Las casas malditas en Colombia y otros lugares terroríficos del mundo

Las casas malditas en Colombia y otros lugares terroríficos del mundo

Desde las casas de tortura de paramilitares en La Gabarra hasta bosques suicidas en Japón, son lugares donde los fantasmas, el miedo y el dolor siguen vivos.

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octubre 30, 2015
Las casas malditas en Colombia y otros lugares terroríficos del mundo

Tocamos la puerta una y otra vez. Son las diez de la mañana y no hay un solo espacio para la sombra. De las calles destapadas de Puente Barco emerge el vapor de un implacable sauna. Es el kilómetro 60 y esta carretera conduce a la selva, a la nada. Hace más 15 años los paramilitares irrumpieron en el Catatumbo y escogieron montar su cuartel general en la casa de los Restrepo, ubicada al lado de lo que alguna vez fue una estación de policía. Hoy la maleza y la humedad amenazan con carcomerlo todo.

Ya nos vamos a volver a montar al campero cuando un hombre de mirada perdida y despoblada sonrisa abre la puerta. Las paredes se están descascarando y podemos comprobar que el esqueleto de la casa es de cañabrava y bahareque. Las que aún logran conservar el pañete llevan consigo nombres pintados en aerosol como Maryunki o Diveana y que aún quedan indelebles como un testimonio de las fiestas que hacían los paramilitares en esta amplia, opresiva y perpetuamente oscura casa “Las prostitutas estaban acá todo el tiempo. La música atronadora no dejaban escuchar los gritos, las súplicas” cuenta el corregidor de La Gabarra, corregimiento ubicado a escasos tres kilómetros de Puente Barco. Desde acá salían, como ángeles de la muerte, los miembros de la AUC a llevarse todo lo que pudieran en la camioneta verde a la que bautizaron La última lágrima: todo aquel que se subiera en ella nunca más volvería a ver la luz del sol.

La camioneta casi siempre cumplía con una rutina. Es de noche y la fiesta se ha acabado. El embale de la coca no deja dormir a nadie. Un par de guerreros se suben al auto y en menos de cinco minutos, después de pasar el batallón y el puente bañado por el río Catatumbo, están en las calles de La Gabarra. Todo aquel que viole el toque de queda es un insurgente en potencia. Lo suben al auto. A veces pescaban a uno, a veces a nadie y otras veces la camioneta llegaba atesta de gente; la pesca había sido generosa.

En la patio de la casa de los Restrepo, Omega, el comandante a cargo del lugar, mandó a construir dos celdas muy estrechas. Entro a una de ellas, se ven las uñas marcadas en el concreto, mensajes escritos en la piedra en donde se deja constancia de que la esperanza es lo último que se pierde. “Dios es amor” o “Te amo mi hermosa” son algunos de los mensajes que aún hoy, quince años después del error, el tiempo no ha podido borrar.

En las paredes del estrecho cuarto en donde apilaban a las personas está el nombre del comandante Omega y en medio de él las letras de las victimas que grababan en su desesperación en la pared en La Gabarra

En las paredes del estrecho cuarto en donde apilaban a las personas está el nombre del comandante Omega y en medio de él las letras de las victimas que grababan en su desesperación en la pared en La Gabarra

 

El ahora dueño de la casa nos acompaña con su risa perpetua y su mirada extraviada. Lleva dos noches sin dormir. Los gritos que salen de las celdas son cada vez más nítidos “A veces uno siente que por la casa trotan dos perros, desde el toldillo vi una vez la sombra de uno. Es grande y negro y tiene la lengua roja”. Conté cuatro niños viviendo en la casa. Dos estaban durmiendo y los otros dos estaban en una mecedora en el patio, sucios y silenciosos, sumergidos en sus pensamientos. Les pregunto cómo están pero no obtengo respuesta. Se quedan mirando las celdas, las cabillas como les dice su padre. En una noche de juerga podían estar hasta ocho personas aprisionadas entre sus estrechos veinte metros cuadrados. Los paramilitares hacían una hoguera afuera de la celda para que se calentara más. Pusieron unas ganzúas en el techo que aún hoy se ven, alias “El negro” acostumbraba a subir a las personas allí y engarzarlas del cuello, como si fueran sólo un pedazo de un jamón gigante y todavía vivas, suplicantes y sedientas podían ver ellas mismas como las desmembraban a punta de motosierra. “Camilo”, el comandante supremo del Catatumbo asistía a estas orgías de sangre y con su silencio cómplice aprobaba la barbarie.

