“Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar”. Inicio reflexionando sobre esta frase de Albert Einstein porque en algo me ha motivado.
Impávido, poco a poco he estado concentrado tratando de hacer una lectura del país que sueño. Pienso diaria y profundamente en el contexto social y político en el que estamos viviendo. No es afanarme. Vivo cuestionando cada circunstancia, cada movimiento latente de renovación social. Es como dejarme llevar sensiblemente a los aspectos de nuestra época, es tomar con detenimiento la relación social de estas circunstancias que atravesamos. Idealizo una forma teórica del mundo político. Una nueva.
Medito cada momento de nuestra historia, y sobre todo disfruto masticar cada frase de conocimiento. Ya no logro asimilar con rapidez; es más, siento que lo absorbo con lentitud y paciencia. Este cambio, rápido a lento, da cuenta de una apreciación del humanismo directo, fiel reflejo de una praxis progresista. Un pasaje de las cosas que en ocasiones pareciera que me llevan a un estado de catarsis, un viaje que me hace perder por algunos instantes. Un letargo indulgente e irónicamente astuto, de una realidad simple, de una realidad común y vaga diferente a como la verían todos. Es el estado del conocimiento, es el estado del saber.
Hoy, creía que puede ser palpable que los grandes cambios del hombre surgen de los grandes cambios sociales; así como a la inversa, que de los verdaderos cambios sociales surgen las verdaderas ideas de cambio del hombre; pero también, visionaba que gracias a esta coyuntura político-social, y que obligadamente repercutirá en la cultura de éste específico momento, en esta sección del continente deberían nacer los próximos grandes pensadores.
Y si le apostáramos a la educación, creo que esta vez el turno sería para este hemisferio, pues consciente de que sus frutos no se desarrollarán con inmediatez, es hora de producir, de invencionar. Lo he podido comprender con el momento que sufrió Europa. Ellos, aunque víctimas directas de una época de revolución dolorosa, también dio pie para que los sucesos del momento marcaran profunda y de manera sensible la mente de hombres y mujeres que empezaban a brotar con sus ideas de acuerdo al contexto que los golpeaba.
Algo resultará de todo esto, un mundo político no muy alejado de los primeros teóricos, y llevado a la práctica, comprendido como aquella comunidad que tiene fines comunes. La educación tiene que ser un propósito colectivo, y este país necesita ser educado con premura.
Más atrás hacía referencia a que los cambios deberían ser tanto grandes como verdaderos. Eso es lo que se merece la educación, esta debe ser el motor intacto, el corazón cognitivo de la sociedad.
Por eso pensaba que sin un mínimo de educación en una Colombia desgastada, se está dejando en el olvido el potencial de aquellos que van a ser el futuro en las próximas décadas. Aquellos que van a ser el motor de la nueva Colombia, trasformada y anhelada.
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