¿Un nuevo gobierno gesta la gobernabilidad?

¿Un nuevo gobierno gesta la gobernabilidad?

Lo actuado hasta ahora parece haber sido aceptado por gran parte de la opinión pública. En ciertos sectores, no ha ido así ¿El nuevo congreso se alineará?

Por: Orlando Solano Bárcenas
agosto 04, 2022
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¿Un nuevo gobierno gesta la gobernabilidad?
Fotos: Archivo Las2Orillas

El próximo gobierno de Colombia iniciará labores el 7 de agosto. De entrada, a los recurrentes problemas de gobernanza se le unirán los de gobernabilidad. Los de este tipo son los que se dan mayormente en el campo del Legislativo, en el hemiciclo, el lugar de preferencia de los juegos de poder de las llamadas “coaliciones de gobierno”.

Durante las consultas realizadas por los partidos para seleccionar sus candidatos y luego en el desarrollo de los eventos del balotaje, al parecer se habían pactado “alianzas electorales”. ¿De estas, cuántas llegarán a ser “coaliciones” de gobierno? Pregunta difícil, a pocos días de darse la “inauguración” –como dicen en Estados Unidos– del nuevo gobierno. O ¿del nuevo “régimen”?.

Algo cierto, se han pactado o se están pactando coaliciones de gobierno en abundancia inusitada. ¿Perdurarán los cuatro años del nuevo mandato? ¿Asegurarán la gobernabilidad y la gobernanza? Como en el pasado, ¿serán solo acuerdos de ocasión para que todo siga igual?

Una explosión de coaliciones de todos los tipos y colores  

El nuevo equipo –lo dicen los medios– ha venido celebrando coaliciones de gobierno de gran intensidad y tamaño y han sido de tal magnitud y abundancia que al parecer se vislumbra como casi inexistente la posibilidad de lograr la formación de la necesaria oposición que exige el buen funcionamiento de toda real democracia.

Según Marcel Mauss la de “unanimidad” es la regla electoral de las sociedades primitivas, porque en ellas no existe el individuo sino el grupo y quien disienta de este es expulsado, lanzado al ostracismo, a la sanción de quedar sin una comunidad de apoyo, lo que autorizaría a cualquiera a quitarle la vida o esclavizarlo. Casos se ven hoy en día de grandes masas en diáspora, en exilio o desplazamiento forzado seguramente a consecuencia de regímenes del unanimismo y del muy sincronizado y prolongado aplauso al líder. Lo cierto es que se están dando numerosos acuerdos de gobernabilidad.

El nuevo piloto o sus consejeros se aseveran diestros en pactar coaliciones  

En efecto, parece ser muy hábil el nuevo timonel en lograr el apoyo de una mayoría que le permita gobernar durante los cuatro años de su mandato, lapso en el que tendrá que hacer y ser gobierno, al igual que “encarnar” la autoridad que le confiere la Constitución para el gobierno de la nación toda y no a parcialidades o facciones de esta.

Tareas en las que estará auxiliado por el cuerpo de los ministros de Estado, con los que formará el Gobierno. Lo actuado hasta ahora parece haber sido aceptado por gran parte de la opinión pública. En ciertos sectores, no ha ido así y le recuerdan al nuevo equipo de gobierno que no tiene mayoría suficiente para legislar.

Un partido de gobierno sin mayoría suficiente para legislar en solitario   

Como quiera que Colombia todavía no tiene la buena fortuna de poseer un régimen parlamentario y se prohibió –tal vez insensatamente– la posibilidad de nombrar ministros a los congresistas, y de contera renunció el país a la casi vernácula fórmula cuasi parlamentaria del Designado –hoy, cuando existe la moción de censura– estará obligado el nuevo gobierno a procurarse una gobernabilidad en el nuevo Congreso, al parecer renovado en un 60 %.

Es en esta corporación legislativa donde se darán los juegos de poder, bajo los apremios de las leyes de bancadas. Es decir, que por no tener el partido de gobierno una mayoría suficiente para sacar adelante su agenda legislativa, su gobernabilidad tendrá que ser construida a través del juego de las coaliciones parlamentarias de gobierno.

