'Yo salí con vida del Bronx'

'Yo salí con vida del Bronx'

Sebastián Leal estuvo hace dos años en la calle más peligrosa de Bogotá. Esta es su historia

Por: Sebastián Leal Daza
junio 07, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
'Yo salí con vida del Bronx'

Después de escuchar las noticias sobre la reciente intervención de la Alcaldía Distrital de Bogotá a la que es considerada la “olla” o “la calle” más peligrosa de Bogotá, y seguramente del país, decidí escribir una vivencia que tuve hace 2 años, que hoy parece cerrarse, pues ahora entiendo quiénes fueron los que nos detuvieron y por qué lo hicieron. Aquellos sujetos fueron los llamados “Sayayines” encargados de la seguridad del Bronx.

Es necesario decir antes, que el problema social del Bronx no es nuevo. Si bien la intervención de la Alcaldía es un primer paso, no va a solucionar el problema de fondo, pues toda la sociedad colombiana, y en especial el Estado, son y somos responsables de ese infierno en la tierra donde la miseria humana está en su máxima expresión.

Responsable el Estado porque a pesar de que dicha calle está a escasos metros de la Casa de Nariño, del Congreso, del Palacio Lievano y de una Estación de Policía, allí trafican armas, drogas, personas, asesinan, torturan y desaparecen y nadie hace pasa.

Responsable la Policía, pues varios de sus agentes están involucrados en una red de prostitución a menores de edad y en otros hechos delictivos.

Responsables las madres y padres de niños, niñas y jóvenes que se desaparecen por fines de semana o para siempre, en medio de la droga, la rumba y las orgías.

Responsables los ciudadanos, porque acuden allí para comprar sus múltiples y miserables servicios: la droga, la prostitución, las armas ilegales. Y a la final, responsable la sociedad colombiana por hacerse el de la vista gorda,  y pensar que el problema se reduce solo a desadaptados sociales, indigentes y criminales. El problema de fondo es la corrupción que ha creado toda una mafia que ha penetrado el mismo Estado. El problema es el mismo sistema de salud pública que se ha visto insuficiente para atender el fenómeno de al adicción. El problema es el mismo sistema económico, político y social que produce desigualdades económicas abismales entre sus ciudadanos, y cuya escala de valores está en detrimento. Si no se resuelve el problema de fondo, atacando la corrupción, empezando por la educación, y mejorando las condiciones de vida de los habitantes, podrían destruir el Bronx como hicieron con la Calle del Cartucho, pero volverán a surgir otros “Bronxs” y otras Calles del Cartucho por doquier.

Dicho esto, esta es mi historia:

Era cerca del medio día. El sonido de los carros apretujados, la congestión, la gente moviéndose de prisa, la algarabía de los negocios, todo creaba la típica escena del centro de Bogotá. El día parecía ser como cualquier otro, a no ser por una extraña, ingenua, estúpida o curiosa decisión. Me encontraba con un primo acompañando a mi padre a comprar papel en grandes cantidades en los antiguos negocios del centro; allí donde se encuentra de todo, todo tipo de artículos, por lo regular a buen costo.

Una vez allí, y después de un "ya vengo" de mi padre, y de un aquí  “lo esperamos”, la espera originó en desesperación y desencadenó una infortunada y estúpida decisión.

-Estamos muy cerca a la "L", dice mi primo

-¿Qué es la L"?, respondo con una mueca de asombro.

-La "L" es la calle más peligrosa de Bogotá, también le dicen el Bronx, allí venden drogas, armas, y parece ser una calle.. he ido 2 veces con un amigo de la universidad por pura curiosidad.

-Y, ¿no les pasó nada?

-No. Es una calle como cualquier otra, solo que es del bajo mundo, como un San Andrecito.

-Vea pues, por “pura curiosidad”.

-¿Vamos?

-¿Cómo? la pregunta no fue por no haber entendido o escuchado. Fue una expresión de horror.

-Sí, vamos, estamos a solo dos cuadras

-¿Está loco? y si nos pasa algo ¿Qué voy a hacer por allá?

-No pasa nada, ya he ido 2 veces, usted no mire a nadie a los ojos y camine.

-Mmmm.. no lo sé... me parece muy arriesgado y no me interesa.

-Hagamos una cosa, asomémonos solo para que la conozca.

-Okey. Está bien. Pero solo eso.

Tomamos rumbo a la susodicha calle del horror. Allí donde me imaginaba cualquier tipo de cosas en el puro centro de Bogotá.  La calle era larga y encontramos solo cuerpos más muertos que vivos tirados en la calle, en un estado de alucinación constante. La basura acumulada en las aceras, el olor a suciedad, a droga, a excremento humano a abandono. La gente vendiendo cosas como un mercado chino, algún loco gritándole a sus demonios, y luego van aparecieron los indigentes, los ladrones, los estudiantes de colegio, los estudiantes de universidad, gente del común, gente encorbatada, y ¡niños! Lo más impresionante fue ver a niños llevados por al droga, el bóxer o el cacho de mariguana.

-Esta es la "L", dobla al final de la calle y continúa haciendo una L.

-Okey, es suficiente y no me aguanto el olor nauseabundo, devolvámonos.

Él continúo como si nada, no tuve más remedio que seguirlo. En medio de la calle y de la cantidad de gente, sofás expuestos para consumir droga, y tiendas de todo tipo, me aborda un individuo: cachucha, chaqueta, tenis, su rostro... el típico jíbaro.

-Páseme la billetera! Me dice.

No le respondo, y le paso indiferente por el lado. Él se atraviesa de nuevo e insiste.

Lo empujé levemente y me desvié para continuar mi camino. (Qué podría pensar uno en esa situación, en esas circunstancias, ¿me pedirá la hora?)

