezolana para el público de este lado de la frontera común, se ha convertido en un monólogo, cuyo protagonista tiene puesta la camiseta y la máscara antigases de los vándalos que en ese país destruyen y provocan el derramamiento de sangre cotidiano, sabedores que mientras más caos y más violencia, más inminente puede ser la intervención militar externa que derrote al chavismo. En efecto, la matriz mediática que se ha impuesto conjuga de maravilla dos ignorancias: una sobre Venezuela y la otra sobre Colombia. La primera afirma y reafirma que en el país hermano, unos héroes llenos de generosidad, patriotismo y amor por su pueblo, le ponen el pecho a las balas de un dictador espurio que los oprime y los aniquila en las propias calles. La otra, sostiene que a este lado, la paz no le cuesta la vida a los dirigentes campesinos y comunitarios, por eso no hay primeras páginas ni grandes titulares para esa tragedia propia que según las altas autoridades, carece de sistematicidad y obedece a casos aislados. La matriz también sostiene que a diferencia de allá, aquí sí hay democracia, justicia social y prosperidad para toda la población; pero si algún paro cívico o protesta nacional aparece, o una olla podrida se destapa, no importa, la barra brava mantiene su gritería señalando para el país de al lado.

No todo sería de reprochar, si la atención de los colombianos hacia Venezuela significara una actitud internacionalista o solidaria con el pueblo hermano. Pero no es este el caso. Estamos ante un fenómeno de manipulación burdo, que ha desatado el poder imperial estadounidense contra ese régimen político después de que no pudo obtener la silla presidencial que dejó Hugo Chávez tras su muerte. La derrota de la oposición pronorteamericana, sin Chávez al frente, no ha sido aceptada ni asimilada hasta hoy. Un golpe de estado continuado se desató desde entonces, combinando todas las formas de lucha contra el gobierno de Maduro y aprovechando la caída drástica de los precios internacionales del petróleo.

A la barra brava antivenezolana se sumó hace pocos meses el presidente Santos. Su actitud conciliadora con Maduro terminó en vísperas de su visita a la Casa Blanca el 17 de mayo, ya desembarazado del acompañamiento del vecino al proceso de negociación con las FARC. De esta manera, el Estado colombiano podrá liderar el bloque antichavista latinoamericano y reasumir su papel de peón de brega de EE.UU. para la política regional. Crece pues la audiencia, y no faltará el aspirante a la presidencia de Colombia que para tranquilidad de Trump y de la OEA, haga caudal electoral prometiendo que se encargará del problema del vecino.

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