La desgracia de vivir en una Bogotá que le quedó grande a todos los alcaldes

La desgracia de vivir en una Bogotá que le quedó grande a todos los alcaldes

Vivir en Bogotá es sufrir de todos los males. Caminar por los andenes rotos, ir a un parque lleno de caca y viajar apretujados son solo algunos

Por: Alonso Cardona Nicholls
octubre 07, 2022
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La desgracia de vivir en una Bogotá que le quedó grande a todos los alcaldes

A los bogotanos solo nos queda resignarnos y rumiar nuestras desgracias. Todos los alcaldes han demostrado su incapacidad para desarrollar una ciudad amable con sus habitantes. Con una sola excepción, su incapacidad ha sido encubierta por los grandes medios de comunicación y por las agremiaciones que tiene influencia sobre la ciudad. Vivir en Bogotá se ha convertido en una tortura.

Solo un alcalde hizo todo lo posible por cambiar las cosas, pero los grandes medios se encargaron de satanizarlo para cortarle su carrera política, sin importarles que, en la búsqueda de su objetivo, los grandes damnificados por muchos años en el presente y en el futuro fueran los bogotanos.

Por ejemplo, solo con el propósito de desfavorecer la imagen del alcalde del momento y al mismo tiempo impulsar su consentido de clase, inventaron, promovieron y fijaron en la mente de los bogotanos la imposibilidad técnica de construir un metro subterráneo, lo cual nos dejó la desgracia del metro elevado. Hoy que se anuncia que la segunda línea del metro será subterránea, no se ha escrito una sola línea que diga que no se puede hacer. Qué curioso.

En realidad, los bogotanos sufrimos de todos los males que se pueden presentar en una gran ciudad y en contraste, contamos con apenas remedos de soluciones, a pesar de los elevadísimos y sobrados presupuestos de los que se dispone. Está claro que el problema no es de plata. Aquí podríamos afirmar que todos los alcaldes han fracasado, veamos cómo nos va en las actividades cotidianas:

Caminar: los andenes por lo general están rotos y además invadidos de vendedores, dormitorios callejeros, indigentes, atracadores, bicicletas con y sin motor, carros, motos, carretas, basuras y escombros. Es normal tener que bajarse a caminar por la calle.

Los numerosos funcionarios encargados de que los ciudadanos puedan caminar por los andenes, solo salen en televisión de vez en cuando mostrando algún resultado mínimo pero heroico. Las peticiones de los ciudadanos son contestadas con una gran artillería de mensajes crípticos e inútiles, plagados de normas, pero al final el ciudadano se tiene que aguantar la situación y comerse la queja.

Ir al parque. Los parques ahora son los baños de los perros, las bancas están reservadas para los domiciliarios, los microtraficantes trabajan a sus anchas, los grupos de alcohólicos toman su lugar. La basura vuela al ritmo del viento, los atracadores retozan y asaltan. El mobiliario de los parques, por su tamaño y especificaciones, apenas está bien para las fotos de las inauguraciones. Nadie normal puede durar sentado más de cinco minutos en una de esas bancas incómodas de madera y de cemento que son un insulto para el ciudadano y que instalan a todo costo. Hay un CAI de espaldas a todo lo que sucede.

Transportarnos. El TransMilenio viola todas las normas de distanciamiento. Los ciudadanos tienen que viajar apretujados, en medio de mendigos amenazantes, músicos destemplados, atracadores, indigentes y aguantando frenazos y arrancadas violentas durante el trayecto. Las motos y bicicletas culebrean sin control y en contravía.

La movilidad tiende a cero, los automovilistas están inmovilizados y si se quejan se tienen que aguantar un regaño que los hace sentir como los enemigos de la civilización. Invierten un gran capital para tener el carro guardado y desvalorizándose por culpa de la cadena de malas decisiones y peor aún del cúmulo de omisiones y equivocaciones de casi todos los alcaldes que hemos tenido. Una de los mayores logros de los alcaldes de Bogotá ha sido la de taponar la ciudad por los cuatro costados. Pueden ponerse una medalla bien grande. Es un logro imbatible.

