Mr Green, el gato fluorescente que vive en Bogotá

Mr Green, el gato fluorescente que vive en Bogotá

La científica Martha Gómez logró darle vida artificial a este felino, igual que lo hecho con un gato salvaje hace 10 años

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octubre 31, 2015
Mr Green, el gato fluorescente que vive en Bogotá

Mr. Green fue clonado hace siete años por Martha Gómez. Los noticieros Fox News, MSNBC, CNN. lo registraron como un hecho excepcional. La científica colombiana descubrió que podía introducir una célula con un virus maligno más un gen con proteína verde que funcionaba como marcador para ver la evolución de la enfermedad. Al animal se le comenzó el tratamiento para combatir el virus y cuando había crecido lo suficiente y su pelaje estaba completo, los doctores más reputados del Audubon Nature Institute (Lousiana), después de pasarle una lámpara con luz ultravioleta, no podían creer que el gato brillara y que con el tratamiento estuviera saliendo adelante.

Para este estudio la colombiana se centró en tratar la fibrosis cística, una enfermedad que afecta membranas pulmonares, que produce neumonías tan graves que la gente o los animales mueren muy rápido. Mr. Green sigue vivo, más sano que nunca, y cada vez que le ponen luces de neón, está más verde. El invento de Martha Gómez resultó un éxito.

En 2003 la misma colombiana ya había clonado un gato salvaje cuando logró utilizar la técnica inter-especie para traer a Ditteaux al mundo, que en francés significa copia. Este clon se apareó de manera natural con otro clon del cual se reprodujeron varios felinos más. Estas técnicas de reproducción asistida ya habían sido realizadas en una oveja (Dolly), una yegua (Prometea) y una vaca (Daisy), pero jamás en animales salvajes. El aporte, sin embargo, de la doctora Gómez cuando clonó a Mr. Green pasó a otro nivel, el hecho de utilizar gatos –que tienen un cerebro muy parecido al de los humanos- hacía más fácil la investigación de enfermedades que hasta el momento eran muy costosas de investigar.

Ni las casualidades son casualidad. Martha creció en Bogotá al lado de un gato siamés que el día que murió, ella no volvió al colegio durante un par de semanas y hasta le dejó de hablar por un tiempo a su mamá. Desde aquella época sabía que su adoración eran estos animales. En el colegio era considerada una nerda, sin problemas pasó a medicina y aunque el primer año sus notas fueron sobresalientes se sentía incomoda. Los gatos le maullaban, lloraban, la llamaban. En contra del querer de su papá se retiró de la carrera y se inscribió en la Universidad de La Salle en la facultad de veterinaria. Cuando estaba en quinto semestre quedó en embarazo de su primer bebé, una niña. Los días se volvieron más arduos pero salió con notas tan altas y con tanta habilidad para la reproducción invitro que con apenas 23 años consiguió su primer empleo en el reputado Laboratorio Cocomfe. A los dos años ya lo estaba manejando.

Durante esa época entró a estudiar una maestría de reproducción en la Universidad Nacional. Una vez más la felicidad apareció, su segundo hijo. Entre la Maestría, un trabajo en Colciencias y sus hijos, decidió retirarse de la universidad. Pero el bicho investigativo y lo nerda que era no la dejaban dormir. Por alguna razón le llegó información sobre un doctorado en reproducción animal en Sidney (Australia), aplicó a escondidas por dos razones: la primera, pensaba que no había probabilidad que entre los miles de concursantes ella fuera a quedar y la segunda que quizá su esposo no se trasladaría a un país tan lejano para que su mujer cumpliera sus sueños. Se equivocó en todo: a su casa llegó la carta de aprobación de la Sidney University, más la beca de Colciencias que patrocinaba todos sus estudios, pero además, el rotundo “sí, vámonos”, de su marido.

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Mientras ella se doctoraba en nuevas técnicas de reproducción, su esposo se hizo cargo de los niños y vía satélite de su compañía en Colombia. Fueron cuatro años de doctorado donde la Martha Gómez entendió que era más fácil la reproducción de laboratorio en humanos que en animales. Las maletas ya estaban listas para regresar a Colombia. Meses antes del retorno llegó a su correo una invitación para aplicar a un postdoctorado en Audubon Nature Institute, ubicado en Nueva Orleans (Estados Unidos). Cuando el instituto le envió la carta de aceptada, le contó a sus hijos y a su esposo; pensó que le iban a decir que ya era suficiente y que no más estudios. Pero no. Los dos años en la tierra del jazz y el blues les pareció interesante. Tanto que duraron ocho más. Allá se reencontró con el animal de sus amores, el gato.

Audubon le dio a manejar su propio laboratorio. Allá pudo llevar a estudiantes colombianos para doctorarse y se convirtió en la mamá de muchos colombianos que se destacan hoy en todo el planeta. Para que un científico sea respetado y reconocido se mira lo que ha sido publicado sobre ese investigador en revistas destacadas mundialmente, la colombiana Martha Gómez tiene más de 70 referencias indexadas en revistas y su nombre aparece en más de 170 libros.

Tras diez años en Nueva Orleans, ya era hora de regresar al país. No le importó que cuando venía en vacaciones el caos de la movilidad la estresara sobremanera. Además, quería apoyar también a su esposo como él la apoyó a ella. Y además iniciar un nuevo proyecto en Colombia, montando el mejor laboratorio de clonación animal del país. Pero hubo una pequeña pelea: los gatos. A Roberto le parecía excesivo traer a Colombia a los cuatro felinos que vivían con ellos en Nueva Orleans. Como cuando era niña, Martha no habló en un par de semanas para hacer sentir que o viajaban los gatos con ellos o ella se quedaba. Así es que el gato que destella verdes bajo las luces neón, el gato más costoso del planeta, el único en su especie, ahora divisa Bogotá desde uno de los cerros del barrio donde maúlla.

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