Las coaliciones de gobierno son necesarias hasta en los regímenes presidencialistas   

Sin ellas, las buenas relaciones con el Legislativo pueden derivar hacia un obstruccionismo paralizante o hacia un filibusterismo estéril. Tendrá entonces necesidad el nuevo gobierno de ser perito en el sutil arte del juego político, al igual que diestro en el manejo del intercambio de favores, cargos y prebendas que suele acompañar tanto a la aprobación de las leyes como a los momentos del control político.

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En estos juegos, la bancada de gobierno tiene en su conducción algunos veteranos muy duchos de la profesión de político. Para estos expertos, los ejercicios del “potlacht” -do ut des- entre los poderes del Gobierno y el resto de legisladores son necesarios, cuando no se tiene una mayoría suficiente de apoyo. Los intercambios se dan principalmente en la formación del gabinete de ministros, momento en el que los entronques o enroques Parlamento-Gobierno se aseveran cruciales.

Es también en este instante cuando se ponen a prueba los mínimos ideológicos que llevaron al poder al nuevo gobierno. Es decir, es el momento en que los “emparejamientos” entre diferentes idearios se ponen a prueba frente a las respectivas bases de militantes. Se observa, que algunas fisuras se están abriendo entre estas y algunos de los gestores de los acuerdos.

La Gobernabilidad no es solo un asunto del Ejecutivo  

La tridivisión del poder del Estado hace que la rama Ejecutiva no esté sola en su ejercicio. Frente a ella estarán las otras ramas y lo será esencialmente la rama Legislativa, con la cual deberá compartir la iniciativa de hacer las leyes y a cuyo control político estará sometido el Gobierno en razón de los juegos de poder y de los pesos y los contrapesos.

De este sistema de balance del poder estatal, hasta ahora se puede esperar que todo opere bajo la mayor colaboración entre ramas y órganos de vigilancia y control. Con relación al Legislativo, habrá que esperar hasta septiembre para que se definan las opciones políticas de “gobierno, oposición o independencia”.

La Gobernabilidad suele exigir una mayoría de apoyo parlamentario  

En razón a que compartir la iniciativa legislativa y ser controlado políticamente a veces incomoda al Ejecutivo y para disminuir la molestia, debe este tratar de formar una mayoría parlamentaria de apoyo, siempre bajo el principio de pluripartidismo. En efecto, el funcionamiento normal de la democracia exige de los partidos políticos que sean la expresión de los principios de representación, formulación de programas de gobierno y bancada tanto para los que forman gobierno, como para los que son oposición.

Es que por ser ambos “representantes” están obligados por el programa y el aval y, en consecuencia, sometidos a las autoridades del partido “en bancada”. Obligaciones partidarias que deberán tener en cuenta los partidos “llamados” a colaborar, si es que todavía sienten alguna responsabilidad para con el ideario ofrecido a la militancia y al electorado.

La Gobernabilidad es la capacidad del Gobierno para satisfacer las necesidades ciudadanas  

El nuevo gobierno deberá demostrar su experticia en materia de gobernabilidad adoptando un estilo caracterizado por el mayor grado de cooperación e interacción que le sea posible encontrar entre el Estado y los actores no estatales en materia de redes de decisión públicas, privadas y mixtas. Y es en el Congreso donde se encontrará frente a los representantes de los diferentes estamentos de la sociedad, en principio, los partidos.

Del buen entendimiento con estos surgirá en gran parte la estabilidad institucional y política, la efectividad en la toma de las decisiones, la administración de la cosa pública y los resultados de bienestar social en asuntos de políticas públicas y servicios. En cierta ocasión dijo muy certeramente el presidente Alfonso López Michelsen: el Estado contemporáneo se justifica hoy en día casi que principalmente por la prestación de buenos y eficientes servicios públicos y por estos claman desesperadas las regiones.

Gobernabilidad sí, pero también democrática  

Los partidos que ingresen a la coalición de gobierno tendrán que estar en permanente interacción y retroalimentación con sus bases y con la sociedad civil, sobre todo en asuntos de impuestos y demás cargas impositivas. Lo anunciado de estas últimas seguramente no tendrá una recepción pacífica en diferentes sectores, capas de la sociedad o niveles de lo territorial y seguramente frente a esto surgirán predicamentos hechos por los electores tanto a los miembros de la coalición de gobierno como a los de la oposición. Olvidan a veces los partidos que subirse sobre una “aplanadora” no deja de traer consecuencias electorales. Sin embargo, de coaliciones está llena la historia de Colombia.

