Vándalos, la enfermedad que carcome las protestas

Vándalos, la enfermedad que carcome las protestas

Estos personajes, que suelen ser delincuentes de mochila, piedra y mólotov, aman las marchas, pero no para protestar, sino para dañar, zaherir y sabotear

Por: David Fernández
noviembre 13, 2018
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Vándalos, la enfermedad que carcome las protestas
Foto: Takeaway - CC BY-SA 3.0

Llegó la hora de denunciar con nombre propio a los vándalos que aparecen en las marchas y se creen los dueños de las protestas con su matoneo criminal. Son los típicos esbirros que no tienen ninguna clase de representación en las universidades; delincuentes de mochila, piedra y mólotov, que se esconden bajo la figura de estudiantes para sabotear el espíritu crítico y la democracia de los estamentos universitarios. Nadie los quiere, los odian, y ellos tampoco quieren a nadie. Son enemigos hasta de ellos mismos. Son anarquistas, pero jamás se han leído al padre del anarquismo: Bakunin. O al anarquista moderado y contemporáneo: Noam Chomsky. Seguramente prefieren el estilo criollo y militar del finado Mono Jojoy, el cual disfrutaba cargar más una pistola y un rifle que un buen libro.

Aman las marchas, no para protestar, sino para dañar, zaherir y sabotear. Expertos en hacer bombas caseras, pero mediocres en ganar un examen oral de ética con los apuntes y el libro abierto. Envidian a los estudiantes que en franca lid ganan escaños en el consejo estudiantil o en el consejo académico. Se la pasan en pequeños grupos por fuera del aula de clases, no para discutir los temas académicos o políticos en profundidad, sino para conspirar contra la academia y destruir las instalaciones universitarias. Son incapaces de escribir una cuartilla de un tema cualquiera, y cuando lo hacen en las paredes recién pintadas de las universidades se nota una mediocre ortografía. Son los únicos que creen en la vida eterna, pues son estudiantes que se la pasan todo el tiempo en la universidad (sin graduarse), merodeando en la cafetería y cumpliendo la tarea de evangelizar con sus dogmas y tareas terroristas a estudiantes incautos que les creen sus falsas historietas. Cuando están de “civiles” exigen apertura democrática y señalan de retrógrados o de derecha a todo aquel que cuestione su planeta ideológico, pero no miran la paja que tienen en sus ojos cuando con sus acciones se parecen más a los grupos paramilitares de los regímenes nazis, al Ku Klux Klan o a los colectivos chavistas que hay en Venezuela.

Confrontar a estos vándalos debe ser una prioridad, y no solo por parte de los estudiantes, sino del mismo profesorado, toda vez que estos tienen una capacidad disuasiva muy importante. No hacerse los de la vista gorda, porque eso es contemporizar con esas conductas criminales. Así como algunos profesores son muy valientes para denunciar los problemas del país y hacer proselitismo político en el salón de clases desde el púlpito docente, cosa que nadie objeta en virtud a la libertad de cátedra, ojalá tuvieran los mismos pantalones para repudiar lo que hacen los vándalos en las calles y en la propia universidad. Si no lo hacen, no se quejen cuando la senadora Cabal califique a sus estudiantes de vagos, y no se sorprendan cuando aparezcan grupos paramilitares o de choque, porque esta es la consecuencia lamentable y triste cuando convalidamos con el silencio las conductas que atentan contra la democracia. Si unos estudiantes mueren fabricando bombas mólotov en los predios de la universidad, por favor, no salgan con el cuento chimbo (a los padres y a la comunidad) de que fue un atentado de fuerzas oscuras al interior de la universidad. Digamos la verdad y prevengamos a los estudiantes sobre el riesgo que implica esa faena peligrosa.

Las Farc ganaron simpatía porque hubo gente pensante que los aplaudió (o calló) cuando aquellos cometían toda suerte de actos criminales (hasta exigían que no los llamaran bandidos o secuestradores), pero se fueron al piso cuando la gente en masa los repudió. Y ahí están: expuestos como el recuerdo más horrible de nuestra historia. Los paramilitares se fueron diluyendo a medida que hubo dirigentes de izquierda, de derecha y de centro que los confrontaron. No hacerlo es jugar con candela, y ya sabemos que la candela no llega sino en manos de un tirano de ultraderecha o de un payaso populista de izquierda.

Apoyemos a los estudiantes que tienen un genuino espíritu rebelde, entendiendo por rebeldía el espíritu crítico que construye; ese que va más allá del conocimiento adquirido y que tiene como meta el mejoramiento de nuestra sociedad. Un espíritu crítico que aporte y no aborte las iniciativas del contrario; que busque consensos y que tenga como brújula la sensatez.

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