Un modelo tóxico
Opinión

Un modelo tóxico

La fórmula del atraso: generar subsidios a grupos que deberían dejar paulatinamente de recibirlos y, crear estímulos tributarios a los empresarios creyendo que van a generar empleo

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diciembre 04, 2018
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El debate suscitado por el proyecto de Ley de Financiamiento propuesto por el actual gobierno para subsanar el presunto déficit dejado por el presupuesto del 2019, presentado por el gobierno anterior, deja al descubierto el tóxico modelo de desarrollo económico colombiano que podría resumirse diciendo que hay que estimular al sector productivo para que cree empleo formal de modo que éste y sus empleados puedan pagar a través de sus impuestos subsidios a quienes no hacen parte de él.

Como no ha habido una política seria de incorporación de la economía colombiana a la economía mundial, con lo bueno y lo malo que genera la globalización, seguimos con un sector productivo reducido que crece lentamente y tiene que generar los impuestos, suyos y de sus empleados, para financiar los subsidios a los más pobres, que crecen como las sombras cuando el sol declina.

La gran paradoja del debate actual sobre aumento de los impuestos al consumo y a las rentas de trabajo que provienen de la actividad productiva, es que el mismo Estado considera que las personas en situación de pobreza han disminuido gracias al desarrollo económico, pero nadie quiere pagar el costo político de disminuirles los subsidios que se les dieron para que fueran saliendo de esa penosa situación. Eso fue precisamente lo que estaba plasmado en el proyecto de presupuesto para el 2019 del gobierno Santos, quizás porque el que tenía que ejecutarlo era su sucesor. Reponerlos es lo que ocasiona buena parte del millonario faltante.

Pero la idea es perfectamente lógica. El subsidio debe ser una herramienta para habilitar a las personas para su desempeño en actividades productivas. Por ello se subsidia la vivienda, la salud, la educación, los servicios públicos, con la condición de que no sea para siempre jamás. Pero la aplicación perversa de la política lleva a varias cosas. La primera que para las personas que reciben los subsidios es mucho más conveniente no mejorar su nivel de vida porque entonces los pierden, como sucede con todo aquel que por alguna medida de mejoramiento de su bienestar ya no clasifica en el Sisbén.  La segunda como los pobres aumentan más que los impuestos y nadie sale del sistema, a pesar de lo que dicen las estadísticas, cada vez es más costosos sostenerlo. Lo tercero que como es necesario estimular al sector productivo para que genere empleo y se lo ofrezca a quienes no lo tienen, pues no es posible aumentarles demasiado los impuestos a los empresarios. Y la cuarta, que toca entonces aumentarles los impuestos a las rentas de trabajo y al consumo directo, que son fáciles de cobrar.

Como consecuencia terminan los menos pobres subsidiando a los más pobres y el sector productivo lleno de exenciones fiscales que no significan mayor creación de empleo sino mayor concentración del ingreso, porque los impuestos dejado de recibir se emplean en otras actividades más rentables que van desde la pura especulación financiera hasta la modernización tecnológica, que por definición requiere menos mano de obra.

O sea, el sistema económico colombiano está diseñado de una parte, para generar cada vez más subsidios a grupos de población que se supone deben dejar paulatinamente de recibirlos, pero a quienes nadie se atreve a quitárselos; y de otra, para crear estímulos tributarios a los empresarios con la promesa vaga de que con ellos se van a generar nuevos empleos. Si esa no es una fórmula para perpetuar el atraso, difícil encontrar otra mejor.

 

En un mundo ideal los subsidios se dan para enseñar a pescar,
no para entregar pescados gratis indefinidamente
Los impuestos, para garantizar los derechos de todos con la redistribución del ingreso

 

Los programas específicos cuya financiación disminuyó en el presupuesto aprobado de 2019 ahora en revisión, son todos de carácter social: familias en acción, alimentación escolar, subsidios de servicios públicos a estratos 1,2 y 3. La razón de hacerlo fue considerar que una mejoría en el bienestar económico de parte de la población que ha salido de la pobreza lleva a que ya no sean necesarios para ella. Puede haber sido una conclusión de escritorio resultado de las cifras que nos permiten ser ahora parte de la OCDE, el club de las buenas prácticas de los países ricos. Pero puede ser cierto también. El hecho es que no se puede seguir subsidiando a una población creciente con los impuestos de una clase media minoritaria reducida. Pero reconocerlo es políticamente incorrecto e ignorarlo es electoralmente rentable.
En un mundo ideal los subsidios se dan para enseñar a pescar, no para entregar pescados gratis indefinidamente. Los impuestos se pagan para que el Estado pueda garantizar los derechos de todas las personas a través de la redistribución del ingreso. Los empresarios trabajan para generar utilidades (e impuestos) a través de la creación de empleo productivo, estable y bien remunerado. Y las personas trabajan para asegurar su bienestar y el de sus familias. En un mundo con un modelo económico tóxico como el nuestro casi nada de eso pasa. Sólo el desordenado debate sobre de donde sacar más fondos para seguirlo sosteniendo.

 

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