Un país que preocupa...

Un país que preocupa...

El último acto de intolerancia estuvo a cargo de una joven que, molesta por no llegar a tiempo, se despachó en contra la manifestación de los maestros. ¿Qué será lo siguiente?

Por: Álvaro Ramírez Anichiárico
marzo 22, 2019
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Un país que preocupa...

Las actuales circunstancias políticas que vive el país muestran algo nunca antes visto, ni siquiera en los momentos de mayor polarización, agitación y violencia, desde los tristes episodios de finales de la década de los treinta hasta el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla. Es realmente preocupante y hasta vergonzoso ante la comunidad internacional.

Independiente de ideologías y partidos, de gobiernistas y opositores, de pacifistas y guerreristas, lo que el país vive en una peligrosa y aparente división entre “buenos y malos”, desprovista de cualquier fundamento axiológico o ético, que ha servido para generar odios y para exacerbar falsos sentimientos nacionalistas, permitiendo la aparición de “líderes” que aprovechan los estados de ánimo de la ciudadanía para manipular y ganar aliados o seguidores. El país político es intolerante, carente de los principios más básicos que caracterizan una democracia contemporánea, no hay respeto por la diferencia y la propuesta del otro es mala simplemente porque viene de él, de decir la acostumbrada falacia Ad Hominem, que tanto daño hace a los consensos necesarios para el ejercicio dinámico y respetuoso de los tres poderes del Estado.

Lo más lamentable es ver cómo las personas del común utilizan los mismos calificativos con los que “buenos y malos” se señalan mutuamente, además de la repetición sistemática de supuestas verdades que hacen circular a través de las redes. Hay agresión verbal, casi física, entre opositores en las corporaciones legislativas, abusos de autoridad hacia los ciudadanos, agresión de los ciudadanos hacia la autoridad, limbos jurídicos a la hora de aplicar justicia, delincuencia común y  desbordada, delincuencia organizada cada con más poder, aumento del microtráfico de droga y el consumo de la misma entre los jóvenes, son apenas algunas de las manifestaciones de la postración en que se encuentra un país cada día más enfermo socialmente.

El acto de intolerancia de esta semana estuvo a cargo de una joven que, molesta por no llegar a tiempo a su destino, se despachó en insultos contra la manifestación de los maestros el pasado miércoles. Independiente de las razones que la asisten para su malestar, lo inconcebible es cómo justifica su discrepancia con la movilización y como descalifica a los maestros. Considerar la educación y la salud como servicios es tan absurdo como negar que ella es producto de la formación que sus maestros le dieron, independiente si fue en colegio público o privado, y también le cabe algo de ignorancia al desconocer que la educación y la salud son derechos fundamentales legalmente establecidos. Es un ejemplo de hasta dónde nos lleva la intolerancia.

En la medida que crece la intolerancia, las redes sociales se convierten en estados judiciales, en tribunas políticas y en medios para las diatribas contra cualquiera que piense diferente. Una frase en el Twitter se convierte en principio filosófico y en verdad absoluta, a veces partiendo de premisas completamente falsas, con lo cual se engaña a lector.

Ojalá el país social entienda que es necesario cambiar el rumbo, reflexionar su propia cultura y buscar consensos reales para mejorar la convivencia.

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