El pueblo de México que ordenó destruir Carlos Slim

El pueblo de México que ordenó destruir Carlos Slim

Les dijeron que había una falla geológica y que se tenían que mudar. La realidad es que debajo del pueblo hay cobre, oro y plata que el magnate quiere explotar

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enero 14, 2017
El pueblo de México que ordenó destruir Carlos Slim

Esto que ves aquí era la escuela.

Era.

Aquel era el molino.

Era.

Esto era la agencia municipal, con su juzgadito y todo.

Era.

Aquella la plaza principal y su fuentecita.

Eran.

Esa montaña de piedras era la iglesia.

Era.

Ya estaba agrietada la iglesia, pero no para eso todavía,

“Cuando el hundimiento, la iglesia se agrietó”, dice Roberto.

Aquellas ruinas que ves allá eran casas, las casas de los pobladores.

Eran.

Y ese de ahí era el salón sindical, que después fue sala de cine.

Era.

Mira ahí se ven las rodadas de la máquina.

Llegaron y tumbaron todo.

Dice Roberto.

Roberto está parado sobre lo que hasta hace algunos días, la víspera de la Navidad, era Salaverna con su escuela, su molino, su agencia municipal, su plaza principal, su iglesia, sus casas, su salón sindical.

Y dice que no, que esta vez no fue la naturaleza.

Fueron la minera Frisco – Tayahua de Carlos Slim Helú, uno de los hombres más ricos del mundo, y el gobernador de Zacatecas Alejandro Tello Cristerna.

“Ya es mucho que un gobernador ordene que se haga esto. Ya no está actuando como administrador del pueblo, sino como administrador del capital. Es lo peor que le puede pasar a un país: tener gobernantes que estén dominados por los capitalistas“, dice Roberto.

Desde entonces Salaverna parece  la foto de una zona de guerra, de un pueblo azotado por un terremoto poderoso.

La gente en Salaverna ya vive entre los escombros

La gente en Salaverna ya vive entre los escombros

Ya no queda nada en este pueblo que alguna vez albergó a 40 familias

Ya no queda nada en este pueblo que alguna vez albergó a 40 familias

Este es el cadáver de un pueblo en el que habitaban más de 40 familias.

Esto era una biblioteca donde sobresalen libros sobre paz, democracia y derechos humanos.

Se me ocurre que Salaverna es como Afganistán, después de un bombardeo.

Salaverna es así:

4 mil 650 hectáreas de barrancas parduzcas y montañas de pinos, con sus casas en ruinas y sus cerca de 20 familias que, a pesar de esta catástrofe provocada, dice Roberto, de estos atentados terroristas, más tarde sabré por qué, se resisten a salir de aquí.

A pesar de que ya, de Salaverna, no queden más que los puros derribos.

Es un mediodía tenue, las nubes cenicientas volando en el índigo, el viento crudo bramando entre las ruinas.

Fúrico.

Mientras camino dando trompicones entre los despojos de Salaverna, pienso que es como si sobre este pueblo, municipio de Mazapil, en el norte zacatecano,  se hubiese cumplido aquella profecía dictada por Jesús de Nazaret hace 2017 años:

“De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. (Mateo 24:2).

 

Y Salaverna es eso, un montón de piedras.

De polvo.

Un pueblo enterrado bajo sus propios restos: sus entrañas, sus cartílagos, sus huesos, su piel.

Escombros, sobre los que aún se cierne otra profecía: la profecía mundana lanzada hace unos años por la minera Frisco – Tayahua de abrir, encima del cadáver de Salaverna, un tajo a cielo abierto para la extracción de cobre catódico de alta ley, me contarán sus pobladores.

Entonces sí que de Salaverna no quedará piedra sobre piedra.

Aquí estaba el altar de la iglesia, -dice Roberto -, construida hacia 1940, era de mármol el altar.

Ahora está enterrado.

No queda nada.

“Perros desgraciados”, estalla Miguel Sánchez, un lugareño que viene con nosotros.

Allá están, arrumbadas, las cruces de las cúpulas, son dos cruces de fierro que apenas y sobresalen entre la destrucción.

Esta cruz es lo único que quedó de la iglesia

Esta cruz es lo único que quedó de la iglesia

Acá era el cuarto donde se quedaba el sacerdote.

Y este parece un florero, sí mira es un florero, está enterrado.

Estaba bonita la iglesia, dice Roberto.

Aquí mismo fue donde Daniela Monserrat Sánchez Zamarripa, una vecina que se nos ha unido en la caminata, hizo su primera comunión, dice, también aquí la bautizaron.

“Es una profanación fea para nosotros los católicos, aunque el señor obispo de Zacatecas haya dicho que está bien que la hayan tumbado”.

Y esta era la biblioteca de la escuela, donde Roberto terminó su primaria.

Se llama “Vicente Guerrero”.

Se llamaba.

“¿Crees que no nos va a doler?, Esto es lo que han hecho con nosotros”.

Aquí un Atlas del Mundo, un Enciclopédico Universal y libros, libro, libros de texto, y encima de los libros de texto Salavema.