El corregidor mira el suelo del patio y dice “Quien sabe cuánta gente está enterrada ahí pero acá murieron en los cuatro años que estuvieron acá más de 150 personas”. Como testimonio de eso quedaron las huellas que deja el tiempo. Los susurros, las sombras que se mueven, el desasosiego que se siente al estar allí. El hombre nos acompaña hasta la puerta, es mediodía y su esposa sigue durmiendo “Nosotros aprovechamos el día para dormir, de noche los quejidos y los perros negros no dejan dormir a nadie. Los niños son los que más sufren” Ellos ya se han levantado de sus mecedoras y nos miran en silencio. Nos montamos al campero y miro la casa que alguna vez perteneció a los Restrepo, la puerta está cerrada, las sombras ya se han vuelto a meter en ella.

El Salto del Tequendama, Colombia.

 

Este hotel en el Salto de Tequendama se volvió el lugar de los suicidas como si el abismo los invitara a lanzarse

Este hotel en el Salto de Tequendama se volvió el lugar de los suicidas como si el abismo los invitara a lanzarse

En los años veinte esta imponente construcción enclavada en medio de la montaña era un hotel de lujo en donde se daban cita las personalidades más importantes de la vida bogotana. Desde su construcción tenía un aura romántica que seducida y atraía. En su terraza se ve como ese gigante de agua de 174 metros golpea a perpetuidad las piedras. Pero acá no sólo se quedaba la alta sociedad capitalina en busca de un poco de aventuras y prensa sino que también se hospedaron los suicidas que atormentados por la lectura de El triunfo de la muerte de Gabrielle D’ Annunzio decidían recorrer unos metros, ubicarse al lado de la cascada y saltar al vacío.

El sótano es lúgubre y el golpeteo del agua contra las piedras apenas se escucha, la razón de este silencio es que el ingeniero Pablo de la Cruz, autor del diseño del hotel, cimentó con piedras los pisos subterráneos de la construcción aislando el ensordecedor sonido del agua. Desde el sótano se nota la poderosa acústica que tiene el sitio, si das un paso en el piso de madera el eco se expande como una pequeña bomba.

Los cuidanderos que se hicieron cargo del sitio en las décadas pasadas no duraban mucho tiempo. Los atemorizados habitantes de la vereda San Francisco cuentan que de noche un hombre sin cabeza camina por el lugar. Ellos lo ven mirando la cascada desde la terraza o entre sus ventanas republicanas. Ahora la han reformado y es un museo, pero hace diez años conservaba su encanto gótico, su ambiente opresivo y sus paredes susurraban desoladas frases que invitaban irrevocablemente a la tristeza y la zozobra: el que se quedara una noche allí se despertaba en medio de las pesadillas, la tristeza y el desánimo. La casa quita las fuerzas, la alegría y las ganas de vivir. Es por eso que conseguir un celador para que cuidara del sitio era prácticamente imposible: todos salían corriendo aunque ninguno vio al hombre sin cabeza. (Vea cómo es en la actualidad “En defensa del salto del tequendama”)

 

 

Overtoun en Milton, Escocia

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Si quieres dar una vuelta por la desolación, la tristeza y melancolía que solo puede dar un sitio que está maldito, nada más tienes que pasar por Overtoun en Milton, un pueblo al oeste de Escocia, un lugar con una atmósfera tan deprimente que si llevas un perro hasta allá deberás amarrarlo muy duro porque en cualquier momento se soltará de la correa y no dudará un segundo en lanzarse al vacío. No se sabe cuántos canes se han suicidado desde la década de los sesenta, momento en que empezó a presentarse el fenómeno, lo que si sabe es que en las noches frías se escuchan unos siniestros ladridos.