En Colombia las coaliciones de gobierno han sido frecuentes   

La más relevante fue la de 1958 -el Frente Nacional bipartidista- sobre cuyos errores y bondades se ha escrito mucho, pero que logró sacar al país de una ingobernabilidad violenta iniciada desde 1946, que trajo una necesaria paz política y recordó a los colombianos que esta no es tierra de dictaduras ni de perpetuaciones en el poder.

No obstante, le reprochan algunos haber sido un pacto “excluyente”; empero, para otros fue un momento eficiente en la superación de una ingobernabilidad que llenaba de muerte y destrucción los campos y ciudades del país. Más tarde, con el arribo de los efectos de la revolución en cierto país caribeño y los coletazos de la Guerra Fría y la violencia sin límites del narcotráfico, vino la respuesta de un inédito proceso constituyente.

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La Asamblea constituyente de 1991 trató de superar una recurrente ingobernabilidad  

Para ello, trazó el diseño de una especie de tratado de paz que involucrase a una ciudadanía desesperada que cerró los ojos ante una solución “abiertamente inconstitucional”, al decir de algunos. Sobre la llamada “séptima papeleta” –que jamás fue escrutada y sí considerada “masiva”– se trató de refundar la nueva nación, guiada por un texto de 380 artículos definitivos y 60 transitorios.

Se entendió en ese momento –luminoso para algunos y vergonzoso para otros– que con él quedarían superadas las recurrentes crisis de gobernabilidad y legitimidad del Estado, algo al parecer no logrado plenamente hasta ahora y de ahí el inicio de los diálogos de La Habana y sus avatares. Esta vieja y curtida democracia parece que a veces olvida que la gobernabilidad es en realidad solo un medio y no un fin capaz de lograr el desarrollo de la nación.

Colombia jamás ha sido un Estado fallido  

Pese a llevar una vida en constante zozobra desde la segunda mitad del siglo XX por fenómenos de corrupción (depredación del Estado, amiguismo, clientelismo); guerrillas de diferentes tendencias, colores y métodos; parapolíticas ibidem; insatisfacción ciudadana; abandono del campo; desequilibrio de la periferia; falta de competitividad; propiedad rural no formalizada y carencia de servicios públicos básicos, Colombia ha podido superar estos momentos de ingobernabilidad por medio de coaliciones de gobierno pactadas entre las diferentes fuerzas políticas que han logrado sacar avante acuerdos básicos.

Primero, dentro del bipartidismo histórico y luego dentro del pluripartidismo excesivo que secretó ab initio la Carta de 1991. Creían algunos que situaciones de este tipo se volverían a dar en los momentos posteriores a las elecciones de 2022, a causa de la excesiva ampliación del espectro de partidos, pero no ha sido así y de lo cual debe estar consciente el piloto que ha de llegar.

La gobernabilidad en Colombia se ha mantenido gracias a su democracia  

De esta democracia destacan el ejercicio reglado de la autoridad, los continuos procesos de elecciones libres con alternancia, la capacidad de diferentes gobiernos para formular y aplicar políticas más o menos acertadas, el respeto de la ciudadanía y del Estado hacia las instituciones básicas que regulan las relaciones económicas y sociales.

También una gobernabilidad que ha estado asegurada por el apego del pueblo a las instituciones democráticas, con rendición de cuentas al finalizar el mandato, participación en la elección del gobierno, posibilidad de expresarse y asociarse libremente de los diferentes estamentos de la nación. Todas estas son conquistas que le han traído estabilidad política al país, y capacidad de resistencia del sistema frente a los ataques de las fuerzas adversas del terrorismo y el narcotráfico. El Estado colombiano ha sido un Estado de derecho resiliente y muy apreciado por la comunidad de naciones. Es lo que recibirá el nuevo gobierno.

La gobernabilidad deberá enfrentar diversos frentes de conflictividad  

La gobernabilidad del nuevo equipo de gobierno deberá trabajar en un ambiente de crisis económica interna (inflación, corrupción, desempleo, crisis fiscal, sobrecarga de demandas), regional y universal (covid-19, guerra de Ucrania, nueva Guerra Fría). Por lo demás, como el resto de las naciones.

