"Voy ponde mi mamá": la lengua, de la mesa a la RAE

"Voy ponde mi mamá": la lengua, de la mesa a la RAE

Algunos dicen que el lenguaje inclusivo destroza el idioma. Pero estos puristas olvidan que la norma debe adaptarse al habla común, y no al contrario

Por: Erika Molina Gallego
marzo 28, 2022
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Foto: Pxfule

¿A dónde vamos a parar? Esta es la pregunta que se hacen actualmente muchos prescriptivistas lingüísticos; algunos dicen que el lenguaje inclusivo destroza nuestro idioma, otros se quejan de que la RAE acepte ciertos cambios, nuevas palabras o modificaciones a lo que es considerado normal, pero lo cierto es que el castellano, al igual que todas las lenguas, es cambiante, se modifica, no es fijo y la función de la RAE debería ser solo recoger estas variaciones sin intervenir en su uso.

Estos ‘expertos’ en la materia, que se pelean en las redes sociales y alardean de su correcto español, tal vez no han tenido en cuenta que aquellas modas, como las llaman, no son las únicas transformaciones a las que es sometido el idioma, y que todos, incluyéndolos a ellos, lo estamos modificando constantemente, porque al fin y al cabo, la lengua le pertenece al hablante. ¿Realmente hablamos con la corrección que exigen los libros de gramática? ¿Deberíamos corregir nuestra forma de hablar y desechar las expresiones que no son aceptadas por la Academia y que bien sea por facilidad o costumbre, hacen parte del vocabulario diario de muchos?

Alguien se encuentra con un amigo en la calle, se saludan, tal vez no muy correctamente, hablan de manera coloquial y, de repente, uno de los dos pregunta ¿Qué vas a hacer el fin de semana? El otro responde automáticamente y sin pensarlo Voy ponde mi mamá, Voy pa onde mi mamá, o en el mejor de los casos, Voy pa donde mi mamá.

Ya sea por facilidad, por tiempo, o por simple hábito, el uso de este tipo de palabras abreviadas es frecuente en el habla común del español y sucede independientemente de la ubicación geográfica.

Esta dinámica se repite con muchos vocablos que solo decimos ‘correctamente’ en situaciones formales, pero cuyas variaciones se escuchan día a día en las conversaciones, se ven en los chats y se han colado incluso en espacios académicos, como ocurre con la síncopa en el tan usado entoes que reemplaza comúnmente a entonces.

Este fenómeno no es reciente, viene ocurriendo desde el momento mismo en el que el latín dio lugar a las lenguas romances y va a seguir sucediendo aunque a los prescriptivistas no les guste y la RAE no lo acepte.

Todas las lenguas tienden a hacerse más simples en su evolución, y tanto la moda como las idiosincrasias individuales influyen en ello, así lo señala el doctor George Boeree en su ensayo “Cambio y evolución en el lenguaje”. La mayoría de las palabras con las que cuenta el español en la actualidad fueron alguna vez totalmente distintas, otras tantas desaparecieron en el camino y, por supuesto, algunas se han sumado a nuestro extenso léxico; estos cambios se dieron precisamente por el uso diario de las personas del común, que en muchos casos, ni siquiera conocían la norma escrita.

Así nace una lengua, se nutre y crece, muta, recoge de un lado lo que le es útil y desecha del otro lo que ya no sirve a sus intereses comunicativos.

Esta es la razón por la cual el castellano es tan diferente en distintos países, regiones, comunidades y zonas fronterizas, en las que la variación es mucho más evidente; incluso posee una marcada diferencia dependiendo de factores sociales o contextuales, y todo esto sin consultar a la Academia.

Así pues, el hecho de citar a la RAE en todas nuestras discusiones, decir que el lenguaje inclusivo acaba con la belleza del español e indignarnos por toda nueva palabra que aparece en el mapa lingüístico resulta ser un despropósito, puesto que nos obligaría a consultar los libros cada vez que queramos expresarnos, a desconocer las necesidades comunicativas de una gran cantidad de hablantes y a mantener la lengua en una especie de estancamiento con fines intelectuales, lo que además es elitista.

En este sentido, podríamos empezar a  plantearnos si es la norma la que debe adaptarse al habla común, si son los libros los que deben salir a conocer las variaciones lingüísticas, si seguimos trayendo la RAE a nuestra mesa, o si al contrario debemos llevar las palabras de la mesa a la RAE. Porque como bien lo dijo alguna vez nuestro nobel de literatura Gabriel García Márquez: “El castellano hablado anda por la calle, en cambio al castellano escrito lo tienen preso hace varios siglos en ese cuartel de policía del idioma que es la Academia de la lengua”.

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