De repente, sentí un puño en la espalda cual rayo. El mismo individuo me toma de la camisa, me vuelve a ordenar: ¡La billetera! Me rehúso y luego soy conducido, halado por 7 malandros más al interior de un establecimiento. Cuando reacciono, mi primo y yo, estábamos rodeados de 10 tipos, dentro de una tienda oscura, yo contra la pared y mi primo a dos metros más cerca a la salida. El mismo individuo del primer encuentro se dirige a mí, mis ojos examinan el lugar como tratando de encontrar una salida, o de memorizar el lugar porque pensé que nos podrían secuestrar. Mis ojos ven una vitrina con gaseosas; del otro lado, un señor con bigote nos mira con indiferencia, parece ser una tienda, me digo, mis ojos siguen buscando una salida, y se topan con los ojos negros de un negro.

¡Páseme la billetera! El anuncio me trae devuelta a la realidad, a la triste realidad.

Tengo a cuatro hombres rodeándome. Mi vida, mis 22 años pasan por mi mente en un segundo. Entonces viene el miedo, luego viene la rabia y finalmente la resignación. Me maldije por haber sido tan estúpido de haberme metido en semejante antro. Todos mis planes a futuro, mis estudios en el exterior, la casa, mis hijos, el trabajo, todo se acaba ahí mismo, de esa manera tan pendeja y tan cruel.

-No tengo, me la robaron. Respondí mirándolo a los ojos mientras las piernas me temblaban.

-Páseme la billetera.

Miro a mi primo de reojo, acorralado por 3 tipos, en silencio, con miedo.

Uno de ellos se corre de mi lado derecho. Ahí veo una oportunidad para escapar, de salir rampante cual liebre en la boca del lobo.

Logro escabullirme en menos de un segundo, para solo ser atrapado por un indigente y arrastrado nuevamente adentro. ¡Hasta aquí llegó la liebre! Pensé, y ahora ¿Qué nos harán además de robarnos? ¿Secuestrarnos? ¿Apuñalarnos? ¿Violarnos? ¿Torturarnos? ¿Cómo sabrán nuestros amigos, nuestros familiares, las autoridades, que nos encontramos en esta tienda del infierno? El negro, con el que mis ojos se cruzaron hacía un instante, me lanza un puño al rostro como si fuera culpa de la inercia, devuelvo otro, con la mala fortuna de darle en el hombro. Es ahí cuando alguien me toma de los brazos por detrás, me hace una llave y rápidamente soy reducido. Levanto las manos en señal de rendición.  Y entonces pasó lo inesperado: no pasó nada.

Me encuentro de nuevo contra la pared, con 10 miradas en mi rostro

-No tengo celular, ¿Qué quieren? ¿Dinero? Tengo dinero (En mis bolsillos tenía no solo la billetera, también mi celular, mi pasaporte y 230 mil pesos para ir a la embajada a sacar una visa, ¡Hermoso día para ir a la embajada con todos mis papeles, no sin antes meterme como un imbécil al Bronx! Pensé)

-¡Páseme la billetera!!

No vi armas blancas, ni vi armas de fuego, ni siquiera hubo malas palabras. Y extrañamente tampoco se atrevieron a meterme las manos a los bolsillos. Y cómo si hubiera sido poseído por alguien más, o se me hubiera prendido el bombillo o asistido por el Espíritu Santo, guardé la calma, respiré, mire a los ojos al que parecía ser el líder y me había abordado la primera y vez y dije:

-¡Un momento todos! ¡calma! ¡calma!

No nos hagan nada, venimos a comprar droga, mucha.

-La respuesta del malandro fue de nuevo: “Páseme la billetera”.

Deslizo mi mano por mi bolsillo izquierdo, sacó mi billetera y me hago una imagen mental de mi cédula, mi libreta militar, mi carné de la universidad, los recibos, el dinero. Él la toma, saca documento por documento, en orden, mientras las revisaba por ambas caras. Luego cuenta los billetes, 3 de 50.000, 4 de 20.000. Encuentra un carné de la universidad. Me mira a los ojos sin decir palabra alguna luego me devuelve la billetera sin llevarse nada, sin decirme nada y sin hacerme nada. Solo me pregunta, la que sería su última pregunta: ¿Por qué no me quería dejar ver su billetera?  Mi tonta respuesta fue: “porque no sé quiénes son ustedes”. Y todos nos miramos en un incómodo silencio.

Me voy escurriendo entre los hombres con cara de criminales, mi primo hace lo mismo.

Ellos no hacen nada, solo se quedan ahí, en silencio. Solo me escuché decir "Gracias".

Salimos de la tienda. Un indigente se nos acerca, y nos dice que tuvimos mucha suerte porque dimos con los “duros de la cuadra”. Él nos acompaña, nos habla en nuestro camino de regreso. Mi primo y yo no nos miramos a los ojos. La agitación, la estupefacción nos apodera, estamos despersonalizados. Me pregunté si acaso ya estaba muerto y no me había dado cuenta.

No volteamos a mirar. Había rabia y había extrañeza. Dudas, muchas dudas rondando en la cabeza. El indigente nos seguía hablando, pero sus palabras no retumbaban, solo me miraba las manos para ver si eran reales, me palpaba el abdomen, los hombros, la espalda, para saber si me habían apuñalado. Nada.

Salimos de la calle. Me puse unas gafas que tenía en el bolsillo para disimular el golpe. Vi a mi papá esperándonos con cara de enojo en una esquina. Subimos al carro, le decimos una mentira de nuestro retraso y le dimos 500 pesos al indigente. Mi primo y yo no volvimos a hablar del tema. ¿Por qué no nos mataron? Me pregunté, miré al cielo y me pareció que estaba más resplandeciente que nunca.

 

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