Tendrá entonces que lidiar con ciertos y a ratos poco fundados cuestionamientos de la legitimidad del Estado, una pérdida de confianza en el liderazgo presidencial, cierto favoritismo hacia algunos sectores de la economía, una evidente fragmentación y pérdida de identidad de los partidos políticos debido a la percepción del Estado como un botín al servicio de unas clases políticas cuestionadas.

Una gobernabilidad con un Congreso poco aceptado 

Es relevante en este análisis la pérdida de aceptación del Congreso, señalado de vender su apoyo legislativo al ejecutivo a cambio de prebendas. De estas, las más conocidas o denunciadas son denominadas bajo diferentes nombres y modalidades cuales “romanismo”, “mermelada”, “lentejismo”, “cupos indicativos”, clientelismo, malas políticas públicas, deficiente seguimiento del mandato de los electores por unos partidos sueltos de idearios, ideologías, programas y lineamientos de las bancadas.

En resumen, una lógica del poder solo al servicio de la gobernabilidad “a como dé lugar, a veces sin diálogo con las militancias o con distorsión del ideario.

La Gobernabilidad pasa por procesos de diálogo  

El diálogo político, técnico y social es necesario para fortalecer las capacidades de un país con su sociedad civil, también para incidir y participar de forma activa en los procesos políticos y electorales y en la lucha contra la corrupción, en aplicación de los principios de transparencia, integridad, rendición de cuentas, respeto de la ley, defensa de los derechos humanos e igualdad de género. Muchos de estos diálogos tendrán que darse en el seno del Congreso y será allí donde tendrá que construirse una gobernabilidad que “dialogue” y no que “aplane” y suprima el disenso.

Anotan algunos observadores de la política que en Colombia el disenso ha sido generalmente respetado y cuando ha sido perseguido, el sistema ha sabido enderezar el camino por la vía de los diálogos y los acuerdos de paz. Ciertamente, el Estado colombiano ha sido un estado de derecho.

La nueva Gobernabilidad deberá darse también dentro del estado de derecho  

Tendrá que velar porque las  relaciones entre los actores estratégicos obedezcan a fórmulas estables y mutuamente aceptadas en lo relacionado con el control de los recursos políticos de los cargos públicos asociados al gobierno; estar atenta a que la información asociada con los tecnócratas y los medios de información sean reales, libres y sin manipulación.

Los factores de producción asociados con las empresas deben ser respetados, que la fuerza asociada al ejército y a la policía sea respetuosa de las libertades públicas; que los partidos políticos ejerzan sus derechos y actividades libremente, al igual que las iglesias, los grupos de interés y del pensamiento.

Que el Estado pueda mantener el orden público, pero sin lesionar las libertades ciudadanas; que la recaudación de impuestos sea hecha bajo los criterios de justicia tributaria; que la regulación del comercio no sea asfixiante y el derecho a la propiedad respetado.

En resumen, el nuevo gobierno deberá mantener el Estado de derecho mediante una buena y acertada dirección sin dejar que se produzcan sobrecargas de expectativas por una competencia desmedida entre los partidos, las asociaciones de todo tipo y unos medios de comunicación responsables en lanzar críticas sin fundamento.

Las exigencias y demandas de la sociedad deberán ser ajustadas a la capacidad del sistema  

Deben ser conscientes el nuevo gobierno y los ciudadanos de que no se puede hacer un incremento excesivo de las expectativas, obligaciones y responsabilidades planteadas al gobierno. Las pretensiones de cogestión, la politización exagerada de los temas y conflictos pueden hacer colapsar la capacidad del Estado y traer desengaños acumulados peligrosamente por los fenómenos de polarización, re-ideologización y oposición a ultranza, no canalizados por los partidos políticos dentro del sistema.

Disfunciones de ingobernabilidad podrían entonces sobrecargar de exigencias el rol regulador del Estado llevándolo a la quiebra, a privatizaciones, “expropiaciones” o expoliaciones que afecten el Estado de derecho.

La gobernabilidad del nuevo equipo tendrá que ser “niveladora” o no será 

El nuevo gobierno deberá procurar una gobernabilidad democrática que responda mejor a las necesidades de los ciudadanos, sobre todo las carencias de los menos favorecidos fomentando para ello la participación, la responsabilidad y la eficacia en todos los niveles por medio del fortalecimiento del sistema electoral y legislativo, del acceso a la justicia y a la administración pública.