Roberto está contando que cuando los exterminadores, unos 60 policías estatales y ministeriales, varios funcionarios de Protección Civil y dos bulldozer, tumbaron todo aquí, al amanecer del día 23 de diciembre del año pasado, llevaban arrastrando un busto de Miguel Hidalgo, “El Padre de la Patria”, que había en la escuela, “lo llevaban en rastra por ái, así, con una cadena, por ái lo dejaron”, dice Roberto.

Y pregunta si acaso no es esa una falta de respeto para los símbolos patrios.

Y yo pienso que sí.

Días después le llevaron a Roberto los hilachos de algo que parecía una bandera.

Era la bandera de la escuela que quedó desgarrada cuando la máquina le pasó por arriba, durante la demolición.

Roberto hurga entre los derribos de la biblioteca y encuentra tres como cuadernillos con tapas que dicen “Justicia”, “democracia”, “libertad”, las letras redondas, a colores.

“’Justicia’, ‘democracia’, ’libertad’”, - lee Roberto -,  las cosas que a nosotros nos están quitando. No se aplica la justicia, no hay democracia y también nos están robando nuestra libertad de pensamiento y de acción”.

Esta era la iglesia, aquella la escuela, eso el salón sindical y allá la máquina.

“La que hizo el desmadre aquí”.

Dice Roberto y señala un bulldozer parado junto al tiro de la mina subterránea que, desde hace años, opera en Salaverna la compañía Frisco –Tayahua, del millonario Slim

Roberto, entre las ruinas, se mantiene en la lucha

Roberto, entre las ruinas, se mantiene en la lucha

Roberto narra que ya fueron con la Procuraduría y con Derechos humanos pero no han tenido respuesta.

Le pregunto a un minero que recién salió del tiro y está a punto de irse en su viejo Nissan, que qué piensa de lo que pasó aquí.

El minero me responde con otra pregunta: que cómo va darle patadas al pesebre si la empresa le está dando de comer, dice y se va.

Roberto de la Rosa Dávila, sesentaitantos, espigado, moreno, correoso, bigotes nevados, el delegado municipal de Salaverna, está sentado ahora sobre las piedras que, por casi ocho décadas, fueron la iglesia de este pueblo.

La iglesia de piedra que hombres tardaron en levantar y las máquinas de Slim arrasaron en nada.

Roberto sentado sobre los restos de Salaverna y a mí se me ocurre que si estas piedras hablaran tendrían historias para contar.

Todo vino tan rápido, tan de sorpresa, tan de sopetón, que la gente de Salaverna no pudo hacer nada, más que mirar cómo las máquinas tiraban sus casas, el pueblo, todo.

Lo primero que se ve al entrar en Salaverna son los escombros de la casa de Juan Hernández, “El Pequeño”, y a un lado Juan y María, su mujer, sentados en dos sillas a la intemperie, cómo dos desvalidos.

 

Juan y su esposa llegaron a Salaverna y encontraron puro escombro de su casa, ahora viven debajo de este toldo.

Ma. de los ángeles narra que estaban dispuestos a tumbar su casa con su esposo adentro, pero ella logró evitarlo.

Ese día, el día de atentado, Juan, estaba en Mazapil, durmiendo, cuando los toquidos del miedo lo sacaron de sus sueños.

Era Leticia Mendoza, su vecina.

Le avisaba que unas máquinas andaban tumbando las casas allá arriba, en Salaverna.

De camino al pueblo Juan se topó con un piquete de unos 100 policías resguardado la carretera, traían escudos, miraban feo, no los dejaban pasar a nadie.

Lo primero que vio Juan cuando llegó a Salaverna fue su vivienda hecha añicos, polvo, piedras, como una tumba, y debajo, sepultados, enterrados, sus muebles.

“Nos dicen tercos, que esto era lo que queríamos que pasara”, dice Juan.

Y yo no creo que lo que Juan quería era vivir en un toldo, Juan vive en un toldo con catre y unos cartones que hacen de cama y dos sillas, esperando, esperando, esperando: no sabe qué, algo, lo que sea.

Ese día, el día del atentado, los policías llegaron golpeando y escupiendo amenazas sobre la gente de Salaverna.

Parecían endemoniados.

Patearon la puerta de la casa de doña Micaela Zamarripa Hernández y sacaron sus muebles a la calle.

Que se saliera, le ordenaron, porque iban a tumbar su casa.

También le pegaron a su hijo.

Y al hijo de doña María de los Ángeles Guevara.

60 policías con 2 buldozers llegaron el 23 de diciembre a derrumbar casas, esuela, oficina municipal y la iglesia, hasta convertir este pueblo en un cadáver.

60 policías con 2 buldozers llegaron el 23 de diciembre a derrumbar casas, esuela, oficina municipal y la iglesia, hasta convertir este pueblo en un cadáver.

Los agentes habían amagado con derribar su casa, con todo y su esposo de silla de ruedas en la puerta.

Hace cuatro meses que el esposo de María de los Ángeles perdió el brazo derecho y la pierna derecha en un accidente de mina.