Casi todos los alcaldes han pensado en pequeño y en el corto el plazo de su mandato. El metro que ha debido estar funcionando desde hace 80 años y con al menos ocho líneas desde hace treinta, a todos los alcaldes les quedó grande y a uno le hicieron conejo. Dr. Santos, muchos bogotanos no nos olvidamos que fue usted y solo usted el que bloqueo el metro subterráneo que hoy ya estaría operando. Solo por complacer a su amigo del club, nos dejó clavar el tal metro elevado.

Ambiente: Aparte del aire contaminado, la basura se ve regada por toda la ciudad, el sistema de reciclaje que nos remonta a la edad media, los alcaldes se lo han delegado a carreteros desventurados, con poco presente y nada de futuro, que en su trajinar ralentizan el tráfico olímpicamente en las avenidas principales y obstruyen y ensucian los andenes y calles en toda la ciudad. Este sistema lo encadenan, con peligrosos y dañinos centros de acopio de basuras insertados en los barrios, que no traen sino desgracias a todo el entorno. Las canecas destruidas o robadas no son remplazadas porque el contrato con las caras empresas de recolección, dice que solo están obligadas a instalarlas una sola vez.

Seguridad. La notoria falta de acciones preventivas de la policía y de otras autoridades, para evitar que los problemas crezcan, nos lleva siempre al aumento descontrolado de cuanto delito o infracción se pueda imaginar.

“Siempre Tarde” en lugar de “justo a tiempo” parece ser la guía básica de intervención. Cualquier cosa irregular que está pasando, las autoridades son las últimas en saberlo y en actuar, después de que la ciudadanía ha hecho mil llamadas infructuosas. Los encargados de la seguridad ciudadana, nunca actúan preventivamente por su cuenta, siempre aparecen cuando el daño está hecho. El robo de alcantarillas y mobiliario urbano, es un asunto diario milmillonario al que los alcaldes han demostrado su plena incapacidad para erradicarlo.

Urbanismo. Para convivir se requiere un urbanismo amable. Ningún alcalde ha sido capaz de controlar la invasión del espacio público, por la séptima no se puede caminar y pasa lo mismo en todas las zonas comerciales de Bogotá.

Los grandes restaurantes siguieron el mismo camino, hasta calles completas se han tomado.

Las infracciones urbanísticas en un solo barrio o una sola calle son incontables, cada quien hace lo que quiere, no hay ningún control sobre las modificaciones o construcciones internas y externas. Se están construyendo edificios realmente horrorosos, sin que nadie diga nada. Los colegios, viviendas, parques, centros de acopio de basuras, bares de mala muerte a todo volumen y casa de citas conviven en la misma zona.

No creo que sea necesario, continuar con la lista de incapacidades de los alcaldes. Tenemos situaciones deficientes en salud, en desarrollo no se les ocurre otra cosa que repetir su estrategia de promover ventas ambulantes de cualquier cosa en los parques, donde inclusive se ve carne sin refrigerar y kits para el cultivo de marihuana. En educación, la masificación en los inmanejables mega colegios, da por resultado el bajo rendimiento, el matoneo y las pandillas al interior y al exterior de las instituciones, y también da lugar a los peligrosos desplazamientos de los estudiantes que no cuentan ni con colegio ni con biblioteca en su barrio como debería ser.

A los alcaldes de Bogotá todo les ha quedado grande. Ninguna actividad bajo su responsabilidad funciona bien. No hay que entrar a demostrarlo, está a la vista, nada está bien. No son problemas de plata, al menos en Bogotá, donde inclusive la administración se da el lujo de aplazar los recaudos, por fallas en su sistema de cobros.

Entonces es hora de comenzar a promover un cambio que recorte áreas de trabajo de los alcaldes para que se puedan concentrar y atender debidamente las que le son pertinentes. El que mucho abarca poco aprieta. Ningún candidato a alcalde, ningún exalcalde y ningún alcalde en ejercicio, es capaz de confesar que no puede con todas las responsabilidades que están a su cargo. Esto sería servirle en bandeja su cabeza a los adversarios políticos, que lo tildarían de miedoso e incapaz. Entonces tenemos que decirlo nosotros, los ciudadanos, que somos las víctimas de todo este despropósito.

