Yo voté por Iván Cepeda

Yo voté por Iván Cepeda

Fuera del desplazamiento, el padre de Efraín, reclamante de tierras, sufrió la incompetencia de las autoridades. Cuando todo parecía oscuro, el senador lo ayudó

Por: Efraín José Martínez Meneses
agosto 25, 2020
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Yo voté por Iván Cepeda
Foto: Facebooj @IvanCepedaCastro

Antes de ser tildado de guerrillero, castrochavista, prechavista, comunista, socialista, juventud Farc y otros epítetos que supondríamos tienen la intención de insultar o de nombrar lo que no comprenden, como quien llamó brujería a todo aquello que se salía de su alcance lógico y se ahorró reflexiones extenuantes para meterse de cabeza en su propio maniqueísmo simple y digerible, quiero contarles qué me llevó a votar por Cepeda.

Soy hijo de campesino reclamante de tierras, campesino también, hasta donde me permitió el desplazamiento. De verdad que uno quisiera explicar la soledad de ese migrar forzado de una manera contundente, pero no hay manera, nunca sé por dónde empezar, se naufraga en ese océano de episodios que realmente uno a uno van construyendo la zozobra solitaria del que lucha por sus derechos en un país tergiversado.

Se puede empezar por las amenazas, por las camionetas que pasan disparando, por huir y por no poder denunciar porque viste a hombres del ejército al lado de los acechadores, a tus despojadores con alcaldes y comandantes de policía, al director de restitución de tierras llegar en la camioneta de tu expoliador y recientemente al hijo del que te sacó de las tierras y sembró de muerte el Magdalena ser nombrado director de victimas del ministerio.

¿Hacia dónde mira el campesino? Hacia dónde mirar si vimos al partido de gobierno torpedear la ley de víctimas y restitución durante ocho años. ¿A dónde va a mirar el pequeño productor o comerciante que se engaña pensando que sus esforzados logros son suficientes al momento de enfrentarse con los patrocinadores del poder? Vítores, votos, saludos de manos ni calcomanías del candidato en el carro que se paga a plazos no los protegerán de la ambición desmedida de los verdaderos dueños del país.

Treinta campesinos, incluyendo mi padre, decidieron regresar a sus tierras cuando el cambio de gobierno permitió la aprobación, postergada miserablemente, de la ley de víctimas, aminorando el envalentonamiento de testaferros y esbirros tardíos del paramilitarismo, pero que movían sus influencias. Era la gente de bien, “compradores de buena fe”, y los campesinos que no sirven chocolate en las fondas de pueblo, que no se toman fotos postales y que son un artículo del turismo condescendiente de los que han olvidado su origen, sino que reclaman sus derechos y sus tierras son considerados guerrilleros desarmados, aunque eso suene a un mal intencionado oxímoron.

Papá y los otros campesinos entraron a recuperar sus tierras, la policía llegó a desalojarlos, a maltratarlos. Mujeres y niños sacados a empellones, llanto, hombres humildes que gritan, policías que golpean, que disparan al aire protegiendo a los usurpadores. Nuevamente me preguntaba: ¿hacia dónde mira el campesino? El comandante de la policía decía que tenía informes de que estaban armados. Después de veinte años, ¿de dónde iban a sacar treinta campesinos hambrientos dinero para comprar armas? Quizá era su forma de preparar un falso positivo.

Papá me llamaba angustiado, para protegerlo yo le decía que no valía la pena hacerse matar por unas tierras, aunque en realidad me hervía la sangre con cada cosa que en su ingenuidad me contaba. Hablé con defensoría, unidad de víctimas y otras instituciones con pocos dientes hasta que un amigo me dijo que tenía el teléfono de Iván Cepeda. No creí que un senador respondería una llamada, pero sí lo hizo. Le conté brevemente la historia y me dijo que me comunicara con su equipo jurídico: enviaron oficios, hicieron llamadas, detuvieron el desalojo, hicieron trasladar al comandante de la policía y hoy, con la agobiante certeza de que papá no recibirá sus tierras, él permanece allí. Habita con ilusión, ileso y en su mundo, las tierras que su familia ha trabajado desde los tiempos de los Paternostro. En la unidad de restitución ya nos respetaban y los testaferros dejaron de amenazar y rondar en sus camionetas, había un senador pendiente de lo que sucedía.

Llegaron las elecciones y se acercaban decenas de políticos en vuelo bajo a recordarnos que nos saludaron, a fingir interés y a rebajarse por un voto. De la campaña de Cepeda nunca nos llamaron, nunca nos escribieron, nunca nos recordaron que estuvieron allí, por eso yo mismo me comuniqué, pedí publicidad y afiches. En el pueblo más uribista que conozco empapelé las ventanas y el balcón. Mamá me decía: ¿y si nos tiran piedras? Yo respondía: Ya nos han tirado balas.

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