Una larga espera para el cambio... ¿Y ahora qué?

Una larga espera para el cambio... ¿Y ahora qué?

En el nuevo gobierno, el primer desafío es que la dignidad de las personas esté por encima de todo. El segundo, construir un Estado que restaure la memoria

Por: Orlando Guerra Bonilla
agosto 18, 2022
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Una larga espera para el cambio... ¿Y ahora qué?
Foto: Leonel Cordero

El encabezado de este artículo lo tomé de un capítulo de Historia contemporánea de América Latina, del profesor Tulio Halperin Donghi, Alianza Editorial, Madrid pág. 134 que a pie de texto dice: "…Buscaba en la herencia de la guerra la causa de esa desconcertante demora concluida la lucha, no desaparecería la gravitación del poder militar, en el que se veía el responsable de tendencia centrifuga de inestabilidad política, al parecer a perpetuarse”. Es decir, como el justo medio entre una tradición centrífuga y una vanguardia centrípeta.

Y en acople  la periodista Argentina Silvina Friera afirma que Galeano al que precisamente el periodismo crítico le sirvió de combustible para denunciar las penurias sociales, con el aguijón y acicate de lo que predicaba su amigo brasilero Darcy Ribeiro que, en nuestra América, no tenemos más que dos caminos: ser resignados o ser indignados, hubiera preferido que su libro “Las Venas abiertas de América Latina” estuviera "en un museo de arqueología con las momias egipcias” ... porque el mundo no ha cambiado nada, pero con los nuevos rumbos que ha tomado Latinoamérica Eduardo Galeano con sus palabras rescatan credibilidad eficaz y magia de los “nadies”,los negros, las mujeres, los pueblos originarios, los perdedores de  siempre y los que “sobran”.

Se puede decir que la guerra impedía el desenvolvimiento del progreso para el país y que, lo que predicaba Galeano era darle énfasis a la palabra para todavía confiar en el humano y en lo humano contrariando el criterio del historiador Halperin Donghi de que los ciclos de la guerra cuyos impactos no fue menos hondo en América Latina, y es a la luz del hecho histórico político que la guerra y su resultado, surgieron los más conocidos ensayos sobre la identidad latinoamericana como el atrasismo social que aunado a lo anterior el neoliberalismo tiene como aliados las guerras: “Compra cuando hay sangre en las calles”, la cita se atribuye al barón Rothschild en el siglo XVIII, quien hizo gran fortuna durante el pánico de la Batalla de Waterloo contra Napoleón  y que en acople Hartmut Rosa acuñó recientemente una metáfora que describe la ironía (o mejor dicho: la condición) de la vida en los tiempos actuales cuya relevancia es : correr, correr, correr para quedarse siempre en el mismo lugar”. Es decir, una suerte de aceleración estacionaria que produce la guerra.

Consecuencialmente, por eso uno de los programas del presidente Petro es hacer de Colombia la capital mundial por la vida el bien jurídico más importante de la sociedad, precisamente para sepultar la guerra y los guerreristas y en congruencia, la llegada a la presidencia de Gustavo Petro Urrego y la vicepresidencia de Francia Márquez, se materializa  que con las palabras rescatan la credibilidad constructiva que ha sido sumamente eficaz para ganar las elecciones de 2022 y desalojar a la ultraderecha del poder, que quería profundizar su modelo de discriminación, racismo, exclusión, marginalidad, especulación y autoritarismo, pero que no pudo plasmar esa efectividad en la gestión del gobierno Duque mandatario que siempre le tiró nafta al fuego de la crisis de gobernabilidad, que castigó al país mucho tiempo, situación que el propio exmandatario no pudo domesticar.

