Un cacharro de código de vestir diplomático

Un cacharro de código de vestir diplomático

Una opinión a propósito de la reciente polémica en la que se vio envuelta la Cancillería

Por: José Joaquín Gori Cabrera
enero 30, 2023
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Un cacharro de código de vestir diplomático
Foto: Pixabay

Hace pocos días, los servidores de la diplomacia fueron fumigados por un código de vestuario divinamente ilustrado, despachado desde la Cancillería. El canciller de inmediato apareció en la Antártida, rodeado de pingüinos cuyo código de corbata negra no está previsto en el manual y en donde los zapatos Oxford patinan como MinMinas. El país elevó plegarias para que se haya llevado la directiva, envuelta con las tarifas de servicios públicos, los arriendos y los nombramientos de favor. Junto con los precios de los zapatos y otras prendas que manda el manual. Que se congelen.

Errar es humano, pero para enredar todo hace falta inteligencia artificial. Sin duda, AI fue cómplice y el lenguaje macarrónico, con tuteo incluido, salió de su caletre  o circuito.

Las oscurantistas directrices están insinuando que personajes de todos los estamentos sociales que se zambullen en aguas de la diplomacia se visten como bestias, como le pasó a San Francisco, ejemplo de frugalidad, de quien se dice que comía como vestía y dormía sobre una vieja estera; pero gracias a un manejo de la puntuación y la ortografía tan anárquico como el que campea en este reglamento resultó que “comía como bestia y dormía sobre una vieja. Esta era la vida del Santo”.

James Laver, el historiador de la moda, sostenía que la ropa es el mobiliario de la mente hecho visible. De Shakespeare son estas palabras: “Sea tu vestido tan costoso cuanto tus facultades lo permitan; pero no afectado en su hechura; rico, no extravagante, porque el traje dice por lo común quién es el sujeto” (Hamlet, acto 1º, escena VII).

Sobre el vestir no hay cartilla, sino usos y reglas sociales de cada era y época, inherentes al oficio o arte, profesión o ciencia. La milicia tiene las suyas; el clero, las propias, y la diplomacia tiende a las universales. Esto hace temer que pronto veamos a nuestros fiscales vestidos como payasos, en consonancia con la vocación del gran jefe, el fiscal Barbosa, autoproclamado segundo grande de Colombia.

En este código se sugieren pantalones de dril (mezclilla) que es ropa de trabajo fuerte, algo que se piensa que a los diplomáticos les da alergia. “Cuál es la diferencia entre un diplomático y un militar? La respuesta es que no hacen nada, pero el militar madruga para hacerlo con gran disciplina; mientras los diplomáticos se levantan a hacerlo en la tarde, en absoluta confusión” (anónimo).

Los gurús rechazan la falda corta. Falda y pantalón son prendas que no tienen género. Los antiguos usaban túnica, excepto David, el de Miguel Ángel, que andaba casual. La única sugerencia que se puede hacer sobre la falda es que debe ser como un discurso: largo, lo suficiente para cubrir el asunto; y corto, lo necesario para mantener la atención.

Hay indicaciones abstrusas sobre el calzado. Una vieja tradición indica que a los funerales hay que llevar zapatos negros. De resto, el color y modelo depende de la ropa y del gusto personal; más que nada del billete para comprarlos. Incluso los Ferragamo caben.

El ramo de la diplomacia es tradicionalista. Se entiende sin más que el estilo personal se acomoda a los cánones imperantes y a las costumbres locales. Al instructivo de marras se le olvidan, además, varias corrientes modernas. La doctrina Angelino ordena que no se viaja como zarrapastroso. La de Shakira, que si se tiene un Rolex o un Ferrari, no se cambien, no se cambien; el amor y el dinero hay que cuidarlos. El corolario Piqué, que lo bueno es lo modesto; basta con un Casio o un Twingo.  La paradoja de Vargas Llosa, “aunque la mona se vista de seda no hay amor que dure cien años ni monje que lo resista”.  Y la reflexión estilo vallenato del emérito rey Juan Carlos 1º, “aunque la mona se vista de seda, cuida el billete, porque se lo queda”.

A los manes se les sugiere usar cinturón de cuero. Un man, quizás sí use. Probablemente con una hebilla gigante de hierro. Un gentleman —léase caballero no lleva nada de cuero por respeto a los animalistas. Usa tirantes, con las que no se lleva cinturón, no importa el material.

El anglicismo casual, regado a lo largo y ancho, se refiere a informalidad, no a casualidad, que viene siendo algo fortuito. El presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss Kahn, terminó envuelto en un juicio penal (2011) porque en su suite presidencial se topó de narices con una camarera que luego lo acusó de agresión sexual. DSK, como lo llaman, vestía “casual” cuando el incidente. El problema fue que su atuendo casual era como el traje del emperador: estaba desnudo. El incidente le costó la presidencia de Francia, para la que partía de ganador.

Las personas que se ven bien es porque quieren que así las vean, sin necesidad de manuales. El genio de la colina aconseja vestir de tal forma que ningún aspecto particular disuene. Se exceptúan los jefes y quienes quieren disonar.

Una empresa advertía “vístase para la posición que desea, no la que ocupa”. Al día siguiente todos vinieron de Shakira; y algunos pocos, de Piqué. Clara…mente, entendieron mal.

NB. Sin necesidad de láminas, para elegancia basta con mirar estampas como la de nuestra vicepresidenta Francia Márquez, de fascinantes atuendos nativos. O la extraordinaria elegancia y el buen gusto de la presentadora de CMI, Juliana Duque. De paso, que miren las corbatas Pal Zileri de Yamid Amat, pero recuerden que las usa para atortolar al contrincante en cada entrevista; no para velorios ni para la paz en el Medio Oriente. Por el lado de los manes se me ocurre José Gabriel Ortiz, siempre impecable. Clasifica, asimismo, el exministro y oráculo de La W, Alberto Casas.

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