Violencia, conflicto y paz estructural

Violencia, conflicto y paz estructural

"Los colombianos no nacemos libres e iguales, no podemos saltarnos las diferencias sociales al nacer, por eso, decir 'libres e iguales' no es más que una generosa paradoja"

Por: Jorge muñoz Fernández
marzo 16, 2018
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Violencia, conflicto y paz estructural

Pocos intelectuales colombianos han trabajado el conflicto y sin embargo, hemos tenido la oportunidad de estar a la altura de los grandes pensadores que han abordado su existencia, como Estanislao Zuleta y Orlando Fals Borda, cuyos formidables conocimientos fueron subestimados por quienes desde las cumbres del poder consideraron que sus postulados eran simples inquietudes académicas.

La historia les ha dado la razón. En la manera de interpretarlos y resolverlos tuvieron la oportunidad de estar al lado de los más connotados pensadores contemporáneos, como Eduardo Vinyamata, Johan Galtung y Francisco Muñoz, tempranamente fallecido, y Francisco Jiménez Bautista, de origen español, catedrático investigador de la Universidad de Granada, de enorme influencia en los medios universitarios latinoamericanos.

Tratándose de Zuleta se ha reconocido internacionalmente su idoneidad en torno al conocimiento epistemológico, presupuestos morales, sociales, políticos, económicos, así como las categorías y metodologías que han regulado la violencia, sin desconocer la naturaleza absolutista del Estado.

Es allí donde lo hallamos como artífice de la convivencia y admitimos que su discurso humanista influyó decisoriamente sobre las posiciones asumidas por el M-19 para apostarle a la paz.

De su elevada y suprema sensibilidad social hay que recordar:

“Pienso que lo más urgente cuando se trata de combatir la guerra es no hacerse ilusiones sobre el carácter y las posibilidades de este combate. Sobre todo no oponerle a la guerra, como han hecho hasta ahora casi todas las tendencias pacifistas, un reino del amor y la abundancia, de la igualdad y la homogeneidad, una entropía social”.

“En realidad la idealización del conjunto social a nombre de Dios, de la razón o de cualquier cosa conduce siempre al terror; y como decía Dostoievski, su fórmula completa es “Liberté, egalité, fraternité... de la mort”.

“Para combatir la guerra con una posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad armónica es una contradicción en los términos”.

“La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable, ni en la vida personal —en el amor y la amistad— ni en la vida colectiva”.

“Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo”. No menor fue el valor de su conferencia en Santodomingo, Cauca, en mayo de 1.989 sobre la democracia.

En esa perspectiva, en la obra La paz imperfecta (2001), Universidad de Granada, Francisco Muñoz expresa sobre la frase de Gandhi: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”, ”no podría serlo de otra manera, las realidades sociales y ambientales “evolucionan” continuamente, las formas conflictivas también”, haciendo énfasis en el carácter procesal de la paz.

Francisco Jiménez Bautista, profesor investigador de la Universidad de Granada, poseedor de un dilatado saber sobre la paz, a propósito del mismo tema argumenta en su ensayo “Hacia una antropología para la paz”, (2.009):

“El siglo XXI comienza a convertirse en un inmenso cementerio de sueños para los seres humanos. Somos contemporáneos de una época que ha hecho de la crisis la "modernidad", al convertir casi en espejismos algunas de sus ideas-mitos: el progreso indefinido, la omnipresencia de la razón, el sentido de la historia, etc. La historia es un inmenso valle recubierto de huesos, escribía Hegel”, y afirma:

“…En la posmodernidad se utiliza el poder para reprimir aquéllos seres humanos que han llegado tarde al banquete de los recursos o sobre aquellos otros que vienen a reinventarlo para repartir entre sus hermanos los manjares de una despensa cuya llave solo tiene unos pocos”.

La democracia, después de las justas electorales que vivió el país, adquiere singular importancia política y significa el reconocimiento no solo formal sino real de la igualdad a que tienen los colombianos para vivir en paz, con fundamento en los derechos económicos, sociales y culturales. “No se trata de excluir al otro antes de que el otro me excluya a mí”, se trata de prescindir de la injusticia estructural y fundar una paz estructural para que la paz sea.

Y aún así, continuamos proclamando, en el país más desigual del planeta: “los hombres nacen libres” y todos tienen derechos. Monumental falacia. La verdad es que los colombianos no nacemos libres e iguales, no podemos saltarnos las diferencias sociales al nacer, por eso, decir “libres e iguales” no es más que una generosa paradoja de la democracia. Los pájaros nacen libres en el bosque, pero también en la cautividad de las jaulas, donde deben aprenden a volar. Hasta pronto.

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