¿Un dulce sueño o un ensueño angustioso?

¿Un dulce sueño o un ensueño angustioso?

Ahora que las cosas empiezan a normalizarse un poco es hora de despejar la mente, hacer inventario de lo ocurrido y preguntarnos qué tanto hemos perdido

Por: LUIS ALBERTO GUZMAN URREGO
agosto 28, 2020
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¿Un dulce sueño o un ensueño angustioso?
Foto: María Fernanda Padilla Quevedo

En estos tiempos de pandemia, muchos no tienen claro si supuestamente estamos saliendo del sueño o del ensueño angustioso de la “prisión domiciliaria”; no obstante, y sin importar cuál haya sido, es hora de despejar la mente, hacer inventario de lo ocurrido y preguntarnos qué tanto hemos perdido en salud, vidas, economía, equidad social, justicia y credibilidad, ante la acumulación de entuertos, errores, omisiones e ignorancia de gobernantes y funcionarios, quienes a su antojo toman determinaciones, con base en su unilateral capricho y con una ausencia y desconocimiento total de los elementos esenciales del derecho, de la lógica y del sentido común.

En cuanto a la pérdida de salud y vidas, prefiero dejarla a las estadísticas que nos muestran todas las tardes mediante los canales oficiales. Observamos la tristeza, la zozobra, la inquietud y el temor de los desempleados sin ingresos; las negativas finanzas de los hogares; los sintecho sobreviviendo; los estudiantes sin las herramientas para asistir a clase; los pequeños empresarios quebrados o sin liquidez; los arrendatarios con la soga al cuello y los no pensionados sin con qué comer; mientras tanto en la otra orilla, un sinnúmero de magnates, monopolistas, terratenientes, ganaderos, inversionistas, políticos y funcionarios privilegiados, con altos salarios, beneficios y canonjías, contrastando con la inopia de los otros y mostrando sin vergüenza alguna, una auténtica ignominia e inequidad.

¡Y la justicia! ¿Cuál?

Al parecer es casi seguro que para el actual gobierno colombiano, el señor Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, no le atinó a la tridivisión ejecutivo, legislativo y judicial esbozada en su brillante libro, puesto que a partir de la vigencia de la tan mentada emergencia, el titular del Ejecutivo precisó, para que no existiere duda alguna que, “el que mando soy yo”.

Los congresistas, disfrazando ignorancia, omiten reunirse hasta tanto le pregunten al que tampoco sabe, si les da o no permiso; no legislan, no ejercen control político; en otros términos no trabajan, supuestamente porque se contagian, pero eso sí devengan cuantiosos emolumentos y beneficios por parte del Estado famélico, mostrando abismales diferencias e inequidades con aquellos ignorados, que mediante el recurso del “rebusque”, logran obtener algunos menguados y pírricos ingresos, insuficientes para subsistir.

El otro poder de la justicia igualmente se paraliza y, ante la ausencia de las cortes, tribunales y juzgados, cerrados por más de cinco meses sin atender público, sin solucionar pleitos y sin que poco o nada ocurra, algunos ya sostienen que la rama judicial sobra, y de pronto no les falta razón; los términos suspendidos, las demandas no se admiten, las audiencias no se celebran y las soluciones no llegan.

Todo un tinglado institucional, integrado en su mayoría por magistrados y jueces pulcros, honestos y esforzados servidores de la justicia, conviviendo por obligación y a su pesar, con las “ovejas negras”, que sin eufemismos se denominan delincuentes o criminales; los unos indiciados, otros acusados, y algunos condenados, son apenas la muestra de un panorama infortunado y sombrío de la justicia, de ninguna manera edificante, puesto que la impunidad campea y se extiende por todo el territorio.

Pese al célebre refranero, “el que la hace la paga”, los hampones y malandrines se evaden y escapan, con la complicidad o la vista gorda de sus cuidadores; los condenados huyen y se refugian o “asilan” manifestando persecución política; los indiciados patalean, chillan y gritan, aduciendo “que son gente de bien”, los imputados, niegan, aportan testigos y documentos espurios y los condenados interponen recursos torticeros y demandas improcedentes, esperando que el tiempo transcurra, para posteriormente alegar ilegalidad de la medida y cínicamente pedir la libertad o la prescripción de sus fechorías.

¡Y la credibilidad! ¿A quién creerle?

Con eufemismos retóricos se le parte y aprieta el pescuezo al lenguaje; amenaza y promete en menos de veinticuatro horas sacar corriendo al vecino; ubica bien a los amigos y a los compañeros de francachela; se rodea de lambones y aduladores; incurre en desaciertos en los procedimientos judiciales, administrativos y consulares; mediante mecanismos equívocos, simula pedir devoluciones o extradiciones de delincuentes; realiza peticiones a quienes no corresponde, omitiendo los términos y mediante el lenguaje inapropiado; patina una dos y cinco veces, haciendo peticiones en indebida forma y luego sacando pecho y banda, se hunde en los eufemismos.

Una pesadilla, un ensueño angustioso o un dulce sueño.

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