Todo esto deberá pasar por un aumento de la capacidad del Estado para hacer llegar los servicios básicos a las clases más necesitadas. Tareas tan exigentes solo podrán darse, en lo que respecta al Estado, mediante coaliciones razonables de gobierno que conduzcan a una sana gobernabilidad.

Las coaliciones en exceso pueden afectar la Gobernabilidad  

Del nuevo gobierno se dice que está encaminando su agenda legislativa hacia la formación de una “macrocoalición” que para algunos está encaminada esencialmente a eliminar la oposición, como trataron de hacer -según otros- las muy extensas coaliciones de gobierno pactadas durante 2002-2010 y 2010-2018, ambas creadoras de gobiernos con mayorías en exceso, escarceos de democracia plebiscitaria, gobiernos unificados o presidencialismos de coalición.

Hoy en día se está dando un gobierno en manos de un partido que no tiene mayoría en el Legislativo, pero en un ambiente de multipartidismo excesivo que lo tiene urgido de pactar coaliciones que eviten una parálisis gubernamental y legislativa como resultado de mutuos bloqueos, por un lado, del Congreso frente a las iniciativas gubernamentales y por otro del Ejecutivo mediante su poder de veto a la labor legislativa.

Lo observado es que la macrocoalición que está en proceso de formación por el nuevo gobierno se está procurando apoyos de todo tipo, con un porcentaje muy alto de congresistas. Cauda que va en aumento, con el riesgo de ver la oposición parlamentaria reducida a mínima expresión; es decir, limitada a un solo partido que a su turno parece estar también dividido en facciones y luchas intestinas. Sobre situaciones de este tenor recaían las observaciones de Marcel Mauss referentes a las sociedades arcaicas.

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Coaliciones en exceso pueden dar la impresión de unanimismo  

Como van las cosas, se percibe un gobierno poco unificado en la procedencia ideológica de los ministros hasta ahora señalados y un liderazgo fuerte del nuevo jefe de Estado.

De esto se deduce que una muy amplia coalición de gobierno quedará protocolizada en septiembre en procura de una mayor estabilidad, lo que podría darle al país la impresión de un unanimismo sin competencia, impuesto por amplias mayorías, no de un partido dominante sino a través de una coalición mayoritaria y una muy escasa oposición. “Como antes” (2002-2010, 2010-2018), dicen algunos, con coaliciones del 70% de cómoda y dominante cooptación de los congresistas. Pero, ¿asegura el unanimismo la gobernabilidad?

Coaliciones gobernantes en exceso pueden dar lugar a ingobernabilidad   

Las mayorías en exceso -por ir más allá en la “sumatoria” de partidos al número necesario para lograr un gobierno unificado- pueden dar lugar, afirman algunos, a un costoso operativo de la coalición y de contera traerle un riesgo de ingobernabilidad. En efecto, como quiera que los recursos del poder no son inagotables podrían llegar las rebatiñas, las fugas y los abandonos de la coalición.

Entonces, lo demuestra la máxima de la experiencia, las mejores coaliciones son las “mínimas”, aquellas que funcionan con el mínimo suficiente de apoyos para poder gobernar con las ventajas del poder.

En otras palabras, entre menos miembros tenga la coalición mayor podría ser la fidelidad hacia ella, y de carambola mayor o mejor la gobernabilidad. La mejor coalición -lo demuestra la teoría del juego- es aquella que para gobernar necesita o llama a menos socios y la que podría traer de estos mayor compromiso y mayor tranquilidad para el gobernante.

 Algunos factores mueven la naciente macrocoalición de gobierno  

En opinión de algunos, el primer factor movilizador podría ser el deseo de superar la polarización política generada por una campaña electoral sin recuerdos en la historia del país desde 1970 y, en segundo lugar, el deseo de un expresidente -más que del nuevo gobernante- de terminar de sacar del juego político a cierto homólogo. Agregan ellos que, como quiera que el tema de la reelección del nuevo gobernante está excluido, este factor no operará como movilizador del régimen.