Pero hoy, como en Colombia, hay un gran número de países que se enfrentan a retrocesos por el progresivo cierre de espacios cívicos de participación social y ciudadana ganados a costa de sacrificios de quienes se movilizaron por la democracia y el ejercicio de sus derechos de expresión y asociación a lo largo de décadas, pero existe la esperanza de nuevos bríos y sacudimientos para derrotar la resignación. Derrota que como lo ha predicado la vicepresidenta Francia Márquez que con los “nadies”, los excluidos, los marginados en su preocupación dijeron: el incluido, crecientemente, se va quedando sin lo único que tiene el excluido: tiempo. Tiempo para pensar y encontrar una bandera, y va ser entonces cuando se establezca una dialéctica entre el excluido y el integrado. Esta dialéctica es la condición de posibilidad de que se reinstauren los derechos perdidos que hoy con ardentía se reclaman

Esa bandera de los excluidos, los “nadies”, que huele y sabe a ciudadanía, es una cuestión de orden espiritual y dignidad material. Y es por el reclamo perenne de la vigencia de   la sociedad decente y justa, que se propone que hay una distancia con la presente: esta última es la que humilla y menoscaba a sus ciudadanos. En la sociedad decente y no la inhóspita –se afirma– los hombres y mujeres pasan a ser personas con dignidad, y este es el primer peldaño para construir una sociedad justa, que es la única que alberga a los verdaderos y solidarios ciudadanos. El segundo desafío es construir un Estado que restaure la memoria, la dignidad material y un orden simbólico que proporcione la verdad y sobretodo la certeza.

Y al rompe hablamos de "confiabilidad", de ciertos atributos que dan a los ciudadanos o electores razones para creer que un gobierno actúa en beneficio de todos, que hasta ahora no se ha cumplido basta con observar la renuencia sistemática de rebajarse los ingresos por las dietas parlamentarias, la exclusión económica, los desatinos jurídicos, el Estado ausente o desinteresado, entre otros factores, demoran el ya viejo anhelo de la sociedad plasmada en la Carta del 91 para recobrar con ella su identidad como ciudadanos, a partir de entonces el constitucionalismo, teniendo sus orígenes en un movimiento de “resistencia en armas”, fue contrabalanceado, su nacimiento por fuerzas regresivas y recalcitrantes.

El presidente Petro , la Vicepresidenta Márquez y el eficaz gabinete en la hora debe propender por unas instituciones fuertes y un liderazgo escrupuloso para que dentro de las leyes y legalidad se materialice la construcción de una identidad ciudadana estrecha y solidaria. El segundo de los valores que más debiera importarnos es la honestidad , entendida tanto en lo económico como en lo intelectual. Si un político aspira a obtener mediante la vida política el alto ingreso que no ha logrado en la vida privada, para él aquella noble vocación deja de ser un fin para convertirse en un medio al servicio de fines inconfesables. A la honestidad económica debiera agregarse aquí lo que llamaríamos la "honestidad intelectual". No es moralmente admisible formar parte de una lista determinada emigrar súbitamente en dirección contraria y estafar de este modo a sus votantes que un político que fue elegido por sus ciudadanos en nombre de determinados ideales intente un súbito voltiarepismo para predicar ideales contrarios, porque al hacerlo rompe el convenio ético que lo liga y une con aquellos que lo votaron.

Más tarde o más temprano, la anemia conceptual en los políticos suele ser fatal, no sólo para ellos, sino también para las comunidades que ellos tienen el deber de conocer, si de veras las quieren representar promoviendo su desarrollo. No ver o negarse a ver lo que salta a los ojos es empezar a escribir el certificado de defunción del propio protagonismo o “llevan la mortaja de su propia sepultura”, como en el verso de Whitman

La única y verdadera razón de todos nuestros problemas y atrasos se encuentra en la incapacidad para gobernar que se expresa en la frivolidad, el latrocinio y la mentira que caracterizan las conductas de quienes nos gobiernan y manejan el sistema político del país que ostensiblemente se manifiesta repetidamente una y otra vez –asevera Nora Cortiñas– la impunidad es el camino que no puede llevar a otra cosa que a cometer nuevos delitos.

Colofón: no se puede gobernar seriamente mintiendo y robando por eso se da relevancia a la anormalidad de esta narrativa dimana y origina la profunda desigualdad y precarización de la población que es concomitante a la existencia de una élite política irracional, pero toda y la económica, muy rica y parasitaria, que usufructuó ampliamente de la corrupción y las dádivas del poder.

La respuesta contundente la tiene la administración Petro y que no es otra que la de tener una Constitución en la que a la ciudadanía le cuesta reconocerse, no tanto por sus contenidos (que también), sino por formar parte de aquella categoría constitucional a la que Loewenstein denominó “constituciones semánticas” en las que lo normado y lo real no son coincidentes.

 

 

 

 

 

 

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