Como en todo, en este caso podemos decir que ya todo está inventado. En las grandes ciudades desarrolladas los alcaldes no tienen ni la mitad de las responsabilidades que tienen actualmente los alcaldes en Colombia. Recuerden que la responsabilidad del manejo de la pandemia en Nueva York estuvo a cargo del gobernador y no del alcalde. En España, los alcaldes no son responsables de la seguridad, hay un delegado del gobierno a cargo en cada comunidad autónoma. En este mismo país el sistema de salud tampoco es de responsabilidad de los alcaldes.

El urbanismo y la vida ciudadana manga por hombro, mientras que la alcaldesa, según se ve en las noticias, está ocupada, dizque dirigiendo la policía, persiguiendo en las calles bandas criminales, viendo por qué no hay dotación en los hospitales, comprando buses, haciendo la paz, bogotanizando emberas, organizando conciertos, esterilizando mascotas, repitiendo el cuento de las bicicletas alquiladas, reponiendo por enésima vez las tapas de alcantarillas, que los miles de ojos de sus subalternos nunca han visto cómo desaparecen, peleando con los del relleno sanitario, asistiendo a conferencias internacionales y en fin atendiendo todo tipo de miscelánea que se ocurra.

El que mucho abarca poco aprieta. Más vale una diligencia bien hecha que cientos de remedos que poco solucionan y cuestan como si las cosas en realidad se atendieran en serio.

Esta nota plantea que hay un exceso de responsabilidades sobre el alcalde que ha hecho que las cuestiones de la ciudad siempre vayan mal. No se trata de disculpar a los alcaldes y menos a aquellos que por intereses o pereza ni siquiera intentaron resolver los problemas y tampoco a aquellos que activamente han llevado a la ciudad al estado de cosas actual. El congreso tiene el vital trabajo de recortar a niveles apropiados las tareas de los alcaldes para que puedan ser eficaces y no simples remendadores y apaga incendios. A propósito de incendios, parece que los bomberos son la única entidad que cumple, al menos atienden las llamadas y no se oyen quejas.

Me pregunto, ¿Cuánto tiempo se tardarían en enterarse los bogotanos si se cerraran las alcaldías locales? 1 año, 4 años, nunca lo notarían. Podríamos hacer un concurso para saber que Alcaldía Local colecciona el mayor número de infracciones urbanísticas y contravenciones al código de seguridad y convivencia en el entorno de sus oficinas.

A la vista de la actitud calmada que se le ve últimamente a la alcaldesa, se nota que ya entendió que poco más va a lograr preocúpese o no se preocupe. Ya está en la etapa de conformarse con inaugurar la mayor cantidad de obras de cemento al final de su mandato, como lo hicieron sus antecesores, mientras tanto que las cosas vayan pasando lo menos ruidosamente posible.

No pudo sacar a las volquetas contaminantes, no pudo recupera el espacio público, no pudo sacar de la calle las peligrosas cocinas ambulantes, no pudo controlar el robo del mobiliario público, no pudo controlar los regueros de basura y la invasión de carretas, no pudo controlar los atracos y las ollas de drogas. No sigo con todos los no pudo, que están ahí, a pesar del esfuerzo de la alcaldesa y de su indudablemente honradez y capacidad de trabajo.

Hay que salvar a Bogotá limitando al hábitat y al desarrollo urbano las tareas de los alcaldes y trasladando a otras instituciones especializadas y competentes las funciones que se salen de la órbita de trabajo de una administración municipal. Por ejemplo, la seguridad y la salud, para empezar.

Por otra parte, sería muy importante que el canal capital no perdiera el foco, no es un canal generalista, es el canal de los bogotanos. Podría comenzar por transmitir en directo las sesiones del Concejo y presentar programas divulgativos y pedagógicos sobre el nuevo POT.

Finalmente, viendo a los bogotanos y demás colombianos, sufrir sacando el pasaporte, me pregunto por qué esta tarea no está a cargo de la registraduría que tiene sobrada capacidad en todo el país.

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