Tú eres la reina
Opinión

Tú eres la reina

Como el horror no se toma ni un solo día libre, debo decir que los reinados están cargados de nostalgia

Por:
noviembre 13, 2015
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Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles
nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira
la alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas,
la alfombra que no existe.

Pablo Neruda/ “La reina”

Siempre me han gustado los reinados. Lo mejor de haber crecido viendo reinados junto a mi madre y mi hermana fue la posibilidad de contemplar, desde dos esquinas distintas, la realidad de un país tan extraño como este. Por un lado, uno disfrutaba de un inesperado aire de fiesta; como si cada noviembre fuese capaz de desenmascarar esa falsedad que el jolgorio esconde y que tanto nos atrae. Ese decorado de escarcha, espuma y fibra de vidrio sobre el que se fundamenta la elección y coronación de la mujer más bonita de este país es, sin lugar a dudas, una metáfora sobre la que se cimienta todo lo que buscamos como individuos. Es todo lo que somos durante un mes. Por otro lado, el entretenido formato televisivo (esa mecánica perfecta que hace que mi madre, papel en mano, se convierta en una experta en sacar promedios y predecir el futuro) es el eco de una mentira que segrega a un país cargado de odios y adioses. Un país iluminado por las sonrisas perfectas de las participantes que representan formas diversas, colores diversos, patrones culturales diversos y operaciones diversas. Recuerdo cientos de desfiles iguales, hace varios años que dejé de ver reinados, pero me gustan. Aquello es divertido, pero también contundente: las reinas no solo son amas y señoras del arte de destruirse a sí mismas y la identidad que querían proyectar, sino también heroínas que son capaces de encontrarse en esa ficción que es la pasarela.

Aunque no hay nada heroico en raparse cuando te estás quedando calvo. Es como lanzarse al vacío antes de ser devorado por las llamas.

john 1 y redes

Mi hermana se disfrazó de reina a los 14 años. Mi novia fue reina de su colegio cuando iba en primero. Una amiga lejana aspiró a la corona del reinado del bocadillo en Vélez. Anoto esto porque el argumento desgastado de que somos un país de reinados, puede lucir como el referente principal de nuestra forma de rendirnos, pero no es así. Mal que mal, por más que el canal privado haya comprado la franquicia, o que Donald Trump sea el dueño de Miss Universo, el reinado colombiano —donde se busca “no, solo la mujer más bonita de Colombia sino aquella capaz de entender las necesidades del país— como afirma Raimundo Angulo (el hijo de una señora que era como la dueña del reinado) es en realidad una versión más o menos extrema de un reality donde lo que cuenta es, antes que el desfile y los artificios del maquillaje, quién será la siguiente en hacer el ridículo frente a todo un país. Es valentía en su estado puro. El hecho de que un puñado de mujeres bellas compitan entre ellas para llevarse una corona y la posibilidad de presentar la franja de farándula en algún noticiero nacional es un acto hermoso, sobre todo para quienes decidieron aprovechar sus minutos de fama luchando por ser la más fotogénica de un concurso que no le importa a nadie. Que le importa a todos.

Que mujeres bellas compitan
por una corona y la posibilidad de presentar
la farándula en algún noticiero, es un acto hermoso

Y como el horror no se toma ni un solo día libre, debo decir que los reinados están cargados de nostalgia.  No exagero: si respecto a pasar una noche de lunes festivo, frío y solitario viendo “Miss Homeless” (una actriz norteamericana decide vivir con “Sin Techos” de Bruselas para protagonizar una película dirigida por su marido. Pero no todo sale según lo planeado y ella termina participando en el concurso Miss Sin Techo, en Bruselas. La película retrata a mujeres que luchan al margen de la sociedad para ser oídas por un mundo que no parece darles mucha importancia.), o estar sentado en medio de mi madre y mi hermana hablando de cirugías y probabilidades, me quedo con la opción de regresar. Es ahí donde quizás la ausencia de originalidad y todo argumento en contra de la banalización del cuerpo femenino se van al demonio, porque hace que eclosione la moral determinista y choque contra el sentimentalismo plano. Eso hace que el problema de los reinados, al menos en mi caso, sea un asunto formal: en realidad se trata de varios programas en uno donde lo más relevante (la competencia como una puesta en escena de la representación de los valores morales y nacionales y del canon de belleza que debe representar a todo un país) es en realidad algo subordinado a una forma de vernos, de recrearnos, de interpretarnos.

Ojalá nadie gane esta vez. Las veces que he apostado por x o y, no llego ni a primera princesa. Pero eso me pasa por alegrarme de la desgracia ajena.

Hasta aquí mi resumen de las cosas.

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