Las balas del arte: memorias del conflicto

Las balas del arte: memorias del conflicto

La historia de una víctima del conflicto armado

Por: Deisy Alejandra Ávila
mayo 19, 2015
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Las balas del arte: memorias del conflicto
Foto: tomada de ellider.com.co

Era 2 de marzo del año 2008 cuando Julián Oviedo Monroy, el hijo de Blanca Nubia Monroy, de penas 19 años, desapareció. Había salido a encontrarse con alguien y a su salida le pidió a su madre que le guardara comida porque no pensaba demorarse. Fue la última vez que lo vieron con vida.

Un día después, tropas del Batallón Santander reportaron un supuesto ataque por parte de un grupo de militantes del ELN en el municipio de Ocaña, Norte de Santander, e informaron que en el cruce de balas había sido abatido Julián Oviedo Monroy.

Así, mientras los militares que sin compasión alguna participaron en el asesinato de Julián recibían condecoraciones por la ejecución, Doña Blanca, permanecía inútilmente en su casa a la espera del regreso de su hijo, al tiempo que las horas sin su hijo se hacían cómplices del sufrimiento y la incertidumbre perturbaba hasta el último de sus pensamientos.

En su búsqueda tocó puertas en el puesto de policía de Compartir, en hospitales, en Medicina Legal y en la Fiscalía, a este último lugar se dirigía cada dos meses para preguntar sobre las novedades del caso de su hijo, pero las respuestas eran apáticas e indolentes “la última vez que fui, me dijeron: "Mire señora, aquí han venido muchas mamás, como viene usted, llorando, sufriendo, porque sus hijos están desaparecidos y ¿dónde están sus hijos? bailando, rumbeando con sus novias”.

Para ese momento, ya habían pasado seis meses después de la desaparición y empezaban a surgir rumores que indicaban que los muchachos que habían desaparecido en Soacha estaban apareciendo muertos en Bucaramanga, hipótesis que fue confirmada posteriormente por Doña Blanca en Medicina Legal.

“Fue la experiencia más dura de mi vida” recuerda con voz entrecortada Doña Blanca, quien tuvo que soportar en menos de ocho meses la partida de su madre y la noticia de la muerte de su hijo.

Doña Blanca es la analogía del conflicto armado en Colombia, ha sido víctima de los paramilitares, de la guerrilla de las FARC y del Ejército Nacional, sabe lo que es dejar sus cosas y huir de su casa por las constantes amenazas de los grupos armados, sabe lo que es perder a sus hermanos y a su hijo en medio de un enfrentamiento absurdo y, además, sabe lo que es vivir con la nostalgia y el dolor de las heridas de la guerra.

Su fortaleza la ha llevado a plasmar las dolorosas historias de sus hermanos asesinados en las telas coloridas que escoltan sus pasos y blindan su corazón ante el odio y el resentimiento, a través del programa del Costurero de la Memoria promovido por el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.

Doña Blanca cose y cose silenciosa y parece disfrutarlo, tal vez pretenda remendar sus anhelos y esperanzas o tal vez quiera tejer la memoria que permanece incólume en su alma, lo cierto es que entre hilos, encajes y una aguja maniobrada por sus manos orondas que entra y sale por los poros de las telas que le devolvieron la ilusión, va transcurriendo su tiempo tranquilo mientras olvida penas, desahoga pesares, perdona corazones y construye memoria.

Doña Blanca, al igual que los cientos de afectados por el conflicto que se han arriesgado a narrar, a plasmar y a retratar sus historias de vida por los mecanismos del arte y sus poderosas narrativas, han ayudado a que la amnesia histórica, la indiferencia y el desconocimiento de los hechos de relevancia social que han marcado el destino y las vías por las que transitan Colombia, sean más consientes, más cercanas, más creíbles y por lo tanto, más impactantes.

Su objetivo final es hacer un mural de denuncia con las telas en las que todos los miembros del programa del Costurero de la Memoria, han plasmado sus historias, para finalmente sellar su duelo y alzar su voz cubriendo el Palacio de Justicia con el dignificante tejido de la resistencia.

De esta manera, la preservación de la memoria a través de las prácticas e iniciativas artísticas, ha sido una tarea dolorosa y al mismo tiempo una forma de conjurar el pasado trágico y, redefinir los proyectos de vida de todos aquellos que un día pensaron que todo estaba perdido. Las victimas llevan a cabo estas acciones con la responsabilidad de cimentar un país que deje de derramar sangre y de mutilar los sueños de sus individuos y, con la esperanza intacta de que cuando sean vistos y escuchados, colisionen en la conciencia, la mente y la memoria de los ciudadanos, que no existía alguien más que tenga que contar una desgarradora historia y sea catalogada como víctima de la violencia.

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