El gran público parece percibir la tarea de “sumatoria” de partidos como un nuevo y poco frecuente deseo de dialogar de un candidato históricamente proclive a la confrontación sin tregua ni cuartel contra el sistema y sus partidos. Empero y hasta ahora  -a pocos días de la posesión del nuevo jefe de Estado- todo está en el plano de las expectativas y a la espera del inicio del gobierno. No faltará quien diga que, si el gobierno suma, por otro lado, la oposición mengua peligrosamente hasta para el propio nuevo gobierno y traen a colación el conocido apotegma de Lord Acton sobre el poder absoluto.

Una oposición sin liderazgo  

En la actualidad, fuera del liderazgo del nuevo gobernante, al parecer no hay otro que se distinga o caracterice. El aguerrido expresidente de 2002-2010 hoy figura como conciliador, y el candidato derrotado en el balotaje de 2022 dudaba hasta hace poco de ser o no congresista, de hacer oposición o declararse independiente. El ex vicepresidente jefe de otro partido además de convaleciente, se encuentra en hibernación estratégica y el tercer candidato en votación, junto a su equipo de apoyo figura muy esporádicamente; sí sobrecoge cómo el cuarto candidato es golpeado inmisericordemente por todos.

Del resto de candidatos o precandidatos se constata que guardan silencio, pero un poco menos sus respetivas fórmulas vicepresidenciales. A la “resistencia” de antes parece no surgirle otro tanto.

Del equipo de poder saliente se tienen noticias de encuentros y desencuentros de “empalme” y una que otra noticia de eventos de supuesta corrupción; también, la queja de haber sido sometidos a una permanente presión de “la calle” desde el mismo momento de la posesión el 7 de agosto de 2018.

Mientras tanto, las tres principales alcaldías del país siguen en manos amigas del nuevo gobierno y tanto la derecha como el centro parecen huérfanos. Entonces, la oposición se asevera frágil, arrinconada y excesivamente minoritaria y desde el presidencialismo dominante de coalición se anuncia un primer año de efectividad en hacer valer sus mayorías.

Sin embargo, ajustes y nuevas cargas impositivas han de llegar y con ellas los resentimientos y las posibles represalias del electorado sobre los partidos “colaboracionistas”. Pero, agregan algunos, si la memoria del pueblo es corta no lo es la del electorado que llevó mayoritariamente al poder al nuevo gobierno, tildado por algunos de “izquierda populista elegida democráticamente” por jóvenes entre los 18 a 24 años (34 %), frente a una derecha conformada por los mayores de 65 años (43 %). Porcentajes y edades que algunos graciosos invierten así: jóvenes-viejos (34 %) frente a viejos-jóvenes (43 %). Como decía alguien, la edad es un estado mental…

Coaliciones sin emparejamientos ideológicos  

La hipercoalición por ahora no parece reunir emparejamientos ideológicos claros, dadas la heterogeneidad de los miembros, la falta de idearios y programas de los partidos que la componen. Con respecto a la agenda del nuevo gobierno, a la fecha no es muy conocida y solo se han ofrecido escarceos por los recién nominados, “descoordinados” en opinión de algunos analistas o en “oposición entre sí” para otros, lo que no permitiría hasta ahora hacer un análisis en profundidad.

Es decir, hablan personas, pero no todavía un gobierno. En el entretanto, los partidos están a la espera o al acecho y existe la expectativa de si los políticos asumirán o no responsabilidades por la tradicional debilidad o fastidio que produce la falta de control sobre el Ejecutivo y los inmodificables privilegios de que gozan.

¿Un Legislativo sometido?  

La preminencia del gobierno entrante en la iniciativa legislativa podría anunciar un casi total sometimiento del legislativo, como ocurrió bajo los gobiernos reelegidos  -ya mencionados- entre 2002-2018. Tal vez solo el Partido Liberal podrá hacer valer sus aportes ideológicos a un gobierno que al parecer no será de izquierda extrema sino de socialdemocracia a la europea.

Del rol otorgado a este partido se podría esperar que saliese unificado por el ideario de 1848, 1936 y 1991 y, por qué no, del ingreso a sus filas del llamado “progresismo” no-marxista. Entonces, a lo del “primer” gobierno de izquierda de la historia de Colombia se les podría pedir que bajen humos y decibeles porque, como decía el Augusto Espinosa Valderrama: “Para correr mojones a la izquierda ahí está el gran Partido Liberal”.

