Cuando los bachilleres eran los muertos de la guerra en Colombia

Cuando los bachilleres eran los muertos de la guerra en Colombia

Cerca de 500 mil jóvenes perdieron la vida en 65 años de conflicto. Esta foto resume la tragedia que ha cargado la juventud colombiana

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agosto 29, 2016
Cuando los bachilleres eran los muertos de la guerra en Colombia
Foto: Archivo Vanguardia Liberal vía Jesús Villamizar

Hay cosas que uno no se le borran en la vida. Esta foto en la mía es una de ellas. La vi en Vanguardia Liberal, hace 30 años, en la página judicial, al final del periódico.

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Foto Archivo Vanguardia Liberal

Un soldado bachiller lloraba la muerte de su compañero en una emboscada que el ELN le había hecho al comandante de la V Brigada en la vía a Barrancabermeja. Sangre en el suelo, un camión volteado con los otros cuerpos, como botellas rotas.

Esos 5 muchachos, antiguos boyscouts, tirados en el asfalto y puestos en esta foto de Jesús Villamizar, recuerdo que me dieron una sensación amarga, como de ganas de llorar, como de ganas de matar a quienes lo habían hecho.

Con esa intención, con la cabeza inflamada de patria herida y convencido de que uno debía asumir las responsabilidades de defender una sociedad, porque si no ¿quién lo iba a hacer?, al finalizar mi bachillerato en la escuela nocturna ese año, me regalé para el cuartel. Recuerdo que la balota me eximía y se la cambié a un compañero a quién le salió ir al cuartel y que, por supuesto, no quería ir.

18 años y medio tendría cuando ingresé a filas dispuesto a ir a “defender a la Patria”.

El primer golpe me lo llevé muy recién entrado cuando un teniente nos preguntó “¿quién de uds está dispuesto a morir por la Patria?” y yo y otros pocos levantamos la mano. “Huevones”, nos gritó. “La Patria no necesita que mueran por ella, sino que maten por ella.” Poco a poco se me fue haciendo claro el sentido de lo que yo creía un sacrificio supremo y lleno de ideales.

Nuestra unidad, por ser de bachilleres era dedicada a “operaciones psicológicas” y nunca estuvo expuesta a tareas de combate verdaderas. El escándalo del año pasado por la muerte de los soldados de la foto había prácticamente prohibido que nos expusieran a ello.

Sin embargo, uno no dejaba de enterarse, por boca de los soldados regulares y de algunos oficiales de las vainas que se veían en el campo. Relatos escabrosos del miedo en los patrullajes o del olor de pólvora y sangre en medio de los combates, o de cómo tocaba “apretar” a las personas para sacar información. Recuerdo mucho los ojos de un cabo de las Fuerzas Especiales, que contaba de cómo persiguiendo para matar a un blanco –señalado por Inteligencia- este había terminado por esconderse en una floristería y él había terminado matando también a la dependiente del lugar. “ “Sueño todas las noches la cara del tipo y de la mujer” decía, con la boca seca y unos ojos sin brillo, mirando al suelo, como si los estuviera viendo.

Historias de muerte, causada o recibida, eran la mayor parte de las historias que oímos en nuestro rito de salida de la inocencia.

“Guerrilleros mataremos y su sangre beberemos, sus mujeres violaremos y su carne comeremos” era un estribillo que podía oírse cantar en nuestras rutinas de ejercicio matutino. Oficiales más preocupados por cuántos fusiles o munición se hubiera perdido en una emboscada que por cuantos soldados habían muerto eran cosa común.

Recuerdo que igual aprendí a disparar (bastante mal, por mi cortedad de ojos) y me veo con mi fusil en la mano, imaginando enemigos en cualquier parte. Eran los días de los bombazos y las emboscadas cotidianas y cada prestada de guardia era un constante comprobar del dedo sobre el gatillo, con tal de reaccionar presto en caso de necesidad.

No fue sino hasta muchos años después de volver a la vida civil, cuando caí en la cuenta de cuán dispuesto estuve yo a perder la vida o a quitársela a alguien. Yo, un carajo de 18 años que ni siquiera lograba tener pelos para afeitarme la cara, con el poder de un fusil de 7,62 mm y 20 cartuchos en la mano, podía decidir sobre la vida misma. Y me impresioné profundamente de mi estupidez.

Con el tiempo, después de mi paso truncado por la universidad pública y el nacimiento de mi hija aprendí a amar la vida y a hacerme las preguntas sobre las verdaderas causas de todo este despropósito de país que hemos construido en tantos años de lucha estéril.

Faltan ahora 15 minutos para que se de inicio al cese al fuego bilateral y definitivo de este conflicto entre FARC y Estado. El ELN parece que no demora en ingresar en un proceso similar. Y pienso en estos muchachos y en todos los otros tantos, hombres mujeres y niños, que murieron antes y después, en cada rincón de este país hermoso y sangriento. Soldados, guerrilleros, policías, paracos, campesinos e indígenas.

Los siento al lado, tratando de susurrarnos, o de gritarnos, para que no hagamos de su sangre un líquido perdido, rogando por ser semilla que abone un nuevo país.

Los escucho respirar en el silencio de esta noche de agosto, implorando para que le demos esta vez una oportunidad a la vida, una oportunidad a la paz, como cantaba Lennon. ¿seremos capaces?¿mereceremos este momento?

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