"El fin de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales del hombre, y estos derechos no pueden ser violados impunemente."
Cesare Beccaria
Cuando un delincuente arrebata con violencia la vida a otro ser humano para apropiarse de sus bienes o cuando una gran masa de la población pierde la vida por culpa de la corrupción ejecutada por los políticos que se lucran con el erario público y, estos criminales, al final, son romantizados por el cine o la literatura, son halagados y justificados por los gobernantes o terminan siendo considerados héroes por una población ignorante y escasa de valores morales se está atentando no solo contra la verdadera aplicación de la justicia y la autoridad sino también contra el preciado derecho natural de la vida.
“Si yo tuviera a mi hija enferma y no tuviera con qué llevarle una medicina y comida, yo saldría a la calle a robar”, esto decía el extinto sátrapa venezolano Hugo Chávez en febrero de 1999; La poco feliz frase de “abrazos, no balazos” de Andrés Manuel López Obrador en México que abrió el grifo a la violencia de los carteles del narcotráfico en ese país o cuando Gustavo Petro afirma “…durante una conversación con la secretaria de Seguridad de Estados Unidos, Kristi Noem, …que los integrantes del Tren de Aragua son jóvenes excluidos por la migración forzada y que debían ser tratados con amor” refiriéndose a una estructura del crimen organizado nacida de las bondades del gobierno dictatorial de Venezuela y consecuencia de la frase que inicia este párrafo tan solo estamos despreciando al honesto, al que cumple con religiosidad el quinto y el séptimo mandamiento de la Ley de Dios y le damos patente de corso al delincuente con la manoseada excusa de que “son víctimas de la sociedad”.
En Colombia existe el “culto” a la personalidad del peor narco delincuente de su historia pues, para una parte de la población, Pablo Escobar era un héroe, un modelo a seguir respecto al milagroso enriquecimiento basado en la destrucción física, moral y psicológica del adicto; en Cuba se creó el mito del guerrillero heroico sobre la imagen de un ser despreciable, desaseado y despiadado llamado Ernesto Guevara acá “El Ché”; en Venezuela, Chávez alababa las aventuras del salteador de caminos Ezequiel Zamora que, con las típicas excusas políticas, en su tiempo se dedicó al estupro y el saqueo.
Incluso el cine se ha dedicado por años a mostrar al delincuente como un “Robin Hood” que lucha “por el humilde” en contra de las clases privilegiadas como, por ejemplo, esa versión edulcorada de “Bonnie and Clyde” (1967) de Arthur Penn en la que la pareja de criminales se transforman de victimarios a víctimas o “El Asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” (2007) dirigida por Andrew Dominik que muestra las andanzas del “Robin Hood” norteamericano que no pasaba de ser otro criminal que se tomaba en sus manos el poder de vida o muerte al estar frente a sus iguales, otros forajidos, y sus víctimas inocentes.
Por cierto, que la leyenda de Robin Hood es el arquetipo de muchos políticos latinoamericanos que para llegar al poder se convierten en ese “vengador” que ha de quitarle a los ricos la oligarquía, para darle esa riqueza “mal habida” a los pobres definidos en el discurso demagógico como “el pueblo”. En resumen, que el caudillo necesario, el líder omnipotente, el salvador de la patria, el padrecito del “pueblo” al final deberá promover de manera directa o indirecta las acciones delictivas y buscará aliarse con la delincuencia común u organizada utilizando en el discurso la teoría de que “el delincuente es una víctima de la sociedad” y que debe ser “comprendido” por la misma, pues el criminal cuando roba, viola y mata está, realmente, pidiendo “justicia social” y, a gritos, pidiendo perdón y comprensión.
En resumen, que el progresista woke siempre tendrá una palabra de aliento y estímulo para el criminal que no solo se apropia de lo ajeno, sino que en el proceso termina arrebatándole la existencia a la víctima. Es como decir que, en aras de la “justicia social”, cuando un caco te arrebata la vida y la bicicleta, te borra de la existencia y se apodera de tu teléfono móvil, suprime tu derecho a vivir y se apropia de tu billetera no está más que redistribuyendo la riqueza y, altruistamente, ayudando a disminuir los efectos negativos de la explosión demográfica.
Por tanto, desde el libertarismo bien entendido, no podemos aceptar que la vida se suprima tan alegremente para satisfacer la imperiosa necesidad del criminal de adquirir, sin esfuerzo alguno, aquello que el ciudadano honesto ha logrado obtener con trabajo y sacrificio; no es válida la excusa del criminal basada en el sofisma político de la izquierda que alega que el delito es un acto desesperado de “justicia social” y que el delincuente debe recibir “abrazos y no balazos”, ser premiado con amor y una caja de finos bombones y que, su estadía en la cárcel, debe ser para el delincuente común el paso por verdaderas universidades del crimen y para el delincuente de cuello blanco, a menudo, tan cómoda como sea el valor económico del crimen despiadado que hayan cometido siendo, por cierto, el destino de muchos políticos corruptos en América Latina que, colateralmente y por su desidia, terminan generando muerte y miseria mientras disfrutan del poder político en los más altos cargos del ineficiente aparato burocrático político llamado Estado.
Y no faltará el que establezca que somos afines a la pena de muerte o a la justicia por mano propia, aunque defendemos el derecho a la legítima defensa, pero, la verdad es que la mejor alternativa es la propuesta por Nayid Bukele en la República de El Salvador, a saber, una cárcel segura, amplia y adecuada para que el delincuente irredimible, el segador de vidas, el verdugo de la sociedad pase un tiempo considerable de tiempo tras los barrotes y para que, los redimibles, puedan ser orientados a labores útiles y honestas.
Y aunque no sabemos cómo terminará esa experiencia si se han logrado cambios significativos en esa pequeña nación de Centro América que intentan ser emulados en otros países que actualmente son pasto de acciones criminales que destrozan la vida de cientos de miles de individuos y familias por una delincuencia de manera artera y a veces directa es apoyada por caudillos de pacotilla que los romantizan, los alaban y los glorifican.
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