Partidos sometidos a la antipolítica   

El ambiente de antipolítica que reina en el país no facilita la labor de aproximación ciudadana a los partidos, cuyos congresistas cada vez más hacen figura de “profesionales de la política” ajenos a una ciudadanía que se encuentra fastidiada por el sistema de puerta giratoria, el nepotismo y el trampolín que ha llevado a cierto desprecio popular de la democracia representativa y paradójicamente al temor a la convocatoria de una Asamblea Constituyente que todo lo cambie, declarándose primero “constitucional” para luego saltar a “constituyente” como ocurriese en el año de 1991 bajo un gobierno liberal.

Es la reciente tendencia en América Latina de pasar de la democracia representativa a la directa que se asevera, en opinión de algunos, como el mecanismo de fraude de la galopante democracia “reeleccionista”.  

La Gobernabilidad bajo un proceso de paz incompleto  

Como quiera que la guerrilla y el proceso de paz ya no son los grandes temas de actualidad, otros serán los temas mayores a poner en consideración quedando seguramente en la agenda la siempre difícil negociación con los grupos armados renuentes a cualquier tipo de desmovilización y a las soluciones electorales.

Corresponderá entonces al nuevo gobierno poner en marcha programas de sensibilización de la población hacia el perdón o la simple aceptación de una gobernabilidad democrática.

La gobernabilidad democrática   

Es aquella que está basada en el consentimiento de los gobernados, en un consenso básico sobre el modelo político y económico, y en unas reglas de juego relativas a la repartición del poder que susciten un elevado nivel de inclusión e intensidad en la participación ciudadana en los procesos político que realicen regularmente elecciones libres e imparciales para escoger a los gobernantes.

De esta gobernabilidad se espera que la representación de los ciudadanos sea imparcial y efectiva en el sistema político y que este ofrezca una capacidad aceptable en la agregación de las preferencias ciudadanas para el logro del establecimiento de consensos en torno a objetivos nacionales en las políticas públicas. Naturalmente bajo la existencia de un sistema efectivo de fiscalización política que opere entre las tres ramas del Gobierno, de manera tal que ninguna pueda abusar de su autoridad o ignorar las exigencias de la mayoría.

La gobernabilidad democrática pide un Legislativo democrático que controle el poder  

Papel fundamental en la gobernabilidad democrática debe jugar un Legislativo que preserve el modelo político y económico democrático, la economía basada en el libre mercado, la aceptación de las reglas del juego mediante comportamientos ciudadanos y gubernamentales de acceso al poder y su entrega, la exclusión de la violencia en las elecciones, en las decisiones judiciales y el acatamiento de las normas.

En este juego, los partidos políticos deben hacer valer sus idearios, doctrinas y plataformas programáticas “en bancada” a través de un control político sereno, patriótico, que rinda cuentas a la nación y a las militancias para que la gobernabilidad no sea una entrega incondicional del sueño y la utopía.

Para que la nación en-Parlamento dialogue sobre cómo agregar las preferencias ciudadanas sin romper la cohesión y la fuerza del sistema de partidos, a fin de que este sistema logre incrementar la capacidad del Congreso para equilibrar su poder con el del Ejecutivo mediante el fortalecimiento de sus capacidades organizacionales, de investigación, análisis y control.

La gobernabilidad democrática pide entonces incrementar la capacidad del Congreso para equilibrar su poder con el del Ejecutivo, pero también pide promover espacios donde ciudadanos y elegidos se encuentren, debatan y generen acercamientos para la toma conjunta de decisiones y puedan así incrementar el control social sobre las decisiones públicas, los procesos de ejecución de las políticas públicas y de sus impactos, por parte de sujetos y organizaciones sociales.

Es decir, se necesitan políticas públicas que desarrollen modelos basados en la integridad, la visibilidad y la rendición de cuentas en su gestión.

Lo que se deberá evitar a partir de la posesión del nuevo gobierno es que el gran acuerdo nacional anunciado termine siendo más un “reparto burocrático” que un grandioso momento de  reconciliación nacional y en esto hay que desearle el mejor de los éxitos, en democracia.

“Termina la estupidez de Duque de haberse peleado con el vecino y más cuando lo necesita”

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