Bosque Aokigahara en el Monte Fuji en Japón

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Si el tema de los suicidas te apasiona tenemos un lugar todavía mejor para que acampes en una noche de luna llena. Se trata del bosque de Aokigahara, en las inmediaciones del Monte Fuji en Japón. Desde hace más de mil años se han escrito poemas en los cuales se hace referencia a que el “Mar de árboles” está maldito. Aunque no está prohibida la entrada al lugar, sus tres mil hectáreas están llenas de avisos recordando a sus visitantes que: Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres. Por favor, piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, busca ayuda, y no atravieses este lugar solo. Desde la década de los cincuenta se han encontrado más de 500 cadáveres guindando de sus árboles. La mayoría de los suicidas no tenían más de 30 años. Desde la década de los ochenta las muertes se han disparado a cien por año. No se sabe si la intensa actividad volcánica que subyace en su suelo y que hace que emanen de él constantes gases provoca esa tristeza que te lleva irremediablemente a quitarte la vida. En todo caso, si estás pasando una tusa, ni se te ocurra planear un picnic en Aokigahara.

Casas embrujadas, Escocia

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Si lo suyo son las casas embrujadas estas son dos opciones. Una de ellas se encuentra a orillas del Lago Ness, también en Escocia. Se trata de Boleskine House, la casa en donde Alesteir Crowley, el brujo más célebre del siglo XX, intentó realizar contacto con Thelema y otros dioses paganos. Cuentan que en uno de los patios de la casa se encuentra un cementerio celta donde, en las noches de niebla cerrada y espesa, las brujas se reúnen para hacer sus aquelarres acompañados por rozagantes bebés recién nacidos en la zona. La casa fue comprada en los años setenta por Jimmy Page, el guitarrista de Led Zepellin y también furibundo aficionado del ocultismo. Gracias a la música de la banda inglesa, el lugar, según sus moradores, ha dejado de ser tan oscuro.

winchester-house_col ivanSarah Winchester, la heredera de los rifles que llevan su apellido, estaba muy triste. Después de haber perdido a su esposo y a su hija se convenció de que una extraña maldición caía sobre ella. Consultó a un brujo y efectivamente él confirmó que las almas de todos aquellos que habían caído por culpa del arma que había inventado su padre, recaían sobre su espalda. El consejo que le dio el hechicero era algo simple, siempre y cuando tengas el billete para hacerlo. Le recomendó a la heredera hacer una mansión de 160 habitaciones para que habitaran, apeñuscados eso sí, todos esos desgraciados que habían muerto por las balas de un rifle Winchester. La viuda murió poco antes de que la casa se terminara de construir. La casa todavía permanece allí, en San José California, habitada tan solo por un alma, la de la quejumbrosa viuda.

Chernobyll, al norte de Ucrania

 

centralia foto col ivan

Ninguna de las ciudades abandonadas se iguala a Chernobyll, la localidad al norte de Ucrania que por culpa de una falla en un reactor nuclear, por allá en 1986, se convirtió de la noche a la mañana en un inmenso pueblo fantasma. Los niveles de radiación son tan altos que hoy en día, casi treinta años después, la vida en ese lugar es imposible. Un lugar menos célebre pero no menos inquietante es Centralia, un pequeño pueblo ubicado en Pensilvania, Estados Unidos. La explosión de una mina de carbón hace 50 años ha creado un incendio subterráneo que hasta el momento no se ha apagado, lo que lo ha convertido en un sitio completamente inhabitable por la elevada temperatura de su suelo.

 

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