Una clase para Sanchos y Quijotes

Una clase para Sanchos y Quijotes

Como dice Fernando Vásquez: “El arte no se enseña a retazos”

Por: Jerman Duque
junio 16, 2020
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Una clase para Sanchos y Quijotes
Foto: José Jimenez Aranda - dominio público

Cuando decidí comenzar a escribir ficción, no imaginé que iba a impulsar habilidades más allá de la lectura y escritura, tampoco que iba a pensar en los criterios para elaborar un texto narrativo y, mucho menos, que la diferencia entre el cuento y la novela no se puede medir en número de páginas. Por decir algo: Aura es una novela de Carlos Fuentes que se desarrolla en treinta y cinco páginas y El perseguidor, un cuento de Julio Cortázar que arrastra noventa. Tampoco se me ocurrió que debía tener en cuenta algo diferente de escribir. Primero porque nadie me lo dijo, segundo porque no iba a divulgar que soñaba con hacer algo parecido a Los funerales de la mamá grande de García Márquez (tampoco era tan osado) y tercero, lo único que me enseñaron en la escuela fue a componer injertos de media página cuyo único mérito era la ambigüedad estructural (no sabía si empezaban o terminaban). Y aprender a utilizar la técnica no ha sido fácil. Aunque en mi caso es también haraganería.

Aprovechando el encierro (lo único rescatable de estos días bárbaros) me pregunté una tarde por el momento adecuado para aprender algunos de los elementos que se necesitan para leer, escribir y apreciar una obra por donde se debe, mientras lidiaba con los hilos invisibles de la escritura. La respuesta la encontré en un ensayo de Fernando Vásquez, titulado El Quijote pasa al tablero.

En veintiséis páginas, el autor propone una estrategia pedagógica que se basa en el modelo de los talleres de escritura creativa. De esos que imparten en bibliotecas y centros culturales, donde enseñan la técnica para construir cuento, poesía y en algunos casos, ensayo y novela. El autor, entre muchas otras cosas, dice: “Cómo el maestro desconoce lo que es en verdad hacer literatura, ha convertido su enseñanza en otra cosa: o bien centra todos sus esfuerzos en enseñar español, o se dedica a historiar obras literarias”. Suelta Vásquez una de esas verdades que nos gustan tanto a quienes leemos literatura por placer: “El arte no se enseña a retazos”. Además entrega una serie de pautas que justifican su aplicación a un nivel escolar. La primera es sobre lectura. Escribir un cuento requiere verdadera lectura de cuentos, parece una obviedad, pero les sorprendería el número de adultos que todavía inician uno con el popular "había una vez". Vásquez habla de la importancia de conocer las reglas del oficio para desarrollar una conciencia de trabajo organizada. Revindica la tachadura, impulsa la reescritura salvaje, la crítica y el trabajo duro. Ejercicios que fomentan la lectura y escritura a niveles superiores o en su defecto, conscientes.

El ejercicio rompe el fastidioso verticalismo de la pedagogía porque convierte al estudiante en crítico de su trabajo y el de sus compañeros. Enseña a apreciar el texto literario con todos sus jugos y desmorona progresivamente el mito del trabajo duro, a cambio de su propio objetivo. Ideal para realizar en bachillerato, cuando todavía es posible estimular la imaginación. A diferencia del campus universitario, donde (en palabras de Vallejo) el estudiante remplaza la creatividad por el oficio de celador: “abre y cierra comillas”. No sobra decir que las habilidades desarrolladas pueden aplicarse en cualquier actividad o aspecto de la vida; pues no se trata de convertir maestros y estudiantes en escritores, se trata de crear otros espacios para el dialogo, el desarrollo de aprendizajes indispensables y la apreciación literaria, durante y fuera del encierro. Y, por qué no, equipar soñadores que un día podrían estar tan varados como yo.

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