Vieja la cédula
Opinión

Vieja la cédula

Es distinto envejecer dependiendo del país en que se esté, y las diferencias son enormes

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julio 24, 2019
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Este es un dicho para burlarnos de los años, pero no hay nada más desesperanzador que salir de nuestro folclórico tercer mundo y vacacionar en países desarrollados. Piensen todo lo que quieran, pero es la verdad. No voy a hablar del reciclaje, de la puntualidad, ni del orden en todo, por todo y para todo. No. Voy a referirme a vivir la vejez dependiendo del país en el que se esté. Será porque me estoy acercando a pasos acelerados que me fijo más, pero no es lo mismo envejecer por acá que en nuestro sobrevalorado desorden.

No hay sitio turístico (museos, parques) o lugar cotidiano (una droguería, un supermercado) que haya visitado en los últimos tiempos, donde falten viejitos y viejitas que le advierten sobre no acercarse mucho a un cuadro, o que le digan dónde están las obras de su pintor favorito, que lo orienten sobre cómo llegar al punto del mapa del sitio que anda buscando, que le respondan si hay de lo que está buscando para comprar, o hasta que le reciban su pago en la caja del almacén.

Usted se los encuentra de todas las clases, razas, edades, dentro del rango de adulto mayor; sentados, parados, con bastón y hasta en silla de ruedas ayudando -desde sus posibilidades- a la sociedad para la que su edad no es un obstáculo, que sí los acoge, que los valora, que les permite trabajar, que les recuerda con su inclusión que siempre serán útiles; que pueden servir si se les ubica bien, donde puedan desempeñarse y -sobre todo- a donde llegan cada día a recibir el estímulo que los mantiene vivos: el respeto y la dignidad. Los invito a buscar la cuenta @iconaccidental (https://www.instagram.com/iconaccidental/?hl=es) de Lyn Slater, profesora universitaria de 64 años, especializada en Bienestar Social y Derecho, y quien ahora se dedica al modelaje. A esta neoyorquina nadie la empezó a matonear por su edad, ni le montaron memes, ni nada que se le parezca. Más bien, hasta las revistas más prestigiosas de moda, e incluso las redes sociales, reseñan su interesante ejemplo de vida. ¿Ven? Pero, ¿qué habría pasado si esto se le hubiera ocurrido a una viejita colombiana en nuestra bella tierra de la almojábana? Mínimo hubieran dicho que “se le corrió el champú” y quién sabe cuántas más barbaridades, porque así es el asunto.

Ya me van a decir que en estos países desarrollados los adultos mayores sufren de soledad, que los hijos no se acuerdan de ellos, que los botan en un ancianato… en fin… ¿Y es que en Colombia cómo están? También se sienten solos, tristes. Olvidados por sus hijos o no, tienen menos posibilidades en salud, cero en trabajo, y sin esperanzas de nada. La condición humana es una sola. Su miserableza se da en inglés, en chino, en francés… póngale el idioma que quiera, pero a eso súmele la cultura social y las estructuras gubernamentales para protegerlos y ahí sí se ve de lo que somos testigos “diaria y nochemente”, como dice un amigo. Es que ni para ancianato tienen, y apenas si sobreviven de la caridad de quien bien pueda y quiera tenderles la mano de vez en cuando. En nuestro país, están en los semáforos o en los andenes pidiendo plata, maltratados, con una vida nada envidiable y arrimados en cualquier rincón de una “pieza” en el mejor de los casos. Busquen el especial que sobre la desgracia de ser viejito en Colombia hizo Manuel Teodoro en Séptimo Día, y verán el panorama. Siempre es que la soledad es más llevadera si hay una comunidad de acoge y un Estado que cumple con lo suyo.

Que en estos países no se rumbea tanto, que los papás no son iguales, que los amigos, que el aguardiente, que lo que quieran. Pero por estos lados los viejitos, por muy solitos que estén, por lo menos cubren sus necesidades básicas trabajando, así sea detrás de un mostrador, y ni se diga de todos los subsidios, programas, beneficios. Por eso los dejo con la foto de Ann, una de las muchas viejitas gringas felices, que demuestran que nunca se es viejo para trabajar y que siempre se puede ser útil a la sociedad por muchos años que se tengan. ¡Qué lejos estamos!

¡Hasta el próximo miércoles!

 

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