Un debate sin contexto

Un debate sin contexto

"La floja defensa del ministro contó con una seguidilla de respaldos de miembros de los partidos que... sepultaron cualquier discusión seria"

Por: Jorge Ramírez Aljure
septiembre 24, 2018
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Un debate sin contexto
Foto: Captura de video - YouTube Canal Congreso Colombia

El debate del senador Jorge Robledo mostraba claramente cómo el ministro Alberto Carrasquilla había estado ligado a un negocio éticamente condenable desde su nombramiento en 2003 como ministro de Hacienda de Álvaro Uribe hasta cuando tiempo después de haber salido del cargo —unos mesecitos para ser exactos— intervino como estructurador y asesor de un negocio de bonos de agua para un fondo de capitales con sede en Nueva York.

Negocio en el que finalizó comprometiendo a los pueblos más pobres y necesitados de Colombia con unos préstamos leoninos que desde el comienzo, por su escasa capacidad financiera, se sabía no podrían cumplir pero estaban totalmente amparados para los inversores con futuros dineros oficiales.

Sin embargo, fue evidente que el senador Robledo no dio razones precisas de por qué los saltos dados por Carrasquilla, apareciendo y desapareciendo de la escena de lo que terminó siendo un gran negociazo para sus bolsillos y el de sus socios o amigos, eran absolutamente normales dentro del sistema en que se dio el caso denunciado, así constituyeran un escándalo moral a los ojos de cualquier ciudadano honrado.

Y la razón, quizás, de esta inconsistencia se debió a que la alianza del Polo Alternativo con el grupo de Sergio Fajardo le impidieron a los senadores citantes hablar de la esencia del modelo neoliberal dentro del que comportamientos como los utilizados por Carrasquilla y sus amigos son propios de los funcionarios que han actuado a nombre de aquella corriente económica radical.

Liberalismo económico que desde 1991 se le ha venido imponiendo al país de manera progresiva en todos los campos, incluido, por supuesto, el de la moral, y donde el entramado jurídico y los fines no económicos sino economicistas se van sucediendo y dando resultados sin solución de continuidad.

El principio del libre mercado impone como política central la marginación del Estado en la economía y el sometimiento progresivo de los intereses y riquezas del país respectivo a las leyes del capitalismo salvaje, favoreciendo a sus instituciones más elaboradas, las multinacionales y al sector financiero internacional.

Los encargados de mantener este hálito extremo y construir la estrategia de corto, mediano y largo plazo dentro de los diversos gobiernos, y con mayor rigor en los de los países subdesarrollados, no son funcionarios escogidos al azar —por inteligentes y creativos, por ejemplo— sino una prolongada cadena de ingenieros, economistas ad hoc, administradores de empresas, abogados, etc., sin duda brillantes, debidamente seleccionados y  especializados —para no decir catequizados— en importantes universidades del mundo, que han convertido sus cátedras en púlpitos del dogma y  la bondad absoluta del modelo de mercado.

Que aterrizan luego como altos funcionarios del Estado de donde son originarios,  dispuestos en un equipo disciplinado que a lo largo del tiempo va ejecutando la tarea de implementar e imponer las directrices economicistas sin que sufran tropiezos insalvables.

Toda una parafernalia pedagógica, organizacional y burocrática como si no bastara la experticia matemática y computacional de que se sirven, cuyos manejos y resultados presuntamente científicos se esconden o vuelven inimaginables para la mayoría de los mortales que las sufren

Carrasquilla ha sido uno de los más caracterizados promotores de este tipo de capitalismo desaforado y no es extraño por ello que sus acciones al frente o tras bambalinas aparezcan al comienzo, en la mitad o al final de cualquiera de sus avances más importantes. Bien justificando los proyectos de ley como ministro, asesorando los actos legislativos como consejero desde, por ejemplo, Inglaterra, montando empresas como Navenby y Konfigura en Panamá, estructurando negocios fabulosos como los bonos del agua en Bogotá y lucrándose como inversionista o asesor, de nuevo en Panamá, de las oportunidades que las normas jurídicas solícitamente introducidas ofrezcan para ganarse grandes dinerales.

Normas si no tramitadas personalmente todo el tiempo por el agraciado, sí acompañadas, complementadas y perfeccionadas por otros altos funcionarios que, siendo parte de las mismas huestes adoctrinadas por el maximalismo económico, fueron  sus colaboradores o compañeros y que en algún momento, ya como socios, usufructúan también las ocasiones de ganancias que se presenten.

Si el capital termina siendo la única razón de la existencia y su consecución y acumulación el único motor de la vida, parece un contrasentido que quienes se dedican a impulsar y administrar su reinado no se les permita —inclusive como parte de pago por su apostolado— enriquecerse si no a costa de los privilegiados del sistema sí de los que forman parte de sus víctimas. Sin que por ello deban sentir pena por el daño que les puedan causar, ya que desde la teoría madre todas han quedado, por principio, condenadas a su mísera suerte.

La floja defensa del ministro contó con una seguidilla de respaldos de miembros de los partidos que hacen parte o esperan entrar al gobierno, donde la frase fácil, el ditirambo lambón y la falta absoluta de investigación y responsabilidad sobre lo que se dice, sepultaron cualquier discusión seria, obviando observaciones importantes como la de los senadores Petro, Lara y el representante Fabián Díaz.

Sin embargo, con el cinismo y habilidad que lo caracterizan, el senador Álvaro Uribe concretó en una oscura frase, el carácter amoral que acompaña las actuaciones y decisiones de quienes participan en el festín del mercado sin cortapisas, cuando este se ha concretado como norma del Estado sacrificado: “es difícil juzgar la moral, en el Estado de Derecho uno puede ser auto juez pero no juzgar la moral de los demás... Cómo entonces alguien que cumplió la ley ahora violó la moral”.

Ojalá existan razones de otro orden para alejar a Carrasquilla de seguir haciéndoles daños, esos sí morales, éticos y materiales, a los colombianos. Pero de lo que sí quedamos completamente notificados después de este debate es de la amoralidad o ausencia de sentido o responsabilidad moral del sistema neoliberal y sus operadores, en cuyas manos nos encontramos indefensos. Y de la que el juicioso senador Robledo no pudo o no quiso dar explicación.

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