Y bueno, ¿qué pasó en la audiencia del glifosato? (I)

Y bueno, ¿qué pasó en la audiencia del glifosato? (I)

La sesión convocada por la Corte Constitucional para hacerle seguimiento a la sentencia T-236 estuvo llena de contradicciones. Acá una mirada a los argumentos del Ejecutivo

Por: Absalón Cabrera
marzo 14, 2019
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Y bueno, ¿qué pasó en la audiencia del glifosato? (I)
Foto: Flickr Policía - CC BY-SA 2.0

A propósito de la audiencia pública de seguimiento a las órdenes de la Sentencia T-236 de 2017 citada por la Corte Constitucional y presidida por el magistrado Alberto Rojas Ríos, en el que intervino el Ejecutivo y su equipo de gobierno, además de diferentes académicos nacionales e internacionales, hago el ejercicio de presentar los siguientes conceptos que serán desglosados en dos notas periodísticas. En la parte 1, la interpretación de los argumentos del Ejecutivo y su equipo y, en la parte 2, haré énfasis en las problemáticas fundamentales que se pusieron en discusión, principalmente por aquellos sectores cuya postura va en contra de la aspersión con glifosato.

El discurso del jefe de Estado y de su equipo tuvo, desde mi perspectiva, dos particularidades. Primero, como finalidad minar la credibilidad del estamento y de los accionantes de la tutela al mencionar reiteradamente frases como: “se encuentran en una falacia”, “no nos digamos mentiras”, “falsos dilemas”. Logré contar en diez (10) ocasiones, solo en la intervención del presidente, que se hizo uso de este tipo de frases para acentuar sus proposiciones. Puede ser una muletilla, pero en una intervención de ese tipo marca una posición ideológica. Posición que lleva a la segunda particularidad, una visión clara de “política de Estado”. Visión que consiste construir con el discurso un enemigo. Un contrario al cual atacar, y liberarse de la responsabilidad inculpando al “otro”, a alguien o algo. Por este motivo presento las siguientes frases que se dijeron en el debate: “el principal veneno de la democracia es la droga”, “el narcotráfico amenaza el Estado social de derecho”, “los ilegales nos están ganando la guerra”, “patria o coca”, entre otras.

Dichas frases refuerzan el argumento que es necesario intensificar la aspersión con glifosato puesto que el principal enemigo a combatir es el narcotráfico. Y como según la versión oficial no hay estudios concluyentes que establezcan la relación del glifosato con algunos tipos de cáncer, entonces es necesario fortalecer este mecanismo como forma de acabar con dichos cultivos. Según entiendo de las intervenciones de los representantes del Gobierno, el narcotráfico es el problema fundamental al cual combatir, porque trae aparejado múltiples problemáticas.

Tal visión, aunque respetable, no considero que es acertada por dos cuestiones: primero, se está tomando de manera reducida el problema y no se analiza con profundidad histórica. No se contemplan las múltiples problemáticas que han llevado al uso del suelo para el cultivo de esta planta, cuyo producto se usa de manera indebida. Segundo, con este discurso de criminalización y responsabilización de la “coca” como único problema se obnubila la posibilidad de buscar una solución a largo plazo. Se cierra la comprensión del problema al “hecho” y no a sus causas. Pasa de ser un problema que “afecta al campesino” a tomar a los campesinos como el problema. Con ello se construye un sujeto al cual atacar, al que hay que vencer. El campesino y cualquiera que cultive la planta, incluso el que por algún motivo se encuentre cerca, se convierte en enemigo. De esta manera están perpetuando el discurso guerrerista que ha tenido al país metido en un conflicto armado durante más de sesenta años. Están pegados de pretextos para continuar en la dinámica conflictiva que no ha permitido atender a problemáticas mucho más graves, como la corrupción, pobreza, desigualdad, satisfacción de necesidades y garantía de los derechos básicos de todos los ciudadanos, entre otros.

Siguiendo con el argumento anterior, me parece necesario mencionar que hay muchas investigaciones académicas que han abordado estos asuntos de manera más profunda. Con ello quiero recomendar un libro que contribuye en la discusión sobre la construcción del enemigo. Lo escribe Adolfo Chaparro Amaya, filósofo de la Universidad Nacional, y tiene como título La cuestión del ser enemigo. En este el autor “intenta examinar hasta qué punto la guerra misma, y las correspondientes relaciones sociales basadas en la partición amigo/enemigo tienen sentido en la consideración del otro que somos nosotros mismos” (pág. 14). Partición que, de acuerdo con el autor, ha estado presente desde las guerras de independencia y que heredan la relación de confrontar al enemigo para darle muerte. Perspectiva de la que hay que liberarse con el fin de parar el vaivén interminable de venganza y asumir el ejercicio democrático con la consigna “no matarás”. De esta manera, las “múltiples formas de lucha” contra la coca, como lo expresó el equipo de Gobierno, no tienen justificación moral y ética, ni responsabilidad social, si se hace poniendo en peligro la integridad física de las personas que por algún motivo, justificable o no, se encuentren en el negocio del cultivo o cerca por cuestiones geográficas.

Chaparro Amaya, Adolfo. La cuestión del ser enemigo. El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia. Bogotá, Siglo del Hombre Editores y Universidad del Rosario (2018).

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