Fue en la Frisco - Tayahua de Carlos Slim.

Ese día Ángeles y su marido se preparaban para salir a una cita médica a Saltillo.

“A mi muchacho lo cachetearon, rodearon mi casa los policías, la acordonaron, pusieron la bulldozer en frente, como haciendo señas de que la iban a tumbar, y mi esposo allá afuera en la silla de ruedas, ‘usté cree? Les dije ‘pos metan la máquina conmigo, a ver si me tumban’”.

Aunque Salaverna es un pueblo en ruinas, parece que el silencio no es su virtud.

De día y de noche, de noche y de día, se oye por todas partes el ruido, como de planta industrial, que hacen los pozos robbin.

 

En los días que estaré aquí no escucharé cantos de gallos, perros ladrando, balidos de cabras, burros rebuznando, sólo el bufido opaco, monótono, terco de los robbin, que, a simple vista parecen cubetas gigantescas de lámina sobre las montañas.

Robbin, así se llaman estos pozos, dice Roberto, porque son construidos con una máquina que se llama así, robbin.

Y los pozos robbin no son otra cosa que respiraderos que sirven para ventilar la mina de los gases tóxicos que expele en el fondo de la tierra.

Cuando se lo pregunto, Roberto, que no es ingeniero en minas, me lo explica así: los respiraderos jalan a la mina el aire límpido que sopla de las montañas, y sacan el aire viciado, contaminado, que exhala la garganta del subsuelo.

La gente de Salaverna no sabía que era un robbin, lo supo hasta hace ocho o nueve años que la minera construyó el primero y después otro y otro y otro y otro…

En total 14.

Entonces empezó para el pueblo  de Salaverna la batalla en contra uno de los hombres más poderosos del mundo: Carlos Slim.

“Metimos denuncias, estábamos en contra de los robbin porque generan contaminación y aflojan el terreno. En ese tiempo el kínder estaba en frente de uno de los pozos y nosotros protestamos ante la Secretaría de Salud de Concha, (Concepción del Oro, Zacatecas), pero fue en vano nuestras protesta, nunca las autoridades nos hicieron caso”, dice Roberto.

Un día de 2010 los de la minera de Carlos Slim llegaron al pueblo enseñando un papel que advertía sobre una supuesta falla geológica, y el riesgo de que a Salaverna se lo tragara la tierra de una tarascada junto con sus casas y sus más de 80 familias.

La gente de Salaverna tendría que cambiar de pueblo, dijeron los de la minera.

Para eso la minera, - me imagino a una hermanita de la caridad -, había dispuesto ya un terreno con casitas, saliendo de Concha del Oro rumbo a Saltillo, en un lugar llamado “El Arenal”.

Hacía tiempo que en el pueblo  había caído la noticia de que la minera Frisco – Tayahua, - quien se ha proclamado dueña y señora de Salaverna, los campesinos dicen que no, que los dueños son ellos -, proyectaba construir aquí un tajo a cielo abierto para la explotación de cobre catódico de alta ley, además de oro, plata, plomo y zinc.

Y no era para menos.

Aquí es el nuevo Salaverna, una colonia que la minera construyó para que la gente se mudara lejos. 40 familias dijeron que sí.

Aquí es el nuevo Salaverna, una colonia que la minera construyó para que la gente se mudara lejos. 40 familias dijeron que sí.

El terrorismo desplazó a otras 20 familias de Salaverna al Salaverna nuevo.

“Quedamos 20. De esas 20 pos sí han sacado dos, tres y se las han llevado“.

Roberto dice que ya se aburrió de esperar la respuesta a las denuncias hechas ante la PGR y Derechos Humanos en contra de la minera Frisco – Tayahua de Carlos Slim, por la construcción de los pozos robbin y el uso de explosivos.

 

“No hay respuesta porque todos están comprados”, dice.

 

En cambio la minera no se aburre  de hostigarlos para que se vayan.

Ya les corta el agua.

Ya les corta la luz.

Ya les tumba sus huertas para construir sus robbin.

“Nos ha hecho, señor, tantas cosas y es el coraje que tiene de que nos hemos aguantado y que hemos estado al pie de la lucha. No nos van sacar así nomás como así”, dice Micaela Zamarripa Hernández.

Pero esto no es lo peor, no, dice Roberto y lanza una profecía feroz:

Lo peor vendrá el día en que la minera consiga hacerse con las tierras de Salaverna y las convierta en un tajo a cielo abierto.

Entonces se acabará el agua y desaparecerán pueblos enteros, desde Mazapil hasta Saltillo y Monterrey.

“Aquí es un centro de recarga para los mantos acuíferos que proveen al este de Coahuila, parte de Nuevo León y el norte de Zacatecas. Si devastan aquí van a afectar la recarga”, dice Roberto con la seguridad de un geólogo.

Roberto, sentado sobre las piedras que un día fueron iglesia.

Al fondo Salaverna, como una llaga abierta, punzante, sangrante.

* Texto publicado en La Vanguardia de México

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